En defensa de Clos
El inesperado resultado electoral de los socialistas en la ciudad de Barcelona no ha sido bueno. Perder el 25 % de los concejales es un bajón más que considerable. Ahora bien, esta circunstancia está siendo aprovechada para criticar la actuación del alcalde Joan Clos con argumentos que, si bien tienen algún fundamento, en general me han parecido desproporcionados e injustos.
Para poner un ejemplo concreto: atribuir al Ayuntamiento la responsabilidad del encarecimiento de los pisos no tiene sentido alguno. Mientras las hipotecas tengan unos tipos de interés tan bajos como ahora, el precio de los pisos seguirá subiendo. Y los tipos de interés no dependen del Ayuntamiento, sino del sistema económico, en este supuesto del sistema económico mundial: estamos en una economía de mercado globalizada.
Por tanto, la pérdida de votos socialista debe interpretarse en un contexto más general. Veamos algunas causas. Primero, los cinco concejales que ha perdido el PSC se han distribuido entre las otras dos fuerzas políticas que eran sus aliados en el gobierno municipal: ningún concejal ha pasado, por tanto, al campo de la desunida oposición que formaban CiU y PP. Segundo, en las pasadas elecciones, ERC e IC estaban seriamente debilitadas por el PI y por EUiA, respectivamente. Desaparecido el primero y aliado con IC el segundo, ambas fuerzas han aumentado lógicamente su potencial electoral. En las pasadas elecciones, por tanto, el PSC alcanzó un resultado irrepetible.
En tercer lugar, mucho votante ha apostado en esta circunstancia por un voto excepcionalmente infiel en la confianza de que el triunfo del bloque de izquierdas estaba asegurado. Su cálculo, en este caso, ha sido el acertado, aunque en otras ocasiones muy próximas experimentos de este tipo resultaron catastróficos: el presidente francés, Jacques Chirac, debe su actual momento de gloria a la súbita inclinación trotskista de tradicionales votantes socialistas que consideraron adecuado aplicar un correctivo gauchista a Lionel Jospin. La izquierda plural tiene estos riesgos.
Pero vayamos a lo sustancial: la actuación de Clos dirigiendo el Ayuntamiento me parece que, básicamente, ha sido acertada. Nadie es perfecto ni Clos tampoco, pero el correctivo que ha sufrido es, a mi modo de ver, inmerecido. Clos ha continuado la obra de los anteriores alcaldes socialistas, pero le está añadiendo un sello propio.
Pensemos en lo que era Barcelona antes de 1979, antes de las primeras elecciones democráticas: una ciudad caótica, gris y sin proyecto. Narcís Serra trazó el proyecto y lo puso en marcha, ayudado por dos técnicos de primera categoría: Oriol Bohigas y Jordi Borja. El primero tenía pensada la ciudad desde el punto de vista urbanístico: abrirla al mar, restaurar Ciutat Vella, limpiar el Eixample, dignificar los barrios periféricos producto de la brutal especulación de los tiempos franquistas, utilizar el diseño como imagen de marca que diera personalidad propia a la ciudad. Jordi Borja, tras su experiencia de las ciudades italianas gobernadas por el PCI, formó en el CEUMT a los gestores municipales del futuro, tanto para Barcelona y Cataluña como para el resto de España, en la conciencia de ser simplemente servidores de los ciudadanos. La descentralización operada en Barcelona fue producto de sus ideas y su gran capacidad de gestión: los barrios más desatendidos o, mejor dicho, absolutamente abandonados, se pusieron a la altura de los barrios clásicos de la Barcelona burguesa o los mejoraron. Pasqual Maragall supo desarrollar brillantemente este proyecto hasta llegar a los Juegos Olímpicos, que, como todos sabemos, fueron mucho más que un acontecimiento deportivo.
Clos, desde una segunda fila, había colaborado ya en estos años en los que el protagonismo era de Serra y Maragall y, tras la dimisión de éste, está dando un nuevo impulso a Barcelona, especialmente en dos aspectos. Primero, consolidando Barcelona como ciudad turística. Ello le ha suscitado algunas críticas y, sin embargo, creo que es un gran acierto: sin ser una capital y habiendo dejado de ser ciudad industrial, la mejor salida era el turismo, una actividad que proporciona una redistribución de la riqueza como ninguna otra y que, por tanto, produce igualdad social en la medida que esta es posible en una economía de mercado.
El segundo aspecto que ha impulsado Clos es acabar la ciudad por la zona norte, desde el mar hasta Sant Andreu siguiendo la orilla del río Besòs. Desde el punto de vista de la cultura, los acontecimientos de 2004 no serán gran cosa y, en este aspecto, Clos y otros han hecho declaraciones patéticas: que si era la ocasión para intentar solucionar los problemas del mundo, que si Barcelona se convertiría en un referente mundial de la paz, la sostenibilidad y el pluralismo cultural. Ninguna de estas cuestiones es tan fácilmente solucionable y este tipo de ambiciones ilusorias -un cofoïsme barcelonés muy parecido al pujolista de los buenos tiempos- son un simple producto de la ignorancia en materia de cultura. Pero si el 2004 sirve para completar la urbanización de la zona norte de Barcelona, bienvenido sea este acontecimiento seudo-cultural: la insustancialidad de la guinda tiene poca importancia cuando el pastel es bueno.
Si a estos dos aspectos nuevos, le añadimos que bajo la dirección de Clos el Ayuntamiento está continuando las tareas que provenían de antes (Ciutat Vella, barrios, centros cívicos, regulación del tráfico, etcétera), podemos llegar a la conclusión de que el balance es claramente positivo. Las advertencias del electorado siempre son buenas. El acercamiento al ciudadano puede mejorarse notoriamente. Un mayor peso de IC, con el empuje de Imma Mayol, será sin duda positivo desde el punto de vista de la igualdad social.
Como advertencia, el correctivo a Clos no ha ido mal. Pero no puede ponerse en duda que su gestión es buena y la dirección a la que va encaminada su política es la correcta. Si toda Cataluña se hubiera transformado en estos años como lo ha hecho Barcelona, Artur Mas tendría asegurado el triunfo en las próximas elecciones autonómicas.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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