Los osos se despiertan con hambre
IMAGINE QUE todo Pirineos es un parque nacional. Que en esa extensión entre el Mediterráneo y el Cantábrico hay solamente dos pueblos y una única carretera que los une. Que este espacio apenas ha sido tocado por la mano del hombre. Que está repleto de lagos de aguas turquesas, montañas hermosas y toda clase de animales. Si puede imaginar todo esto, se está haciendo una idea de cómo es el parque nacional Banff y Jasper, en las Rocosas canadienses. Su hermosura emociona, su envergadura abruma.
Entre los Estados de Alberta y British Columbia se extiende uno de los parques más emblemáticos de las Rocosas, que en realidad aglutina cinco juntos (se le añaden el Yoho, el Kootenay y el Mount Reveelstoko). Territorios explorados por los colonos hace unos 200 años, declarados el primer parque de Canadá hace 120 y patrimonio de la humanidad desde 1985, explican una naturaleza inalterada llena de lagos y glaciares.
Nos acercamos en coche hacia el peaje del parque, puesto que por cada día de estancia se debe pagar un canon. Una vez dentro iniciamos el recorrido en el hermoso y acogedor pueblo de Banff, que vive del turismo; naturaleza en verano y esquí en invierno. Con este pueblo como base recorremos los itinerarios estrella del parque: el lago Louise, con sus aguas esmeralda y sus glaciares rompiendo el silencio al final de la primavera. Por el sendero hay carteles que avisan de que los osos se han despertado del letargo con hambre. Si queremos abandonar los caminos habituales, debemos comunicar a alguno de los guardas dónde vamos y cuánto tardaremos en volver.
En los lagos más hermosos, como el Ten Peaks (llamado así por estar rodeado de 10 montes de más de 3.000 metros de altitud), se pueden encontrar alojamientos de lujo y tiendas para los bolsillos más saneados. Desde la localidad de Banff nos desplazamos en dirección norte hacia Jasper, siguiente pueblo, a unos 300 kilómetros, parando en la zona denominada Columbia Icefields, lugar con un gran glaciar visitable. Exploramos el lago Maligne, y disfrutamos de la compañía de ardillas, venados, marmotas y, por fin, un oso negro comiendo bayas tranquilamente junto a la carretera.
Pero no todo es hermosura en esta tierra, y si uno afila la mirada, descubre que los indios oriundos viven, mantenidos por el Gobierno y muchos alcoholizados,en tristes reservas, y que gran parte de la población sufre depresiones en los largos inviernos de nieve y frío sin nada que hacer ni de qué preocuparse. Aquí lo importante es resistir.
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