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PATÉ DE CAMPAÑA | ELECCIONES 25M | La opinión
Columna
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Esperanza esperando a Margaret

Juan Cruz

Dice Rafael Azcona que Joaquín Sabina tendría que estar en la Academia. Lo dice él, que nunca ha aceptado el sillón que le han ofrecido con denuedo quienes admiran su modo de decir, en el cine y en la vida. Azcona es un personaje singular; seguramente ustedes no le han visto mucho, o creen no haberle visto nunca, porque casi no aparece en las fotografías, no se deja ver en los actos públicos y rehúye cualquier autoproclamación de la presencia. Pero está en todas partes, en El Corte Inglés, en el Vips y en los autobuses. No se le ve. Tan secreto es que una vez fue sustituido por su amigo José Luis García Sánchez en la recepción de un premio y le llamó su hermana desde Logroño:

-Rafael, ¡pero qué cambiado estás!

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Se fue de Logroño hace muchos años, y se asentó en Madrid, de donde se fue una vez a Estados Unidos, otra a Roma -donde se dedicó a hacer aviones de papel-, otra vez a Tenerife -de donde casi no sale porque se arruinó el productor que le contrató- y otra vez a Ibiza, cuando él y sus amigos -los Aldecoa, Ferlosio- intentaban inventar el hippismo. Una vez le preguntaron dónde se iba de vacaciones y contestó:

-¡Pero si yo ya me he ido de Logroño!

Madrid es su patria, y como madrileño de adopción ha adoptado como cantante de cabecera al cantante de Úbeda. Y no sólo porque Joaquín Sabina escriba bien, sino porque es un ejemplo de lo que esta ciudad hace con los que vienen de fuera: los deglute y los convierte al madrileñismo, seas de Logroño o seas de los cerros de Úbeda. Aquí nadie es de Madrid, que se retrate el primero. Por eso no ha sorprendido que Sabina -que siempre ha estado poniéndole música a las batallas políticas- ahora le ha puesto versos a su ilusión de la izquierda, como hizo Pedro Almodóvar ayer, que tampoco es de Madrid ni falta que le hace.

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Nadie es de Madrid, éste es el encanto; y los que lo parecen tampoco son de Madrid: se lo hacen. Por ejemplo, en el mundo de la cultura no sólo encuentro que casi nadie es de Madrid, sino que casi nadie se va con la derecha, a sus mítines y a sus reuniones, y así estas crónicas que hacemos siempre parecen descompensadas: nombramos a Sabina, y ya sabemos lo que estamos nombrando, y nombramos a Almodóvar y también. Hubo una época en la que José María Aznar iba a los escaños -y a los actos- con un libro de poemas en la mano, acudía a recepciones de artistas y literatos, e incluso su mujer apareció, rutilante, en el mundo editorial, recontando cuentos que ahora le afea Trinidad Jiménez. Pero en los últimos tiempos esa tendencia suya a estar cerca del arte y la cultura se ha desviado un poco, y ahora no he visto ni en mítines ni en saraos -ni siquiera con Alberto Ruiz Gallardón, que no sólo es culto, sino que ha ayudado a otros cultos- a gente que se pueda equiparar con toda esa corte de intelectuales y artistas que de pronto han arropado a los candidatos y a las candidatas, a todos y a todas las que son de la izquierda.

Algo debe haber fallado en este proceso reciente del Partido Popular en su relación con el mundo de la cultura; si nos fijamos bien, aquella discusión radiofónica entre el actor Guillermo Toledo y la ministra Pilar del Castillo tras la polémica entrega de premios de cine con el No a La Guerra como emblema principal nos da la clave de todo. En aquella acalorada conversación, la ministra le reprochó al artista que no fuera leal con su Gobierno, o con España, ya no me acuerdo muy bien. Y, claro, los artistas son muy desleales, terminan separándose de ti si les pides amor eterno, o incondicional.

Siempre que pienso en la relación del PP con la cultura me acuerdo de Esperanza Aguirre, que además fue ministra de la cosa. A Esperanza la conocí batallando -siempre ha estado batallando, la verdad- para que no se llevaran su Colegio Británico de la calle Martínez Campos. Y luego la vi haciendo cola para que le firmara un libro Margaret Thatcher, su política favorita; me resultó una imagen entrañable, que siempre me vuelve a la mente cada vez que la veo batallar. Pero, claro, la Thatcher no es una intelectual, no la pueden traer a los mítines. Es curioso: vi que la Thatcher decía en la prensa británica que su hombre en política es Blair. Y el mismo día vi que Esperanza decía lo mismo. Blair, color esperanza, y con su medalla, por cierto, como el presidente Aznar. Bush sí que es leal, pero tampoco es un intelectual, que yo sepa.

Y Mendiluce (¿mendiluso?) tampoco se distingue, por cierto, por haber atraído a ningún intelectual a su lado. Bueno, trajo a Cohn Bendit; lo vi hablar en Francfort y sí es un intelectual. Pero, ¿lo es Mendiluce? Ahora hay por ahí papeles que dicen que es un hombre cuyo papel le puede complicar la vida a la izquierda. Entonces, ¿es de derechas? Se lo dijeron bien alto ayer en el Círculo, y él contraatacó como es: confuso. Pues que se traiga a Blair, si es que así se pone él mismo una medalla.

En fin, mañana me pondré a reflexionar sobre todo esto, y me pondré en el tocadiscos unas canciones de Joaquín Sabina, antes de que Azcona me tome la lección.

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