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Columna
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Sin dudas

Con motivo de las elecciones generales y autonómicas andaluzas que se celebraron el 12 de marzo del año 2000, reflejé en un artículo de este mismo diario, que titulé Cuestión de salud (11-03-00), una conversación entre jóvenes que tuve la oportunidad de escuchar. Una conversación que, hoy, con motivo de estar en puertas de unas elecciones municipales, y en jornada de reflexión, cobra total actualidad. En aquella charla se discutía sobre la opción política más acorde con la forma de pensar de cada uno. Cada uno, y cada una, argumentaban y daban razones en función de sus preferencias. Sin embargo, uno de aquellos jóvenes se separó de todos y se pronunció a favor de la abstención. No iba a votar. No compartía ninguna opción y las que estimaba más cercanas, los políticos le habían defraudado. En este mismo momento la conversación cambió. Quedó en minoría. Ya no se habló de izquierdas y de centro, de derechas tampoco. Todos cejaron en su intento de convencer de las bondades de su opción. Este tema quedó al margen y todos le pidieron que votara, que se comprometiera, aunque pudiera resultar defraudado.

Pocas veces he visto tanto interés en convencer a una persona de algo, en esta ocasión convencerle de que lo importante era comprometerse con el Estado de Derecho en el que se vive.

Sócrates, en cierta ocasión, llamó placer a que le quitaran los grilletes de los tobillos. Hoy, cuando España vive sin grilletes; hoy, cuando se siente el placer de que su dictador haya dejado de escribir cuál debe ser la moralidad del Estado y de establecer límites a la libertad de sus súbditos, hay que votar. No es cuestión de motivación. Es cuestión de salud democrática. La participación; la mayor participación; la participación de todos, implica que el pueblo, que es el protagonista en una sociedad libre, está más representado.

La abstención, pues, aunque descanse en ideas legítimas, es una falta de compromiso. Sólo favorece a quienes gobiernan de espaldas al pueblo y a quienes se valen de la renuncia a este derecho -el de votar- para conseguir anular la voluntad de una sociedad que siente el placer de vivir sin grilletes.

Sin duda, mañana, voy a votar. Pasado, si me siento defraudado, estaré legitimado, más aún, para poder hablar. No es tiempo de silencios.

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