La cara y la cruz
El Fandi fue ayer la cara y la cruz. Un torero pletórico y un pinchaúvas. Se quedó a las puertas de la gloria y a un paso del precipicio. Para empezar, reventó al tercer toro de la tarde. Literalmente. Fue una lucha sin cuartel entre toro y torero. Y no es que el toro fuera una cabra tonta, no; era un manso engallado que huyó de los caballos y quiso hacerse el amo del ruedo. Derrotó de salida en un burladero y desgajó una astilla de considerable tamaño que llegó hasta la cuarta fila del tendido. Y los pitones, intactos. (El titular, que fue devuelto, tropezó con el mismo burladero y se astilló los dos cuernos; ojo al dato). Derribó en su carrera al picador que guardaba la puerta y el quite de un monosabio evitó lo que parecía una cornada segura. En esto que llegó el tercio de banderillas y, mientras El Fandi tomaba los garapullos, el toro esperaba desafiante en el centro del ruedo. El primer par, acelerado y a toro pasado; en el segundo, comienza el torero a correr hacia atrás, el toro le sigue en un galope codicioso y ambos se encuentran en los medios, El Fandi levanta los brazos, se asoma al balcón y coloca un par de banderillas perfecto, pleno de poderío y plasticidad. La plaza entera explota de emoción y puesta en pie vitorea al torero. Aún quedaba otro par, éste al violín, en la misma cara del toro, dejándose ver. Fue un tercio extraordinario de un torero pletórico de facultades, dominador de una técnica consumada y un auténtico maestro en esta suerte.
Garcigrande-Hernández / Caballero, Rivera, El Fandi
Tres toros de Garcigrande -1º, 3º y 5º- y tres de Domingo Hernández, desiguales de presentación, mansos y muy blandos; el 3º fue devuelto y sustituido por otro de El Ventorrillo, bien presentado, manso y encastado. Manuel Caballero: estocada (algunos pitos); pinchazo, media atravesada y un descabello (silencio). Rivera Ordóñez: pinchazo y estocada atravesada (silencio); estocada (bronca). El Fandi: pinchazo y estocada muy baja (ovación); tres pinchazos y casi entera (silencio). Plaza de las Ventas, 2 de junio. 20ª corrida de feria. Lleno.
Se esperaba una emocionante faena de muleta, pero llegó la sorpresa: el toro presentó bandera blanca, reventado y vencido. El Fandi porfió con templanza, pero el animal embestía andando, con el sello de la derrota en la cara tras la pelea cuerpo a cuerpo. Fue el resultado del enfrentamiento entre un toro encastado y un torero valiente. Pero toda la prestancia y el arrojo demostrados los echó El Fandi por tierra a la hora de matar. En el primer intento se echó fuera con descaro, y en el segundo, la estocada cayó muy baja y se esfumaron los ánimos que se habían caldeado hasta el delirio.
El sexto no era ni manso ni encastado ni nada, sino una ruina como los demás. Lo recibió El Fandi con dos largas cambiadas y tres capotazos de rodillas. Lo banderilleó irregularmente y lo intentó con seriedad en la muleta. El corto recorrido del toro no le permitió el lucimiento que buscó con ahínco. Sorprendentemente, volvió a matar como un pinchaúvas de tres al cuarto.
No tuvo la suerte de cara Manuel Caballero. La suerte, el ánimo o vaya usted a saber. Algo le ocurre a este torero porque no es normal la deprimente imagen que ofreció ayer. Se llevó el mejor lote, sus toros embistieron con nobleza, y el torero no dio una a derechas; ni a derechas ni a izquierdas. Ni un solo muletazo o capotazo que llevarse a la boca. Con el semblante muy triste, como de vuelta de todo, fue una sombra del torero poderoso de otras épocas, y el paradigma del pegapases moderno: un mar de vulgaridad impropio de quien se considera figura.
Y Rivera parece que quiere, pero ni tuvo suerte, ni excesivas ideas ni lo dejaron tranquilo, ésa es la verdad. Su primero era muy remiso a embestir, y en el quinto, un manso e inválido, lo abroncaron porque permitió un infame tercio de varas y, después, quiso ponerse serio ante un toro que se caía a las primeras de cambio. Mientras una parte de la plaza protestaba, el torero ponía cara de mí no entender.
Babelia
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