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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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El demonio centralista

Papá Pujol nos ha vuelto a reunir. Malos catalanes como somos, no nos hemos enfrentado suficientemente al centralismo español, esa resistente hidra cuyas cabezas reaparecen en todas nuestras pesadillas patrióticas. Como buen patriarca de la gran familia unida, catalana para más detalle, Pujol nos recuerda la amenaza, nos castiga por nuestra inapetencia y nos anima al combate; "alça el punyal i defensa el teu bé", que diría el maestro Foix. Y una se queda ahí, clavada ante la noticia, medio azuzada por su conciencia, y con una evidente cara de culpable: mala hija, sin duda más bastarda que pródiga. "No preguntes qué hace la patria por ti, pregúntate que haces tú por la patria", y resulta que no haces nada, que las tropas centralistas avanzan al galope, y que tú estás durmiendo la siesta de los irresponsables. Menos mal que papá Pujol vela el sueño de los catalanes y, si hace falta, él mismo hace sonar las trompetas.

Bruscamente despierta, pues, y desvelada, recojo el guante del presidente para formularme la siguiente reflexión, no sin antes felicitarle por haber descubierto el huevo de Colón: ¡el centralismo existe! Existe tanto que complica las relaciones entre pueblos, intoxica los debates, crea agravios comparativos, daña intereses económicos, contamina la normalidad. Pero que sea cierta la afirmación no implica una buena posición social y moral de quien la verbaliza, y ésa es, para mí, la clave de la cuestión planteada. ¿Está Pujol en posición moral de reunir a los catalanes? Hay que decir primero que esa tendencia patriarcal del presidente es un tic mesiánico que, aunque le ha acompañado en su largo mandato, nunca ha sido demasiado bonito. Pujol es sólo un gobernante, por mucho que sea un gobernante eterno, y como tal sólo es un intermediario entre el bien público y la sociedad. Somos nosotros, los ciudadanos, los únicos que podemos rendir cuentas, pedir explicaciones y, si hace falta, hasta reunir al personal. Sólo un político que adopta una especie de misión histórica, tintada de liturgia religiosa, puede llegar a creer que lo suyo va más allá de la administración de la cosa común. Entonces, pasa a ser un rey o un cura, y algo de cura y de rey tiene nuestro presidente.

Dicho lo cual, y aun en el caso de que fuera pertinente que los políticos se dediquen a tirarnos de las orejas, hay algunos tirones que son el colmo del bochorno. Resulta que tenemos durante dos décadas al mismo político en la presidencia; resulta que ese mismo político ha sido clave en diversos gobiernos del Estado; resulta que no tuvo apuros en pactar con la derecha más rancia española, con la excusa de unos dividendos políticos que nadie ha visto por ningún lado; resulta que, gracias a sus buenos oficios, esa derecha consiguió un nivel de poder político y económico que no se correspondía con los votos conseguidos; resulta que el presidente en cuestión aseguró, en un acto de chulería política, que lo hacía para "democratizar y catalanizar al PP"; resulta que es evidente que ha tenido un exitazo de campeonato; resulta que aún sigue esclavo de los votos que le dan, a goteo, en el Parlamento; resulta que mientras ha mandado, y mucho, en la España de sus desamores, ha pasado todo lo que ahora tanto le atribula, neocentralismo incluido; resulta que...

Pujol ha practicado siempre la ambigüedad política, tanto en su componente social como nacional. Esa ambigüedad es la que le ha permitido ser difuso pero muy difundido -"difús, però difós", dicen los manuales- y la que le ha dado pasaporte para hacer todo tipo de piruetas políticas, a cual más ideológicamente insólita. Puede que sea un radical nacional, pero lo disimula en su práctica política. Puede que sea un neoconservador social, pero deja que sea "la Marta" la que parezca mas ultramontana. Perfectamente instalado en un centro a la catalana, basado en la ausencia de definición, Pujol sólo aterriza en los aeropuertos de la radicalidad cuando está en campaña. Entonces aparecen los centralismos, los peligros que acechan la patria, las amenazas. Como si fuera un spot publicitario, perfectamente guardado a la espera de los días de la cólera, Pujol lleva 22 años gobernando de espaldas a la ideología, pero ganando gracias a la ideología. Sabe que usar el nombre de Cataluña en vano le garantiza paquetes de votos más cercanos a la fe que al contraste de ideas. Si, además, lo que empieza es una campaña electoral de municipales, entonces necesita aún más la patria. Para un partido con tan escasa vocación municipalista, qué mejor que usar los espantajos españoles para liberarse de las profundas contradicciones sobre el terreno. ¿Por qué no habla Pujol de la Cataluña municipal, esa que lleva tanto tiempo castigando? Porque sabe que lo difuso y lejano le evita más disgustos que lo real y cercano. Tiene elecciones en Cataluña, pero parece Mendiluce presentándose por Madrid. Y es que Pujol es como el Barça, que cuando no gana títulos saca a pasear a Guruceta...

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