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Columna
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La guerra de Irak, una hazaña épica

Terminada la primera fase de la invasión / ocupación de Irak, el Gobierno de Bush está intensificando su campaña de publicidad sobre las razones y las excelencias de su acción bélica, situándola en el contexto de la lucha del Bien contra el Mal y convirtiéndola en un episodio ejemplar de la guerra al terrorismo. La historiadora de la Universidad de Columbia Carol Gluck ha explorado en su muy reciente libro Past obsessions: war and memory in the twentieth century los mecanismos textuales e icónicos de esta puesta en escena ideológica que justifican que el 11 de septiembre y los atentados de la misma naturaleza no se consideren como actos criminales que la justicia tiene que castigar, sino como actos de guerra que piden una reacción bélica inmediata.

La equiparación de la agresión de las Torres Gemelas y el Pentagono con el ataque japonés a Pearl Harbor, reiteradamente citada por Bush, corresponde a esa línea argumental. Por eso, el debate relativo a la veracidad o falsificación de las noticias guerreras es un tema marginal, ya que todos damos por descontado que, como dijo Donald Rumsfeld el segundo día de la guerra, "ha llegado la hora de contar mentiras", y a ese fin se ha puesto en marcha la célula informativa creada en el seno del Pentágono. Lo determinante no son los contenidos informativos específicos, su verdad o su falsedad, sino la lógica y el contenido del discurso dominante que componen. De aquí que el ejercicio de la censura a posteriori, la intervención de los diversos gatekeepers, e incluso la condición única o múltiple de las fuentes -estar en las manos exclusivas de CNN / Fox o poder oponerles Al Yazira y Al Arabiya- sea menos relevante que la convergencia entre la modalidad mediática que se utilice y el mensaje del relato a transmitir.

La espectacularización televisiva de la realidad es, sin duda, uno de los rasgos más característicos en la información sobre la primera guerra del Golfo, por lo que los bombardeos se reducen a estampas geométrico-lumínicas, a experiencias estéticas de silenciosos conciertos tecnobélicos, ese magno videojuego que corresponde al paradigma átono, blando, hedonista de la posmodernidad.

Ahora bien, 12 años después ha vuelto a aparecer en la información bélica el protagonismo individual, el primado de la anécdota personal que asume la figura de la telerrealidad y nos instala en el mundo de lo emotivo, de las participaciones afectivas, del dolor singular, que, como apunta el profesor Emili Prado en un excelente texto de próxima aparición, ha transformado la información sobre el discurrir de la guerra en un inventario de aconteceres personales -las imágenes de despedidas, la recepción de noticias del frente- a los que la identificación de los periodistas empotrados con el ejercicio guerrero ofrece un vasto campo participativo: "Hemos cruzado dos puentes, hemos detenido dos tanques iraquíes, se nos han terminado las mudas limpias, una tormenta de arena se nos cuela por todas partes...".

Este tratamiento modal de reality show, este confinamiento en el aspecto humano del conflicto es el que mejor se presta a conferir un perfil heroico al relato y el que hace posible el salto de lo cotidiano a lo épico. Porque Osama Bin Laden y Sadam Husein, además de ser unos horribles personajes, son unos tiranos opresores de sus pueblos cuya eliminación les permite recuperar la libertad, por lo que estas supuestas invasiones de sus países son en realidad guerras de liberación comparables a las guerras contra las potencias coloniales, el nazifacismo y el comunismo, y hacen del chapucero derribo de la plaza del Paraíso el equivalente de la emocionante caída del muro de Berlín.

Por eso, antes de buscar y contar los muertos de Sadam, deberíamos encontrar y contar los muertos de Bush. Esta prodigiosa transmutación se ha confiado a un equipo de publicitarios -hoy lo que cuenta no es la censura, sino la publicidad-, que, con una adecuada agenda temática y con un vocabulario impuesto -coalición o fuerzas aliadas en vez de tropas anglo-americanas, etcétera- está consiguiendo transformar, de cara a la opinión pública mundial, una interesada e impune expedición punitiva en una gesta necesaria y heroica. Si queremos construir un mundo en paz y habitable, hemos de comenzar recuperando la iniciativa ideológica.

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