_
_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Libros, letras y picapiedras

Un viejo y suponemos que amortizado eslogan publicitario proclamaba que "un libro ayuda a triunfar". Otro aseguraba, con mejor tino, que "más libros, más libres". Al margen de su idoneidad persuasiva, revelan el propósito de promover la lectura y prolongar la galaxia de Gutemberg afrontando la ofensiva de los medios audiovisuales. Ignoro si aquellas campañas estimularon la afición por la letra impresa y las expectativas editoriales. Daño, por supuesto, no haría, aunque parece obvio que por sí solas no atenuaron el problema que supone el déficit de lectores, tanto más acentuado en estos momentos caracterizados por una desmadrada producción editorial de azaroso destino y rendimiento.

El País Valenciano no es una excepción en ese panorama. Leemos poco, tanto libros como periódicos. Extrovertidos y a menudo extravagantes no tenemos tiempo para cultivar estos hábitos, como demuestra la desertización libresca de tantísimos hogares, decimos de los económicamente holgados, y las tiradas de los rotativos. Esta laguna no determina que seamos menos libres, pero explica ciertas torpezas cívicas y resta crédito al propalado progreso de la comunidad autonómica. Una vertiente en la que raramente suelen reparar los gobernantes, aplicados como están a aquellas iniciativas de floración rápida y espectacular. Enseñar a leer y gustar de las letras requiere una dedicación tenaz y demorada.

Lo dicho cobra visos dramáticos -o esperpénticos- si pensamos en el desestimiento acentuado en que se tiene la producción editorial y consumo de obras en valenciano. En este capítulo la incuria oficial linda con el dolo, por más que la autoridad constituida alegue en su descargo que el artificioso conflicto lingüístico impida definir unas políticas de promoción enérgicas y generosas. Excusas de mal pagador, tanto más mortificantes cuando es evidente que, contra viento y marea, hay editores que resisten y sobreviven, y para quienes habría que arbitrar expectativas de fusión y fortalecimiento. Y no digamos de persuasión para los lectores. ¿Qué espacios dedica la TV pública autonómica a tal fin?

En este marco, ya habitual, se presenta la Feria del Libro en su 34 edición, a partir del miércoles próximo en los Jardines de Viveros. Sus pronósticos son optimistas y cruzamos los dedos para que ni el clima ni la autoridad los frustren. Es un gozo ver a la gente -en realidad, a la familia- comprar libros y reencontrarse a su vera. Para este público, por cierto, ya es indiferente que los planes de enseñanza que se tejen dediquen más o menos horas lectivas al cultivo de las lenguas, ya sea castellana o autóctona. Este público ya ha aprobado con creces y penalidades su asignatura.

Pero es una calamidad la que se perpetra intentando recortar su docencia, decimos de un país, como éste, en el que -salvo eminentes excepciones- se habla y se escribe con la galana elegancia de una vaca borracha. A fuerza de maltratar las dos lenguas -las del estatuto- nos estamos quedando con su mera caricatura. No es el mejor abono para suscitar aficiones librescas.

Y por falta de este abono -llámese cultura- acaecen sucesos como el que nos tiene alarmados esta semana. Nos referimos al desmantelamiento del Teatro Romano de Sagunto, que por lo visto es inminente, aunque sólo lo haya instado un abogado sin pleitos, una camarilla desnortada y amparado por un partido político oportunista -el PP- que, dicho sea a modo de eximente, ya está arrepentido de la maldad. Verdad es que la piqueta cuenta con todas las bendiciones legales para abatir mármoles y muros, dejando al aire la nuda realidad del monumento, tal como figura en las amarilladas postales. Pero, de consumarse, tal barbaridad no se atenúa por más legítima que sea.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Aunque, agotadas las instancias, la ley no deja resquicios, seguro que la resolución judicial auspicia alguna transacción para impedir el tremendo desmán. Reconozcamos públicamente la razón de quienes han impugnado la reconstrucción del coliseo, colguémosles la consabida medalla y todos los reconocimientos del caso, pero no nos sumamos colectivamente en esta demencia de picapiedras, derrocando la obra de Grassi y de Portaceli, que ya es parte de ese paisaje y de nuestro patrimonio cultural. Si se leyese más no pasarían estas cosas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_