Valencia, entre Madrid y Barcelona
En las dos últimas décadas, la capital de la Comunidad Valenciana ha acentuado sus perfiles urbanos, ha renovado su fisonomía y ha dado un salto en busca de su sitio en España y en Europa
Valencia no está de moda, sin embargo su reflejo parece más incisivo que en otros momentos. La conexión a la red de alta velocidad (prevista para finales de esta década), la consecución de varias hazañas deportivas, su dinamismo urbano y lúdico, algunos alicientes culturales y gastronómicos, así como el impulso de ciertos proyectos monumentales han intensificado su vistosidad. Pero sobre todo, es en el pulso librado entre Madrid y Barcelona donde ha adquirido una notoriedad muy estratégica.
Los fundamentos de este despegue se sentaron en los años ochenta, en los que confluyeron tres destacados políticos socialistas, hoy triturados por la voracidad interna de su partido, en el Ayuntamiento (Ricard Pérez Casado), la Consejería de Cultura (Ciprià Ciscar) y la Diputación (Antoni Asunción). La ciudad trazó su eje vertebral en el viejo cauce del río Turia, lo convirtió en jardín e incorporó nuevos elementos de arrastre como la fachada marítima, la avenida de Francia o el antiguo polígono de Ademuz, que hoy, prácticamente desarrollados, configuran el nuevo y controvertido skyline de Valencia. Asimismo, como consecuencia de esa gestión se activó una trepidante actividad cultural y se erigieron nuevos templos como el IVAM o el Palau de la Música, que situaron a la ciudad en las agendas internacionales.
Pese a su silueta terciaria, es la ciudad más industrializada del sur de Europa
En los años noventa, ya con la popular Rita Barberá en la alcaldía, Valencia alcanzó nuevos retos como ser la primera ciudad cableada con banda ancha de España. También abrió los primeros grandes contenedores que la acercaban al mercado del ocio, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Santiago Calatrava, en cuya sintaxis arquitectónica blanca están los nuevos signos de identidad de la ciudad, incorporados por los japoneses Ryue Nishizawa y Kazuyo Sejima a la ampliación del IVAM. A este fragor de cemento y de inauguraciones, a las que contribuyen el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (Muvim), diseñado por Vázquez Consuegra, o el Palau de Congressos de Norman Foster, se añade que el puerto de Valencia, que ya superaba al de Barcelona en tráfico de contenedores, también lo sobrepasó por primera vez en tráfico de mercancías.
Este inventario, que en la retórica oficial se vuelve efervescente, en ciertos ambientes de Barcelona se ha traducido en inquietud y se ha visto como "una operación dirigida desde Madrid" por el PP como contrapeso de la capital catalana. Sin embargo, muchos de estos proyectos ya estaban en marcha y se han financiado totalmente en base a los presupuestos autonómicos y a la deuda. En cuanto al puerto, disparó su inercia con la culminación de la autovía Madrid-Valencia, de la que el PP apenas construyó los 44 kilómetros finales.
Valencia es un territorio con una clara vocación logística, tiene tráfico y distribución de mercancías y manufacturas, pero, salvo el puerto, no dispone de ninguna instalación en este sentido. Con todo, según José Miguel Iribas, el sociólogo con mayor predicamento sobre la ciudad y coautor de las Directrices de Ordenación Territorial de la Comunidad Valenciana, reúne muchas cualidades para integrar territorios desarticulados.
En base a esta realidad, Iribas no entiende el planteamiento dicotómico radical y excluyente de Madrid o Barcelona, que en Valencia han heredado como discurso la derecha anticatalanista y la izquierda anticentralista. "¿Por qué no Madrid y Barcelona?", se pregunta, y se responde: "Ahí es donde Valencia adquiere una fuerza formidable. Conecta el sur de la península con Barcelona y Europa, luego conecta con Madrid, abriéndole todas sus posibilidades en el Mediterráneo, al mismo tiempo se conecta a la mayor concentración de poder económico, político y cultural del país. Además de las posibilidades de un eje atlántico con Madrid y Lisboa muy interesante", expone.
