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Reportaje:FÚTBOL | 36ª jornada de Liga

Qué lejos queda Dortmund

Una cadena de errores causa la caída del equipo vitoriano, subcampeón en 2001 de la Copa de la UEFA y víctima ahora de los rigores del mercado

¿Por qué el Alavés, un equipo sin experiencia europea, modesto y sin estrellas, jugó aquella inolvidable final de la Copa de la UEFA en Dortmund? Tan inexplicable como eso resulta que, dos años después, se haya consumado su descenso. Es el mismo equipo, con buena parte de la plantilla de entonces y sin cambios exagerados, pero ha cometido una sucesión de errores que le ha devuelto a la categoría de la que escapó en 1998.

Sorprende viniendo del Alavés, un club que los cinco años anteriores había bordado su gestión económica y deportiva. El mérito ha sido, por un lado, del presidente, Gonzalo Antón, siempre desde la trastienda, y por otro, Mané, que logró un milagro cada año. La primera temporada ascendió a Primera con un grupo de futbolistas desconocidos, la mayoría llegados de Segunda B que, además, llegaron a las semifinales de la Copa del Rey. El segundo, consiguió la permanencia en la última jornada con una plantilla liderada por Julio Salinas a sus 37 años. En la tercera, dio la primera campanada: se clasificó para la UEFA. En la cuarta temporada, llegó la final de Dortmund. Ahora parece lejana, pero sólo han transcurrido dos años de aquel 16 de mayo de 2001. Mané y los suyos repitieron la temporada pasada al entrar de nuevo en la UEFA.

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A pesar de ese éxito, en 2002, se intuyeron algunos desajustes. El equipo, tras auparse dos jornadas al liderato, cayó en picado en la segunda vuelta y, aunque se clasificó para la UEFA, el Alavés estornudó por primera vez. Precisamente, Mané amenazó con "ventilar el vestuario" y depurar a los futbolistas menos comprometidos. Pero ahí empezaron los problemas del club. Llegó el verano, y el mercado futbolístico se constriñó hasta unos límites desconocidos. El Alavés, club vendedor por vocación, no pudo colocar a ningún jugador. Resultado: el presupuesto del club menguó en 300.000 euros.

Gonzalo Antón sigue presumiendo de tener uno de los clubes más saneados de España, pero también es cierto que a costa de evitarse dispendios en los fichajes. El Alavés cambió de fórmula. En vez de extranjeros y nacionales jóvenes y casi desconocidos, fichó a veteranos: Abelardo, Dutruel, Ilie, Edu Alonso, Helguera y, en invierno, Tomic. El tiempo ha dejado claro que no todos han respondido.

Abelardo, por su pasado internacional, ha sido el centro de la diana. En buena medida, es comprensible porque la defensa ha naufragado. Con Mané, el Alavés siempre ha sido, ante todo, un incordio para los rivales. Este año, ha encabezado los ránkings de los más goleados. Todo un síntoma de su desajuste defensivo, se sus problemas irresolubles que finalmente le han envíado a la Segunda División.

Lo cierto es que las dificultades han puesto de manifiesto problemas internos. De ser el equipo que almorzaba tortilla de patata cada viernes ha pasado a generar noticias de otro tipo: la supuesta gordura de Téllez, las colonias en Burgos para salvar el ambiente en el vestuario, problemas con la renovación de Ilie... Y finalmente la destitución de Mané, a finales de abril. El entrenador que llevó al club a lo más alto se marchó por la puerta de atrás. Realmente, su chistera se había agotado. Ya no le quedaban soluciones. El equipo salió tocado de los enfrentamientos con los grandes de la Liga (le endosaron un cesto de goles) y poco a poco se hundió. También ayudó el hecho de que, en el momento crucial, se lesionaran de larga duración (en torno a diez semanas) jugadores básicos como Astudillo, Pablo, Tomic, Ilie, Desio...la columna vertebral de un equipo que siempre se había destacado por su solidez, por saberse la lección de memoria, por jugar de carrerilla.

"Hay una plantilla incluso mejor que la del año pasado", ha reflexionado Jordi Cruyff. "Pero falta la palabra equipo". Y sin equipo, el Alavés, que salvo excepciones (Javi Moreno o Contra) nunca ha vivido de las individualidades, no es nada. Ya sólo le queda recurrir al réquiem y la añoranza.

Jordi Cruyff y su padre se besan tras la final de la Copa de la UEFA de 1998.
Jordi Cruyff y su padre se besan tras la final de la Copa de la UEFA de 1998.

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