Van Sant analiza la matanza de Columbine en un austero y genial filme ritualizado
La gran Charlotte Rampling rompe los límites de la pantalla en 'Swimming pool'
Tras su insatisfactorio paréntesis en Hollywood, el más singular y temerario de los cineastas independientes de EE UU ha vuelto a sus orígenes. Gus van Sant trajo ayer Elefante, una visión no narrativa, sino analítica y ritualizada, de la célebre y terrible matanza de la escuela Columbine, en Denver, que sirvió de pretexto a Michael Moore para desencadenar su provocación de Bowling for Columbine. Es una obra austera, breve y genial, que chocó con la divertida, pero sabida y epidérmica Swimming pool, del francés François Ozon, en la que la inmensa Charlotte Rampling vuelve a romper los límites de la pantalla convencional.
El cine de Gus van Sant -y así él lo proclama- tiene como soporte lejano las películas del legendario batiburrillo underground del Nueva York de los años cincuenta. Le arrastró al oficio de filmar la visión de las obras, de durísima radicalidad formal, de Stan Brakhage, Jack Smith, Jonas Mekas, Andy Warhol, Ron Rice y John Cassavetes en aquella época fundacional del cine independiente de EE UU; y, aunque hoy se mueve en otros territorios, aquellos moldes que configuraron y deslumbraron su mirada de adolescente siguen proporcionando a sus ojos, quemados por la luz de las pantallas de las cinematecas, los movimientos de cámara, los bucles de tiempo y las inflexiones de lenguaje visual que sostienen el complejo entramado de su estilo. Y la hermética caja de Pandora del cine underground neoyorquino se abre inesperadamente en los austeros rituales y en los fascinantes giros de tiempo secuencial que Gus van Sant despliega con audacia y maestría en Elefante.
No cuenta, no narra, sino que construye -mediante la organización de la secuencia en una serie de relevos de personajes y de encadenamientos ritualizados y de idas y venidas de la cámara detrás de los muchachos oficiantes de la tragedia- el ámbito del suceso de la matanza ocurrida en 1999 en la escuela Columbine, y que hizo estallar en el aparato mediático estadounidense -y en la conciencia de todo el país- la fría, gélida, salvaje cadena de asesinatos múltiples que se venía produciendo desde años atrás en el limbo pedagógico, higiénico y de apariencia pulcra y apacible, de los campus de la enseñanza de los adolescentes norteamericanos.
No quiere Gus van Sant caer en la tautología, en la inutilidad de contar algo que ya ha sido contado centenares de veces y que todo el mundo en su país se sabe de memoria. Es precisamente el fondo oculto de esta memoria lo que el cineasta convoca: una llamada a la conciencia del subsuelo aterrador del suceso.
Idas y venidas
Quienes busquen en Elefante el relato de lo ocurrido, que no pierdan el tiempo y el dinero y se vayan a otro cine. Dice Gus van Sant: "No cuento nada, no explico nada. Los chicos de la escuela hacen lo que hacen sin que se sepa por qué. Ni yo mismo lo sé, y por eso no he organizado las situaciones de manera dramática". Si el espectador ya conoce el relato de lo ocurrido, ahora se trata de extraer de su conocimiento algo impreciso, pero real, hiperreal, situado más allá de otra nueva enunciación de los acontecimientos. Añade van Sant: "He buscado lo que estos chicos expresan a través de las idas y venidas, los rituales y los gestos que los definen". Ahí se detiene. El espectador ha de poner el resto.
La idea y el título del filme proceden de un cortometraje de la televisión británica realizado en 1989 por Alan Clarke. Este filme mostraba la violencia en Irlanda del Norte como un sangriento y anónimo desfile de asesinatos. Van Sant decidió titular su filme como el de Clarke precisando que "está concebido alrededor de la vida de jóvenes que viven en una época diferente, pero igual de violenta". Al principio, pensó que el título elegido por Clarke hacía referencia a la parábola de los ciegos y el elefante. En esta leyenda, de la que hay una versión en los cánones budistas, del año II antes de Cristo, varios ciegos examinan diferentes partes de un elefante: una oreja, una pata, la cola, el cuerpo, un colmillo. Cada ciego está convencido de que la verdadera naturaleza del animal es la de la parte que él ha palpado. Para uno, el elefante tiene forma de abanico; para otro, de árbol; para otro, de cuerda, o de serpiente, o de lanza. Pero ninguno logra definirlo como es en su totalidad. El fondo de esta parábola parece, para Van Sant, corresponder al mecanismo de los ametrallamientos en las escuelas de su país: "Supongo que Clarke tituló su filme Elefante porque, como yo, abordó un problema difícil de identificar, que tiene muchas maneras de enfocarlo y tomar conciencia de él".
Elefante fue filmado sin guión e improvisado con muchachos que se representaban a sí mismos y fueron reclutados en escuelas de la región de Portland, Oregón, donde Gus van Sant vive. El resultado es un filme de audacia temeraria, transgresor de todas las normas del cine convencional, una súbita y genial ruptura de los límites expresivos de la pantalla, a los que hace añicos.
También rompe -pero dentro del pequeño orden que gobierna el cine convenido- los límites de la pantalla la eminente actriz británica Charlotte Rampling, a la que la divertida y muy bien hecha Swimming pool, dirigida por el sagaz, listísimo y productivo director francés François Ozon, que el año pasado forró de verde a los productores de la tosca y amañada farsa 8 mujeres.
Es Swimming pool una película de amistad, de amor y de intriga, que funciona muy bien hasta la escena de desenlace, en la que François Ozon, que sabe que está manejando imágenes atractivas pero sin subsuelo, quiere dar una vuelta de tuerca a las limitaciones en que se mueve e introducir un elemento de fondo onírico, que dé la impresión de ahondar por debajo de las evidencias. Lo consigue tan sólo a medias, porque la zona final del guión es deficiente. Y da de lleno en el clavo cuando deja las manos libres a Charlotte Rampling, que eleva un asunto normalito con suaves pero contundentes golpes de presencia, elegancia y talento.
Babelia
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