A Julio A. Parrado

Me gustaría no tener que escribir esta carta en el día de hoy, pero no puedo dejar de pensar en ti... Se que esta guerra ha tenido muchas víctimas y que tú sabías lo que era una guerra, pero aún así no puedo dejar de llorar pensando en lo injusto de tu muerte...

Desde hace muchos años fuimos amigos de verdad, lo compartimos todo, alegrías, llantos, fantasías y muchas cosas más. Tus ganas de vivir contagiaba a todo el que estaba cerca de ti, incluso en la guerra procurabas transmitir paz, sosiego, alegría, para todos los que teníamos miedo, miedo a perderte, miedo a no volver a verte, pero eso era una idea que tú nos hacías olvidar. Tenías esas forma de entender la vida de las personas que han nacido con estrella, como decimos en nuestra tierra. Eso pensaba yo, hoy Julio ni siquiera puedo pensar, sólo llorar y llorar por no haberte persuadido cuando dijiste que tenías que ir a Irak. ¿Por qué te dejamos marchar? No pensamos ni un sólo minuto lo que iba a ser vivir sin ti para siempre...

Hoy sólo puedo pensar en ti y en tu madre, que inculcó en ti los grandes valores de tu vida, que hizo de ti un gran hombre. Y tú padre, siempre sereno, siempre tranquilo, ¿cómo va a vivir sin ti? ¿Qué será de todos los que te quisimos tanto? Nos has dejado una terrible herida en el alma para siempre.

Mañana empezará otro día, pero ya nunca volverá a ser igual, seguramente nuestro llanto se suavizará y hasta volveremos a sonreír, pero ninguna de las personas que te quisimos y a las que tú quisiste, volveremos a ser como antes, antes de que te mataran en una maldita guerra, como todas las guerras malditas, pero ésta para todos nosotros "inolvidable".