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Columna
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Don Alejandro

Es una triste realidad que Sevilla, desde 1991, vive como si tuviera dos ayuntamientos. Como si su signo dual (Sevilla-Betis, Macarena-Triana, Joselito-Belmonte...) se hubiera apoderado también del corazón de la cosa pública. De hecho es una situación esquizoide de malas consecuencias para todos, menos para los andalucistas. Ellos se hicieron con la llave de oro de la ciudad en el momento más paradójico de su historia, justo cuando el PSOE derramaba la lluvia de millones de Expo 92, al tiempo de perder la alcaldía.

Desde entonces, los de Rojas-Marcos han manejado a placer todas las coaliciones posibles, pero siempre reservándose la parte del león: el urbanismo, al que han llevado a índices como éstos: en Sevilla el metro cuadrado de vivienda nueva se está pagando a 1.593 euros, por encima del promedio del resto de grandes capitales de toda España, situado en 1.161 euros (Anuario Estadístico del Mercado Inmobiliario, 2003). La vivienda de segunda mano ha subido un 14% sólo en el último año, pero hay 40.000 pisos vacíos en la ciudad. El casco histórico se cae, ante la inoperancia manifiesta de los sucesivos responsables del nacionalismo andaluz. Y como escarnio final, el pasado día 12 la empresa municipal de la vivienda sorteó 31 pisos ¡entre mil solicitudes! Ni siquiera hace falta un análisis de signos externos, ni acercarse a esa leyenda de maletines que corre por la ciudad, en espera de que el fiscal anticorrupción tenga tiempo de ocuparse de las denuncias de IU; ni al derroche de medios con que esta pequeña formación desarrolla su campaña electoral, desde Navidades. Basta con observar la situación, después de 12 años de poder urbanístico, de una política iniciada precisamente con José Núñez, que hoy pretende regresar, nada menos que como alcalde. Pues hay que recordar que fue con él con quien Rojas-Marcos inició la oleada de recalificaciones salvajes y de convenios específicos, sin más norte que el del interés privado (terrenos de Coca-Cola, Landys, Uralita, Induyco, Bazar España, Clínica Santa Isabel, Tablada...).

Se comprende que el actual alcalde, Sánchez Monteseirín, esté pidiendo, casi suplicando, una "mayoría suficiente" que no pase otra vez por los profundos despachos de don Alejandro. Y no digamos si se reeditara la coalición PP-PA, la misma que hizo posible que a los sevillanos nos birlaran Tablada, o que se levantara ese monumento al disparate que es el Estadio Olímpico.

Por su parte, Monteseirín, a pesar del PA, ha trazado el horizonte de una ciudad de futuro con el Plan Estratégico; mejorado sensiblemente algunos servicios básicos; acabará blindando el destino verde de Tablada con ayuda de la Junta..., pero sobre todo, sobre todo, ha saneado la hacienda municipal. Ha recuperado la gestión pública de la recaudación (frente a prácticas todavía medievales), rebajado la deuda en 39 millones de euros, llevándola al 57% sobre ingresos corrientes, frente al 71% que heredó; subido hasta el 79% la recaudación en voluntaria (frente a al 62% de antes), liquidado los famosos bonos samuráis; garantizado el pago a proveedores a 60 días máximo... Y eso con los socios de gobierno que le impusieron. Ahora los sevillanos tenemos la palabra. No le obliguemos a tragarse ese sapo otra vez.

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