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Columna
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Qué me pongo

Esta columna nace con un desgarramiento de coxis rayano en la esquizofrenia; he de confesar que, al tiempo que comprendo que tendría que dedicarla a los cada vez más insondables Asuntos Públicos, también me corroe la necesidad de aprovecharme de tal tribuna pública para mis propios fines, o los de mi marido, si lo tuviera o tuviese. De hecho, podría decirse que también yo, como muchos súbditos y súbditas del Imperio, he visto brillar la luz en el fondo del inodoro, y que de tal revelación ha surgido el imperativo de glosar esa, oh, Medalla de Oro al Mérito Humanitario que José María Aznar de España se dispone a recibir de parte del actual Congreso del actual presidente de los actuales EE UU de América.

Mais, collons. La luz del inodoro no me ilumina lo suficiente como para adivinar qué demonios me pongo para ir a votar el domingo. Los dedos se me hacen símbolos partidarios. Y he aquí que se precipita el segundo asunto, particular y para mis propios fines (aunque no dudo de que muchos lectores, e incluso lectoras, se hallarán en el mismo brete), que esta desventurada columna pretende tratar.

Tengo un traje de chaqueta gris marengo con blusita a juego y lazo en el cuello que pondría la etiqueta de punta a la propia señora Botella. Tengo un pañuelo palestino; un bastón damasceno (suelo usarlo para transitar durante las Cumbres de Políticos); un montón de joyas de plata mala, pero de precioso diseño, adquiridas en Oriente; un enanito portador de la bandera catalana que me regalaron por Sant Jordi, y unas bragas de felpa. Carezco de mantilla y peineta, no como otras, pero poseo una bilis como un mantón de Manila. Que alguien me diga qué me pongo, con objeto de que mi voto-vómito no resulte nulo.

De repente, se produce una interferencia:

-¿Hola, Hose? ¿My Hose? ¿Hose from Spain?

-Lash, lash, lash (percusión de lengua). Chup, chup, chup (regodeo de paladar).

-¿Cómo va por ahí el Síndrome de Floúrida? ¡Me tienes en un waw!

-¡Estahmos trabahandou en eyyou!

Nelson Mandela recibió su medalla de la Administración Clinton. Pocos años después, Bush ni se le pone al teléfono. En cuanto a Teresa de Calcuta, quien le evita es ella. No hay mal que cien años dure. ¿O sí?

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