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Las raíces cristianas de Europa

La identidad europea, afirma el cardenal Martini, "está estrechamente ligada al cristianismo". Según Juan Pablo II, la Iglesia "se ha implantado durante siglos en los pueblos que componen Europa". Basado en esta convicción, el Papa ha pedido insistentemente que en la futura Constitución europea conste la aportación cultural y espiritual del cristianismo. Muchos cristianos críticos y, por supuesto, los defensores de la laicidad se oponen a esa referencia explícita, ya que supondría reconocer una cierta tutela religiosa. Examinemos los hechos y las opiniones.

Al implantarse la Iglesia durante los primeros siglos en el imperio romano, apareció una Europa cristiana en su pensamiento, instituciones y cultura. Efectivamente, la ideología constantiniana del siglo IV fue uno de los pilares de la naciente Europa, en la que se impuso la Iglesia como centro de la vida pública, al paso que se introdujo el Estado en los asuntos eclesiales. El hecho es que surgió una respublica christiana, donde el cristianismo y la cultura se entrelazaron íntimamente, cimentando el "régimen de cristiandad". Otros analistas e historiadores señalan que el influjo religioso en la formación de Europa se hizo a través de la asimilación de la ética del decálogo, la aceptación religiosa del monoteísmo, la referencia a valores neotestamentarios y el aporte de las creaciones artísticas, ligadas a iglesias y universidades.

Las tres fuentes de la cultura europea han sido la concepción filosófica y jurídica greco-romana, el patrimonio religioso judío y el legado del cristianismo, centrado en el Nuevo Testamento y en la figura de Jesús de Nazaret. Europa es, pues, el resultado de la fusión de tres cosmovisiones, procedentes de tres centros culturales: Jerusalén, Atenas y Roma. Jerusalén representa el "monoteísmo", que incluye la Biblia judía, la fuerza de la palabra, el profetismo y la narración, lo festivo y lo ritual. Atenas aporta el "logos" griego, que da origen a lo racional-universal, crea las ciencias especulativas y positivas y promueve la filosofía, el humanismo, la escultura y la arquitectura. Roma simboliza el "derecho" de la persona, la épica conquistadora y la organización política, junto al papado, centro religioso de la cristiandad.

Después del cisma entre Bizancio y Roma en 1054, la Europa cristiana occidental, separada de la oriental, adquiere un tinte estatal férreo y da lugar a un "sacro imperio" que se apoya en la autoridad del Papa y en un pueblo de bautizados. Más tarde, en el siglo XVI, como resultado de la reforma de Lutero, aparece Europa dividida entre la Reforma y la Contrarreforma, con disputas teológicas y guerras de religión. Hay, pues, en nuestro viejo continente, desde el siglo XVI, tres mundos religiosos: el "latino", donde predomina el catolicismo; el "germano", bajo la influencia del protestantismo, y el "eslavo", en el que prima la ortodoxia.

Además, en la construcción de la totalidad europea no deben olvidarse los aportes de dos culturas religiosas sobresalientes, procedentes del judaísmo y del Islam, especialmente en los ámbitos de la plegaria, literatura, arquitectura, música y mística. Las raíces religiosas cristianas son diversas y se ensanchan. Una buena muestra es la España de las tres culturas.

También participa en la construcción europea el mundo del "nuevo régimen", nacido de la Revolución Francesa, que cristaliza con la laicidad. La Revolución Francesa liquidó el "antiguo régimen" basado en la alianza trono-altar, proclamó el lema republicano de libertad, igualdad y fraternidad, y aprobó la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Contra el parecer de la Iglesia se impuso, a partir de la Ilustración del siglo XVIII, el antropocentrismo (el hombre es el centro, no Dios), la autodeterminación de la razón (autónoma y adulta, sin dependencia religiosa), la decisión democrática laica (el poder viene del pueblo soberano) y el desarrollo técnico (al amparo de la ciencia, no de los milagros). Es la Europa laica de la modernidad, cuyos valores, de fondo cristiano, han sufrido una purificación a través de la razón. La Iglesia del siglo XIX, con Pío IX y el Vaticano I, se opuso al mundo moderno europeo.

Las críticas a las Iglesias, a la religión e incluso a la fe fueron formuladas por los denominados "maestros de la sospecha": Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud. Se produce la desacralización del mundo, explota el pluralismo, se extienden las democracias y emergen nuevas "esferas de valor". Predomina en Europa la racionalidad analítica, abstracta e instrumental. La revolución soviética de 1917 dio lugar a un nuevo periodo histórico, caracterizado hasta hace poco por la tensión bipolar entre el comunismo y el capitalismo, dos creaciones típicamente europeas, con un sustrato judeocristiano en ambas. A pesar de los embates, persiste en muchas conciencias la fe cristiana, purificada y adulta, junto al ardor religioso de algunas instituciones católicas, combativas y clericales, con nostalgia de la cristiandad.

En este breve sumario de la creación histórica de Europa debe tenerse presente que, junto a logros positivos como la tolerancia, el régimen de libertades, la formulación de los derechos humanos, la aparición de la democracia y el desarrollo de una civilización moderna, está la cara negativa de las guerras de religión, los abusos de las monarquías absolutas de cuño religioso, el laicismo agresivo de algunas repúblicas, los crímenes de las dictaduras, los colonialismos perversos introducidos en el Tercer Mundo y la voracidad derivada del dominio capitalista.

Después de la caída del régimen soviético, Europa se encuentra en una nueva situación frente al predominio arrollador de Estados Unidos y la aparición de tensiones nacionalistas, raciales y xenófobas. Emigración, drogas, terrorismo y armamentismo son nuevos desafíos. No obstante, hay clara vocación de construir una sólida Unión Europea, a pesar de las diferencias internas, en vísperas de la admisión de doce Estados, hasta llegar a veinticinco.

Europa debe afrontar problemas globales como la lucha contra el subdesarrollo, el sostenimiento de los valores morales, el fortalecimiento de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la preocupación ecológica y la solución pacífica de los conflictos. Ha sido una riqueza para Europa -no sólo para la Iglesia católica- el Concilio Vaticano II, por la aceptación del ecumenismo, el diálogo entre las religiones, la libertad religiosa y las apuestas a favor de la paz, la utopía y la esperanza.

Cabe, pues, recordar las raíces cristianas de Europa a la hora de trazar su Constitución como un gran Estado plural y laico, multicultural y multiétnico, que promueva la distensión entre el poderío occidental y los países árabes, trabaje a favor de la paz entre judíos y palestinos, salga en defensa generosa del continente africano empobrecido y esquilmado, dialogue en profundidad con el mundo asiático y ayude al desarrollo democrático y económico de América Latina.

En el viejo continente hay ciudadanos propicios a que se refleje la matriz cristiana en la futura Constitución de Europa. Otros más templados pretenden únicamente que se reconozca la libertad de acción de las Iglesias. No faltan, por supuesto, los que defienden con todo rigor la laicidad, que no equivale a laicismo. Con su espíritu y humanismo de raíces cristianas, Europa debe ayudar a enderezar, dentro de las Naciones Unidas, el rumbo de la humanidad. No es necesario -creo yo- que se mencione expresamente el aporte de la fe cristiana en la constitución europea, sino que se recojan en este texto básico valores de tradición cristiana asumidos por la modernidad, sin clericalismos y anticlericalismos.

Casiano Floristán es catedrático emérito de Teología Pastoral

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