Un bello triángulo de amor
'La buena estrella', de Ricardo Franco, en la colección de cine de EL PAÍS
Cuando en 1996 Ricardo Franco recibió la oferta de dirigir esta película se encontraba enfermo, convaleciente aún de su sexta operación (una retinopatía diabética complicada con un glaucoma), "con el futuro nada claro, por no decir muy oscuro", según contaba, y poco dispuesto a trabajar en una historia que no le había interesado "por su violencia, por su negrura, por las humillaciones a las que se sometían los personajes...". Se trataba de un proyecto de Juanma Bajo Ulloa, El
manso, que no llegó a realizar por desacuerdos con los productores, y que Ricardo Franco comenzó rechazando: "El cuerpo no me pedía una historia de desatinos humanos, sino todo lo contrario: una historia de personajes bondadosos, incluso a su pesar. Fue entonces cuando me dieron libertad total para darle la vuelta", lo que hizo junto a la guionista Ángeles González-Sinde. "Más que la violencia, me interesó la posibilidad de un triángulo amoroso en un medio cultural y social improbable. Nunca me sentí un intruso en este proyecto porque no rodé el guión de Juanma. La historia cambió profundamente", y así lo reconoció luego Bajo Ulloa.
"Esta película se entiende porque habla de sentimientos reconocibles"
La buena estrella de Ricardo Franco narra una "desgarrada y cautivadora metáfora de amor entre un manso casquero castrado, una maternal puta tuerta y un macho macarra zurrado; no es un cuento de despojos humanos, sino una verdad de humanos despojados: tres náufragos de la especie que nos conciernen de lleno", escribió en este periódico Ángel Fernández-Santos, que prolongó sus elogios cuando La buena estrella compitió en el Festival de Cannes: "Es una dura y no obstante tiernísima historia de dolor, infortunio y, finalmente, de amor triangular. Es un gozo y un orgullo verla, redescubrir en ella la extraña y mágica capacidad de Ricardo Franco para sacar hilos de luz de la negrura y para convertir una historia de cutrerío y desgarro en un prodigio de delicadeza, humor y lirismo. Es una de las más bellas películas de amor logradas por el cine español". Cuando recibió en Cannes el Premio Ecuménico, Ricardo Franco afirmó: "Todo lo que pasa se puede contar si se hace con las palabras adecuadas, y las palabras adecuadas siempre están junto a los sentimientos. Esta película se entiende porque para todos -o al menos para muchos- habla de sentimientos perfectamente reconocibles".
No fue el de Cannes el único premio obtenido por La buena
estrella. En el Festival de San Diego fue la mejor película, y en el de Mar del Plata, Ricardo Franco recibió el premio al mejor director, mientras sus actores Antonio Resines y Jordi Mollà obtenían los de interpretación. Pero fue especialmente en los Goya de 1998 donde la película obtuvo un éxito rotundo al recibir los de Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Original, Mejor Música (Eva Gancedo) y Mejor Actor Principal (Antonio Resines), en estrecha competencia con Secretos del
corazón, de Montxo Armendáriz, la otra favorita del año.
El mérito de los tres intérpretes principales fue ampliamente reconocido. Beatrice Sartori, por ejemplo, aseguró que "Ricardo Franco hace accesibles las emociones al espectador sin tremendismo, a través de elipsis en el paso del tiempo, en el sugerir y no mostrar, en la delicadeza de contar cosas sin enseñarlas. Cómplices en la tarea, un trío virtuoso de actores prodigiosos: un Antonio Resines sobrio y sorprendente, la mejor Maribel Verdú desde Amantes, y Jordi Mollà, por fin en la gran película que se merece. Además, Elvira Mínguez, Ramón Barea...". En Cinemanía, Inma Garrido comentó elogiosa que "Antonio Resines está aquí alejado de sus papeles cómicos habituales, y sorprende por su gesto grave". ¿Había sido un riesgo ofrecer a Antonio Resines un personaje tan alejado de su habitual vis cómica? Así se lo había parecido al productor Pedro Costa, ante el que Ricardo Franco se mantuvo firme, como él mismo contó a Miguel Juan Payán en una entrevista: "Yo creía en él. Sabía que tenía la técnica para hacer ese trabajo. Y también los sentimientos necesarios. Aunque a mí ya me han retirado de todas las cosas, más de una vez hemos estado Antonio Resines y yo a las ocho de la mañana abriendo algún local, y no precisamente porque estuviésemos muy contentos".
Curiosamente, a quien en un principio el director no aceptaba era a Maribel Verdú, que, sin embargo, estaba empeñada en interpretar "por encima de todo" a ese personaje de "mujer tuerta, maltratada por la vida". De modo que la actriz le llamó: "¿Por qué no me quieres?, y él me contestó que yo no había tenido suficientes vivencias, que no había sufrido lo suficiente. De modo que llegué a las seis de la tarde a su casa y me fui, a la una de la madrugada, sólo cuando me dijo: la tienes que hacer tú". Jordi Mollà, por su parte, no había aceptado el personaje del carnicero, empeñándose en interpretar al quinqui. El resultado de tantas vueltas fue un éxito para todos: "Tres maravillosos personajes en carne viva que llenan la pantalla de verdades como puños, a través de los rostros (ciertamente, en estado de gracia) de Maribel Verdú, Antonio Resines y Jordi Mollá, que se pegan a la retina y ahí se quedan haciendo antesala para instalarse en un rincón de la memoria del cine inolvidable. ¡Qué interpretaciones las suyas!", escribió Fernández-Santos.
"Lo que es innegable", confirmó Fernando Ferrer, "es que todos estos sentimientos podrían haber caído en el melodrama más rancio de la mano de otro director, pero Ricardo Franco demuestra que se puede hacer un cine de sentimientos, llevado por una sinceridad y compromiso con sus personajes como pocas veces se ha visto en el cine".
Babelia
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