Luchadores
La vida, ya se sabe (lo sabían nuestros padres porque se lo dijeron sus abuelos), es una lucha ardua, un cuadrilátero de pressing catch, una riña de gallos. Nos pasamos el día luchando unos contra otros: árabes y judíos, hutus y tutsis, poetas de la experiencia y de la diferencia, constitucionalistas y nacionalistas.
Si no tenemos la necesidad de llegar a las manos, ni de poner la vida en el tablero de una guerra ilegal y tramposa, continuamos luchando de otro modo contra otros enemigos. Y es que siempre habrá algo (y sobre todo alguien) contra lo que luchar. Los blancos lucharán contra los colorados y los renovadores decidirán cargarse a los representantes de la vieja guardia. Se trata de luchar, contra la celulitis o contra el reloj, en pos de una ambición o en pos de un piso.
Pues bien, en este mundo pícaro y guerrero, de vez en cuando a alguien se le ocurre plantear otra clase de luchas, otra clase de guerras incruentas, pero guerras a muerte al fin y al cabo. Guerras en que el combatiente forma algo parecido a un ejército de un solo hombre (o una sola mujer) y convierte su vida en una heroica, interminable y desigual campaña.
Ryszard Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez, que acaban de ganar el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, forman parte de ese grupo admirable de personas que luchan, en sus ejércitos unipersonales, contra el mismo feroz enemigo. El reportero polaco, autor de libros sobre el derrumbamiento de la URSS, el régimen de Jomeini o el abandono de Africa, y el teólogo peruano, fundador de la Teología de la Liberación y admirador de Juan XXIII y Fray Bartolomé de las Casas, tienen un enemigo común: la miseria del mundo.
Las vidas y las obras de Gutiérrez y Kapuscinski son una lucha contra la miseria que enfanga este planeta. Una batalla contra la pobreza que, como decía desde su asilo neoyorquino un novelista viejo y desconocido llamado Felipe Alfau, envilece, enfurece y emputece a dos terceras partes de la humanidad. Eso es lo que consigue la pobreza. "El pobre honrado, si es que puede ser honrado el pobre", escribía Cervantes. Lo de que el pobre es rico de espíritu se parece a una viñeta negra del desaparecido Chummy-Chúmez. Para los ricos la pobreza no es más que una ley de la naturaleza.
Por eso la teología de Gustavo Gutiérrez, con su "irrupción del pobre", más que para alertar conciencias, que también, sirvió para incordiar al Vaticano y amargar el chocolate con soconusco y el Montecristo del 3 a unos cuantos obispos. Contra la invisibilidad del pobre han luchado y aún luchan con denuedo, cada uno desde su trinchera particular, estos dos hombres. Los pobres, por desgracia, además de legión, siguen siendo invisibles y mudos. En Ruanda y en Bilbao. Los medios de comunicación no han conseguido, por más que lo pretendan, hacer visible al pobre. Vemos los reportajes sobre la miseria (en Ruanda o en Bilbao) igual que vemos los documentales de National Geographic. El fin de la miseria no parece cercano. Sin embargo, saber que existen gentes como Gutiérrez y Kapuscinski, gentes que viven en pie de guerra contra la pobreza, nos reconcilia con la humanidad. Si hay una lucha digna es precisamente ésa, aunque esté llena de batallas perdidas.
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