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Por unos museos, útiles, activos y ¡con acceso gratuito!

"Hemos cuadrado el presupuesto y este año ha venido un visitante más que el año pasado, ¡lo conseguimos!".

Ésta podría ser la declaración triunfante de cualquier directivo de museo actual, porque desde hace una década oímos en seminarios y leemos en manuales de gestión cultural que los museos deben tender a la autofinanciación, que deberían cubrir por sí mismos el 70% de su presupuesto, etcétera. Todos nos lo hemos creído y, con la explosión del turismo cultural, parece que del museo cerrado y para minorías algunos hayan saltado sin red hacia la empresa de servicios turísticos. Hasta el más pequeño museo local pretende atraer turistas a su territorio y hacerles gastar todo el dinero posible, de momento sin recurrir a la violencia.

Pero, de pronto, nos llegan noticias desconcertantes. ¡Los museos nacionales británicos y los museos municipales de París son gratuitos! Y en nuestro país algunas fundaciones culturales de entidades financieras se apuntan a la medida... ¿Qué está pasando?

En primer lugar, museos gratuitos ¿para qué?

La gratuidad de acceso a los museos es una medida con un fuerte componente ideológico (demagógico, acusarán algunos). Pretende romper la barrera existente entre el público real y el potencial (aquel que iría pero acaba no yendo), y generalmente lo consigue. Pero también tiene un segundo objetivo: destruir la dinámica perversa que se da en la actualidad, en que nuestros museos sólo son visitados por turistas de fuera y nosotros sólo visitamos los museos que nos quedan lejos; es decir, cuando somos turistas. Esto es lo que ocurre ahora, y me perdonarán, pero es una aberración. La entrada gratuita fomenta la visita de la población local y por encima de todo permite su repetición. La experiencia en París y en Londres lo demuestra, se produce un redescubrimiento de los museos por parte de quien debería ser su primer público. Sin embargo, mucho cuidado, los museos que no son visitados porque sencillamente nadie sabe que existen siguen igual. En cambio, en los museos con fama y buenas colecciones, los aumentos de público son espectaculares. Un tercer objetivo, menos publicitado, es la consiguiente mejora de la imagen de marca, y de eso los bancos y las cajas de ahorros saben mucho.

Desde el punto de vista social, ¿no es un logro suficientemente importante multiplicar la frecuentación del público local como para plantearse esta medida? Y en cuanto a su precio, habrá que precisar que ningún museo público es gratuito, ni tan sólo los que no cobran entrada. Los pagamos entre todos con nuestros impuestos y en realidad (salvo contadas excepciones) el ingreso que supone el cobro de entradas es pequeño respecto al presupuesto general. ¿Es tan caro sustituir este mecanismo por un fondo económico público en función del número de visitantes y de un programa acordado? ¿Habría realmente tanta diferencia en los presupuestos de cultura? Sospecho que no, la verdad.

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La medida debería aplicarse, como mínimo, a las exposiciones permanentes de los que tienen mayor responsabilidad en la formación y la cultura del país. Pienso en los museos nacionales, y también, no los olvidemos, en los grandes monumentos con gestión pública.

Sin embargo, es innegable que comporta un coste económico. Pero si a pesar de sus ventajas sociales no se está dispuesto a asumirlo, hay otras alternativas. Por ejemplo, la sustitución del pago de entrada por la expedición de un carné de usuario, socio o como se le quiera llamar. Por el precio de la actual entrada, se formaliza un carné que permite el acceso ilimitado y que se renueva, supongamos, cada cinco años. ¿Ventajas? El público local puede asistir tantas veces como quiera, mientras que el turista (la gran preocupación) sigue pagando...

El carné, además, permite utilizar las ya no tan nuevas tecnologías para saber quién nos visita, cuántas veces y cada cuánto, y abre una vía de comunicación directa entre la institución y todos sus usuarios, especialmente con aquellos multirreincidentes, el público más próximo al museo, los apasionados amateurs que toda institución de estas características tiene y que ahora se ven alejados de su uso cotidiano. Y nos permite invitarles a un concierto gratis al que pueden traer a dos no socios y ofrecerles descuentos en otros museos o el nuevo carné de familia, donde por el precio de dos adultos se incluyen los correspondientes niños y abuelos, etcétera. En realidad no es tan diferente de lo que hacen bibliotecas, supermercados, periódicos...

¿Soluciona la gratuidad del acceso todos los problemas de los museos? Por supuesto que no. Está claro que los aumentos de público en Londres y en París tienen una parte de explosivo por la novedad. Queda por ver dentro de un par de años cuántos de los museos implicados han aprovechado la oportunidad de consolidar estos nuevos públicos que han ganado.

Si sólo se aplicara el carné del museo, sin la gratuidad, el crecimiento sería más lento y menos espectacular, pero la oportunidad de mejorar también existiría. Hay que advertirlo: los museos pasivos cambiarían poco. En cambio, los museos dinámicos, grandes y pequeños, podrían dar un salto en su implantación social muy importante. Porque de eso se trata, de que los museos tengan suficiente presencia en la sociedad como para cumplir un papel activo fomentando la cultura y el espíritu crítico. Y para los que piensan sólo en términos económicos, en una sociedad como la nuestra, que deja de ser industrial, la información, el conocimiento y, por tanto, también la cultura son las bases que aseguran el desarrollo futuro.

Albert Sierra i Reguera es historiador del arte y museólogo.

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