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Columna
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Abstención

Miquel Alberola

En su carta pastoral de esta semana el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, ha promulgado que la abstención "no es moralmente lícita". De acuerdo con su argumentación, dejar de votar en las elecciones "es hacer dejación en las tareas de la administración del talento que se nos ha confiado para mejorar nuestra ciudad y nuestra Comunidad Valenciana". Es la primera vez que el prelado, más allá del asiduo ejercicio sintáctico de tratar de atraer el voto hacia partidos que se muevan en la órbita moral de la Iglesia, se pronuncia con tanta convicción y entusiasmo sobre el hecho democrático. Este gesto no pasa desapercibido en un hombre que desde que pisó el Arzobispado de Valencia ha demostrado una intachable conducta nacionalcatolicista. Nunca, desde que se instauró la democracia, el arzobispo había tenido tanto protagonismo en la vida pública valenciana como cuando Eduardo Zaplana ocupó el Palau de la Generalitat. En esos días ambos hicieron muchas galas juntos, y Zaplana aprovechaba la elasticidad muscular que desarrollaba en el gimnasio Atalanta para flexionar con frecuencia la rodilla como un gladiador y besar su anillo. El hecho de que García-Gasco hubiese sido confesor de Ana Botella lo propiciaba e intensificaba. Sin embargo, la guerra de Irak acabó produciendo un cisma entre el arzobispo y el ex presidente de la Generalitat. Las continuas condenas del prelado a una intervención militar defendida, incluso auspiciada, por el PP había enfriado el entusiasmo electoral de buena parte de los feligreses. Y Zaplana tomó nota. La consecuencia política de esta fricción es el castigo recibido por el sector cristiano del PP en las listas electorales, de las que han sido fulminados, lo que acaso explique en alguna medida -no en toda- que de los 80.000 militantes que el PP tiene en la Comunidad Valenciana, sólo 30.000 acudieran al mitin de Aznar en Valencia. El principal problema del PP el 25 de mayo es la desmovilización de su propio voto, y el arzobispo, que es consciente de las consecuencias, ha decidido echar una mano. Ahora el creyente ya ha quedado avisado del remordimiento implícito, que le puede acompañar hasta la tumba, incluso ser un lastre terrible en el limbo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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