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Columna
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El público de la tragedia

El día 8 de marzo de 1918, Josep Pla empezaba la redacción del Quadern gris con estas palabras: "Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la universidad. Desde entonces mi hermano y yo vivimos en casa, en Palafrugell, con la familia. Somos dos estudiantes ociosos". Pla se refiere a la furiosa y voraz pandemia que se extendió por todos los continentes y se llevó por delante a una monstruosa cifra de enfermos: entre 25 y 50 millones de personas (la flexibilidad de la cifra es debida a la falta de registros de mortalidad en África y Asia, aunque en la India constan, por ejemplo, más de 12 millones de muertos, ¡12!). Esta gripe, popularmente conocida como "la influenza española", duró dos años y se confundió con los desastres y la indescriptible mortandad de la I Guerra Mundial (la primera en la que los grandes avances científicos de la modernidad se usaron para segar vidas en masa). Algunas webs médicas que he consultado afirman, precisamente, que el virus de esta gripe obtuvo su primera victoria el 4 de marzo de 1918 en un campamento de Tejas, y que pronto se extendió por Norteamérica. A través de los soldados norteamericanos que combatían en Europa se expandiría por este continente. Aunque leyendo a Pla las fechas no me cuadran (¿sólo cuatro días después de desatarse la gripe en Tejas ya cierran la Universidad de Barcelona?), lo cierto es que la guerra y la pandemia coincidieron en el tiempo y dejaron un mundo completamente desolado. Como una caricatura, parece repetirse la historia de nuevo: el trágico, aunque fulgurante, desarrollo de la guerra de Irak terminó en el preciso instante en el que aparecían en los medios de comunicación las noticias del nuevo virus mutante que ataca desde China.

Paralelismo: en 1918 una terrible gripe vino a sobreponerse a una gran guerra. Ahora tenemos otra pandemia y otro conflicto bélico

Más que el avance de esta moderada epidemia, a uno, con sinceridad, le inquieta la casual sustitución mediática del tremendismo de la guerra por el tremendismo de una enfermedad nueva y rara. No es fácil, en efecto, que los espectadores se acostumbren a la gris normalidad cotidiana (con sus políticos embutidos en trajes azul marino, sus esculpidos deportistas y sus televisivos personajes hinchados de silicona). Después de haber visto un ataque bélico en directo, minuto a minuto (hazañas bélicas, contestación pacifista, niños amputados, periodistas bombardeados, caída de estatuas, derrumbe de un régimen), no es fácil regresar a la pálida ficción, y menos a la anodina convención de cada día. Una pandemia como Dios manda aparece, ante todo, como un magnífico menú alternativo. Durante unos días, este virus mutante nos ha estado acechando por la pantalla del televisor, en la mejor tradición de aquellos cuentos de miedo que describían a unos seres raros y ponzoñosos ocultos detrás de los cuadros colgados en la pared de las casas y preparándose para un diabólico asalto.

Después, el impacto mediático del nuevo virus ha declinado ligeramente, aunque las consecuencias económicas (turísticas y comerciales) están siendo desastrosas para Asia. En realidad, las cifras del SARS son ridículas: en la colosal China de 1.200 millones de habitantes, las víctimas mortales son, de momento (datos del día 9 de mayo), 224 y menos de 5.000 los afectados, la mayoría de ellos ancianos. Nada en comparación con el virus (por cierto también mutante) de la gripe de 1918, que fue no sólo extraordinariamente millonario en víctimas, como ya se ha dicho, sino que se cebó fundamentalmente en los jóvenes. Mordaz incluso ante la muerte, Pla se pregunta: "La gente dice que la infección microbiana ataca, sobre todo, a los organismos fuertes y de complexión muy robusta. Pero entonces, ¿cómo se explica la muerte de Joaquim Folguera? Lo conocía de vista. Era jorobado y dramáticamente contrahecho".

El miedo que ha causado esta epidemia conecta, naturalmente, con un pánico ancestral, fosilizado en la memoria histórica: el pánico a las antiguas pestes que diezmaron una y otra vez la población del mundo en la Edad Media (la virulenta gripe de 1580 dio el nombre internacional a la enfermedad: una perniciosa influenza de los astros, según el Papa de entonces). La gripe es ahora una enfermedad benigna, casi amable, y el pánico ancestral se alimenta ahora de enfermedades imprevistas y, por tanto, más inquietantes, como el sida, el Ébola o el síndrome de las vacas locas. Paradójicamente, algunas formas de morir, muy habituales y rutinarias en nuestros días, como las que causan los accidentes de circulación (hoy van a producirse inevitablemente unos cuantos), no producen ni miedo, ni tan siquiera prudencia. Muchos de los que estos días han dejado de viajar a China o a Canadá están conduciendo ahora mismo como locos por cualquier autopista congestionada (aupados por la publicidad, aunque ligeramente criticados por los gestores del tráfico y por algún hipócrita como yo -que con harta frecuencia supero, como todo el mundo, los límites de velocidad que inútilmente constan en las señales).

Volviendo a Pla. Hay escasísimas referencias a la gripe en el sensacional Quadern gris (que cito en la sabrosa versión de Ridruejo). Libre de las clases, se dedica a leer, a pasear, a discutir, a escuchar la lluvia ("Oír, estando en la cama, caer el agua del tejado en la cisterna del jardín es muy agradable, tanto como un somnífero"). De vez en cuando, se refiere a un funeral, pero el lector tiene la sensación de que en aquel tiempo las enfermedades se aceptaban como se acepta la lluvia: como algo normal, inevitable. Pla huye de la nota trágica: "Supongo que en la tragedia, el público está de pie. Ante un público sentado, sólo se deben poder representar, decentemente, comedias". La gripe avanza, pero el joven Pla "siente pasar el tiempo de una manera suave, como un chorro de aceite". Lee. Montaigne es uno de sus preferidos. La virtud que más le gusta del pensador francés puede explicar por qué en tiempos de Pla el miedo a la enfermedad era mucho menos aparatoso que ahora. "Montaigne tiene una idea muy precisa de la insignificante posición que tiene el hombre sobre la tierra".

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