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Reportaje:REPORTAJE

La liberación (del petróleo) de Irak

Tras el derrocamiento del régimen de Sadam Husein, las superpetroleras de los países vencedores se aprestan a desplazar a algunas de sus competidoras del apetitoso pastel del petróleo iraquí.

Según diversos cálculos, hasta el año 2010 la demanda de petróleo y gas crecerá anualmente a un ritmo del 2% y el 3%, respectivamente, lo que genera unas inmensas perspectivas de negocio. Esta predicción refleja los beneficios que supone la utilización de ambos hidrocarburos, su fácil uso y su capacidad de transformación en multitud de productos de uso cotidiano.

Sin embargo, en la industria del petróleo y del gas, mientras la demanda se incrementa, la producción en las áreas tradicionales está en declive. Recientemente, el director de la principal petrolera occidental afirmaba que la mitad del volumen diario necesario para cubrir la demanda estimada para el año 2010 no se encuentra todavía a punto para su producción. Según la misma fuente, para cubrir tal demanda la industria necesitará incrementar su producción diaria en 80 millones de barriles de equivalente de petróleo. El coste previsto para lograr este objetivo podría alcanzar el billón de dólares, o, si se prefiere, alrededor de 100.000 millones de dólares por año.

El control del petróleo iraquí significará el contrato del siglo para las multinacionales y la introducción de un caballo de Troya en el seno de la OPEP
Las compañías estatales tienen las reservas, pero no la tecnología y el dinero para aumentar la producción; lo contrario que las multinacionales privadas

Muchos pensarán que, con este dinero en la mano, la prevista desigualdad entre producción y consumo podría simplemente solventarse con nuevos descubrimientos. Sin embargo, la factibilidad de esta posibilidad no es, en absoluto, evidente. De hecho, la comparación de las curvas de crecimiento de la demanda en los últimos 100 años con las del volumen de los descubrimientos de petróleo realizados durante el mismo periodo nos revela un dato de suma importancia: desde la década de los ochenta, la curva de adición de nuevas reservas permanece por debajo de la del consumo, aunque el área englobada por la curva de los descubrimientos es todavía dos veces mayor que la correspondiente a la curva de la demanda. Es decir, aunque la situación no sea alarmante a corto plazo, en estos momentos estamos ya claramente viviendo de las rentas. Y algo parecido sucede con el gas natural.

Difíciles exploraciones

En la industria del petróleo y el gas son ya muchos los que piensan que los grandes éxitos en exploración van a ser cada vez más difíciles. El año pasado se realizaron descubrimientos importantes, pero cada vez éstos tienen lugar a mayores profundidades en tierra, en aguas más profundas en el mar y a distancias cada vez mayores de los principales centros de consumo. Los más optimistas pueden argumentar que estas dificultades podrían superarse mediante un incremento del precio del barril que incluya unos costes de exploración y producción mas ajustados a la realidad. Sin embargo, de nuevo la comparación entre las curvas de precios y hallazgos muestra un resultado sorprendente: muchos de los descubrimientos del siglo se realizaron en momentos en que los precios del barril eran mucho más bajos que los actuales, y, a largo plazo, los ciclos de descubrimiento muestran una escasa correlación con los correspondientes a los precios. Contrariamente a lo que pueda pensarse, desde una perspectiva histórica, no son los precios los que han controlado el volumen e importancia de los hallazgos, sino las mejoras tecnológicas y los acontecimientos geopolíticos que han permitido el acceso a nuevas áreas. Algunos ejemplos, como lo acontecido en el Caspio, África del oeste (Angola, Gabón, Guinea Ecuatorial, República del Congo, Camerún, São Tome, Chad, Mauritania...) y la progresiva apertura de Rusia al libre mercado son ilustrativos.

El previsible déficit existente entre la demanda y la producción requerirá echar mano de las reservas y recursos ya inventariados. Y esta consideración nos lleva a otra cuestión importante: ¿dónde están tales reservas y a quién pertenecen? Respecto a la primera parte de la cuestión, podemos simplificar la respuesta afirmando que cerca del 67% de las reservas de petróleo del planeta se localiza en una elipse energética que a través de Irak e Irán se extiende desde la península Arábiga hasta las riberas del Caspio. Y una situación parecida sucede con el gas: el subsuelo de Oriente Próximo y la antigua URSS alberga algo más del 70% de las reservas probadas.