Valencia, de acuerdo con su análisis, tiene un perfil de centro terciario asociado a los procesos industriales de la Comunidad Valenciana, donde el diseño tiene un papel importante. Es una ciudad con muchos servicios básicos pero "con un infradesarrollo de los servicios avanzados", y a pesar del cableado pionero, "está por debajo de la media nacional de los ratios de desarrollo tecnológico, inversión y conexiones a Internet".
Pese a su acentuada silueta terciaria, es la ciudad más industrializada del sur de Europa (ocupa en torno al 30% de la población activa), tiene 764.000 habitantes censados y un cinturón de 52 municipios que aglutina a otras 650.000 personas, lo que la convierte en la tercera aglomeración urbana de España. Sin embargo, las Directrices insisten a la Generalitat que si en los próximos 30 años Valencia no crece otro medio millón de habitantes y aumenta su masa crítica va a estar en mala situación para competir con las ciudades de su tamaño en Europa y atraer actividades avanzadas. Valencia tampoco ha desarrollado suficientes servicios como para estar en el concierto de las grandes áreas como Manchester-Liverpool-Birmingam, la Bretaña o el Randstad.
Sin embargo, el factor que percibe la gente con mayor evidencia es que se trata de una excelente ciudad para vivir: marítima, clima benigno y buenos espacios naturales. No es una pequeña capital de provincia, puesto que cuenta con una oferta de servicios culturales y comerciales con cierto grado de sofisticación, pero es muy paseable y con unas distancias que permiten a la gente volver a comer a su casa. Las facturaciones de metro han demostrado que las relaciones con su periferia son distintas al resto de España: la ciudad no asume sólo la función del trabajo sino que hay gente que vive en ella y trabaja en su perímetro. Y además, por las distancias asequibles, hace cuatro viajes al día y no dos.
Esta generosidad climática le abre una expectativa turística hasta ahora poco sondeada. El área metropolitana de Valencia reúne el 16% de playas urbanas cualificadas de España, complementadas por una oferta con elementos atractores y de una vitalidad urbana y de servicios más que suficiente. Y, según Iribas, con "una de las mejores marchas nocturnas espontáneamente inducidas". A ellos se unen los que la Administración ha puesto en juego, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias (con L'Hemisfèric, el Museu de la Ciència, L'Oceanogràfic y el Palau de les Arts), que sólo pueden adquirir pleno sentido con un aumento de la población rotatoria.
Un coto electoral de Rita Barberá
Desde 1991, en que entró a la alcaldía del brazo del difunto Vicente González Lizondo (Unión Valenciana), Rita Barberá (PP) ha demostrado ser un temible tifón electoral. No le costó mucho fagocitar al partido regionalista que entonces le facilitó la vara frente a la candidatura más votada (la del PSPV-PSOE con Clementina Ródenas a la cabeza) y se supo imponer en su formación como la primera y más importante pica del PP en un territorio socialista.
Su potencia en las urnas fue la principal energía que en 1995 arrastró a su partido hasta el Palau de la Generalitat, con tanto vigor que ni un alicantino tan de pro como Eduardo Zaplana evitó en sus días autonómicos la tentación de renunciar a su circunscripción para presentarse por Valencia y beneficiarse de su impulso, que en 1999 se cuantificó en el 53,8% de los votos emitidos.
Hasta ahora, Barberá ha tenido 20 de los 33 concejales del consistorio (11 el PSPV-PSOE y 2 Esquerra Unida) y a pesar de que en principio los sondeos le atribuían una notable caída como producto del efecto de la guerra de Irak, ya le auguran que revalidará la mayoría absoluta. Aunque con un dato inquietante sobre su mesa: Unión Valenciana, hasta ahora fulminada de la faz de las instituciones, podría regresar al recoger el desgaste popular como vaso comunicante del PP que es desde su escisión de Alianza Popular.
La renuncia de Carmen Alborch, que en 1999 hubo de desistir de optar a la alcaldía por la obstrucción orgánica de un partido en el que no sólo simpatizaba desde siempre sino del que ha sido un referente significativo, ha privado a Valencia de un duelo entre dos mujeres con gran atractivo electoral.
Barberá, sin Alborch y apartada Ana Noguera, se confronta con el socialista Rafael Rubio, quien comparece sin demasiados atractivos y con el dudoso cartel de haber formulado un comentario inapropiado, por el que ya ha pedido perdón, acerca de los efectos de la enfermedad de la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, en su actitud respecto a la guerra.
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