...Y Zidane perdió el aliento y la magia
Los apasionados 'tifosi' convierten Delle Alpi en una olla de intimidación
En la olla de intimidación en que se convirtió el estadio Delle Alpi brillaba el fuego de las bengalas y el sonido vibrante de un cántico se filtraba a través de la humareda. "¡Ronaldo, tu sei un figlio de puta...!", gritaban una y otra vez, de la curva norte a la curva sur, los hinchas del Juventus. Y Ronaldo, lentamente, comenzaba a correr por el medio del campo. Era el descanso y el Madrid perdía por 2-0. Urgía marcar un gol, más que nunca, y el técnico, Vicente del Bosque, hacía calentarse al brasileño, lesionado en el partido de ida. El delantero trotó durante diez minutos en compañía del preparador físico, Javier Miñano. Se cogió los tobillos, se frotó los gemelos, se miró los pies. Le insultaron de nuevo. Tocó un balón, esprintó, hizo algún quiebro. Le abuchearon. El recuerdo de su paso por el Inter de Milán estaba ayer fresco en Turín.
Tras el gol de Nedved, estocada mortal, Hierro se agarró la nariz y clavó la mirada en el suelo
El partido se reanudó con una nueva salva de bengalas y una pancarta de cien metros estirada a lo largo de la curva sur: "Hay una estrella en el cielo que indica el camino. Fuerza, Juve, vencer es tu destino". Por lo visto, el Madrid se había encontrado con la horma de su zapato. Un club prepotente con aficionados que gustan de las consignas fastuosas de raigambre totalitaria. Ahí había gente de toda Italia. De Campania, del Lazio, de Mantova, de Modena, de Brescia, del valle de Aosta...
El Juventus saltó al campo cargado de motivación y adrenalina. Sea por su célebre preparación atlética o porque la media de sus jugadores posee una complexión superior, lo cierto es que los futbolistas de camiseta a rayas se vieron unos cuantos puntos por encima del Madrid en el plano físico. Más frescos y, sobre todo, más rápidos. El Madrid, en cambio, se fue desinflando. Cuando no lo golpearon con una andanada de faltas, fue superado por las continuas pérdidas de balón por su centro del campo. Después del gol de Del Piero, el segundo, Hierro parecía desconcertado. El capitán se acababa de comer un regate, lo mismo que Salgado, y la moral se diluía de pronto. Los jugadores ni se miraron a la cara. Apenas hubo voces de aliento entre unos y otros. Más bien, un silencio ahogado en medio del grito de triunfo de los tifosi.
El gol de Del Piero, el ídolo local por excelencia, tuvo un efecto paralizante. Guti, uno de los pocos que supo mover el balón con intención en el medio campo, se había dejado llevar por la ira en una pelea con Thuram. Helguera parecía ofuscado, como Salgado. Roberto Carlos se ausentaba o se quedaba perplejo mirando las progresiones desaforadas de Thuram por su banda. Figo discutía con Guti, que le recriminaba su tendencia a trasladar la pelota en todo momento. Casillas había recobrado de súbito la condición de portero mortal. Y Raúl no podía zafarse de las argucias de un tipo con más años de brega que él. A la salida de una apendicitis, se había encontrado de frente con un central de rompe y rasga, el más completo del calcio, Montero.
"¡Juve, Juve, Juve...!", alentaba la tribuna con el viento favorable del 2-0. No parecía que hubiera nada en el mundo capaz de revertir la suerte. Si acaso, Ronaldo. Pero su incursión en el área, en el segundo tiempo, fue una explosión de fuerza en balde. Cayó al suelo con los tacos de Montero impresos en la pantorrilla lesionada hace una semana. Se levantó cojeando y el penalti, lanzado por Figo, resultó un nuevo fiasco. A los cinco minutos el Juventus se ponía 3-0 con el tanto del atacante que faltaba en su trío de fuoriclase: el checo Nedved. Otro golpe tremendo. Tras el gol, una estocada mortal, Hierro se agarró la nariz y clavó la mirada en el suelo. Ronaldo puso los brazos en jarras y miró el reloj. Y Zidane se secó el sudor con la camiseta. El media punta francés había regresado a su antiguo estadio, ante sus viejos fanáticos, para que le vieran perder el aliento y la magia, aunque les metiese el miedo en el cuerpo con su gol final, el del 3-1. Anoche los dioses estaban con la Juve. El éxito, y el Madrid lo sabe mejor que nadie, nunca es definitivo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.