Una observación interesante es que si procedemos a comparar la distribución por países de las reservas, producción y consumo de petróleo obtenemos una clara relación inversa, de manera que los que más gastan son los que menos reservas tienen. Posiblemente, la respuesta a la segunda parte de la cuestión sea menos conocida, a pesar de su importancia. Y es que, en nuestra condición de consumidores, a la hora de evaluar quién es el propietario de la mayor parte de las reservas de petróleo es comprensible que tengamos una percepción errónea y creamos que éstas están en manos de las grandes multinacionales privadas. Craso error. Si bien es cierto que las superpetroleras ocupan puestos de honor en los rankings mundiales de refino y producción, no sucede lo mismo con el de reservas. Las 10 primeras compañías del citado ranking son monopolios estatales que totalizan el 80,6% del total de las reservas de hidrocarburos líquidos del mundo. La primera compañía privada (la rusa Lukoil) ocupa el undécimo lugar, un puesto por delante de Exxon Mobil, que tan sólo posee el 1% de las reservas mundiales.

Abrir las puertas a la gran oportunidad de negocios que significa satisfacer la demanda de petróleo y gas de esta década requiere al menos dos llaves. Las compañías estatales tienen las reservas, pero carecen de la tecnología y del dinero necesarios para acometer un incremento significativo de su producción, y lo contrario sucede con las grandes multinacionales privadas del sector. A priori, este hecho puede solucionarse si las superpetroleras se prestan a intercambiar capital y tecnología por petróleo y gas, siempre que se les garantice la seguridad y rentabilidad de sus arriesgadas inversiones multimillonarias.

La baza política

En la práctica, para lograr este último fin, las multinacionales juegan a fondo la baza política, utilizando toda la presión que sus Gobiernos puedan ejercer. El objetivo es firmar un tipo de contrato que les proporcione una participación en la propiedad de los campos, lo que incrementa el volumen de sus reservas y, por tanto, el valor de sus acciones, al mismo tiempo que les exonera, durante la duración del proyecto (que a veces alcanza los 50 años), del cumplimiento de las regulaciones locales en materia medioambiental y de impuestos. Hasta la fecha, este tipo de contrato leonino (conocido como production-sharing agreements o PSA) ha sido firmado por países pobres, políticamente débiles y corruptos, como muchos de África y Asia central, Rusia y Ecuador. Algunos Parlamentos, como el de México, y las petromonarquías del Golfo los han venido rechazando reiteradamente por considerarlos una cesión de soberanía inaceptable, ya que, entre otras cláusulas, en caso de conflicto entre las compañías y el Gobierno deben buscarse arbitrios particulares en París y Londres, evitando el dictamen de los tribunales locales.

En este contexto, el lema de la Administración de Bush -"el petróleo de Iraq pertenece al pueblo iraquí y será usado para su beneficio"- cobra todo su sentido. Aunque, en los círculos de la industria petrolera, algunos ejecutivos norteamericanos fantasean con la idea de privatizar el sector petrolero iraquí y utilizar dicho experimento como un prototipo a exportar (por las buenas o por las malas) al resto de Oriente Próximo, lo más probable es que se mantenga una compañía estatal, y que, bajo el implacable dictado de los vencedores de la guerra y la acuciante necesidad de reconstruir el país, éste se avenga a firmar, por primera vez en Oriente Próximo, apetitosos PSA con las superpetroleras norteamericanas y británicas. Recientemente, un informe de la compañía londinense Bayphase Ltd. calculaba que el potencial último de reservas recuperables de petróleo de Irak podría alcanzar los 330.000 millones de barriles, y las de gas, los ocho billones de metros cúbicos. Aunque otros analistas rebajan significativamente estas cifras, no cabe duda de que la operación significará el contrato del siglo para las multinacionales citadas, un toque de atención para las actualmente todopoderosas compañías estatales y la introducción de un caballo de Troya en el seno de la OPEP.

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