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Columna
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Y qué

Manuel Vicent

Pese a que Humphrey Bogart tiene dicho que no hay problema en este mundo que no lo solucione un whisky doble, existen dos formas clásicas de afrontar un destino aciago: combatirlo con el ánimo alzado o aceptarlo con estoicismo. Ignoro qué método usaban los héroes antiguos, qué blasfemia o plegaria emitían ante el reto de la adversidad. Este dilema engendró la famosa duda de Hamlet, un príncipe que frente al infortunio se debatía entre el ser o no ser. Creo que existe un espacio del espíritu más allá de la rebelión o de la entrega resignada donde se mueven quienes no son valientes ni cobardes, sino sólo resistentes. Éstos usan una fórmula más sencilla. Ante cualquier conflicto levantan los hombros y exclaman: "Bueno, y qué". Imagino a Hamlet en escena con un estilete en la mano enumerando todas las desdichas humanas: la congoja de un amor desairado, el ultraje del opresor, la traición de un amigo, el desdén del soberbio o cualquier otra injusticia. Si en lugar de fingirse loco fluctuando entre las profundidades de la filosofía, el arrojo de la venganza o el suicidio, al final de cada agravio, envainada la daga, hubiera exclamado: "Bueno, y qué", y luego se hubiera rascado una pierna, Hamlet hoy no sería el ente brumoso y atormentado de la tragedia, sino el príncipe de un relativismo de andar por casa que hace de la duda una fuente de felicidad y no de desdicha. Haga usted la prueba. Cuando crea que va a sucederle algo malo, salga de la niebla del ser o no ser y aplíquese una filosofía parda. Diga para sí mismo: "Bueno, y qué". Detrás de esa exclamación despectiva se le abrirá un campo lleno de posibilidades. Por ejemplo, a esa adolescente la ha dejado su primer novio, bueno y qué, gracias a eso encontrará otro amor que se parece a Brad Pitt; a su hijo lo han suspendido en selectividad, bueno y qué, por este motivo el chico se convertirá en un campeón de tenis; el último análisis ha resultado positivo y le va a abocar al quirófano, bueno y qué, después de la operación quedará absorto frente a la rosa que cultiva en la ventana y cualquier mínimo placer le conmoverá las entrañas recién sajadas. Cada una de estas exclamaciones, bueno y qué, podrían llevarle a otro problema distinto. Si lo repite por tercera vez, lo lógico es que al final se enfrente uno a la muerte, bueno y qué. Morir, dormir, tal vez soñar, decía Hamlet. Pero cada persona tiene un límite secreto, un principio inamovible, que no está dispuesta a ceder sin lucha al destino. Sólo uno. ¿Cuál es el suyo?

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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