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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Paul Auster, vente a Ikea

El gran Isaac Asimov padecía claustrofilia o afición a los lugares cerrados. En sus Memorias, publicadas por Ediciones B, explica cómo lo descubrió: "Miraba los escaparates en general y me interesaban en particular las exposiciones de muebles. Algunas tiendas exponían modelos de dormitorios y salas de estar y mostraban los muebles perfectamente colocados. Encontraba estas habitaciones terriblemente atractivas, cálidas y acogedoras. Me gustaban más que las habitaciones corrientes de mi casa o las de mis amigos. Pero ¿por qué? (...). Un día, estudiando una de esas habitaciones piloto que me producían el deseo habitual de vivir en ellas, por fin me di cuenta de la diferencia. La habitación piloto no tenía ventanas, su iluminación era una acogedora y cálida luz artificial. No había invasión violenta de la luz del sol".

Ikea siempre ha colocado con maestría detalles de 'atrezzo' en sus cocinas para crear la sensación de realismo

Algunos de nosotros, como Asimov, también preferiríamos vivir en una exposición antes que en nuestras casas. Así que el día que inauguran el nuevo Ikea de L'Hospitalet somos de los primeros en entrar porque queremos ser de los primeros en probar el mobiliario. Y en especial las cocinas. Los de Ikea siempre han sido unos maestros a la hora de colocar detalles de atrezzo en sus cocinas para crear la sensación de realismo. Paso de largo por el modelo Gruntal, donde los dueños están preparando crema de zanahorias al cava (receta fácil, leo, de 149 calorías), y decido quedarme en la Ärlig. Sentada en un taburete, saco el bocadillo y empiezo a desayunar mientras echo un vistazo al periódico que hay en la mesa. Estamos a 4 de abril. Después de leer, con preocupación, que las tropas estadounidenses han decidido iniciar el ataque a Bagdad asaltando el aeropuerto, estudio las costumbres de los propietarios de la cocina. Son catalanohablantes. Por lo menos, usan el catalán para escribir los recados en la pizarra. "Aquesta setmana: Portar a la María al metge, dimecres, 2.00. Festa dels nens, dissabte, 4.00. Trucar Sophie per convidar-la a sopar diumenge". Sophie, la que vendrá a cenar, vendrá sola. De lo contrario, la persona que ha escrito la nota en la pizarra lo habría escrito también. Una persona que deja claro que la fiesta de los niños es a las cuatro horas y cero minutos no se olvida del nombre del acompañante de Sophie. Pero la invita el domingo por la noche. Van comprendiendo, ¿verdad? Es un día difícil para trasnochar porque el lunes se madruga. Y el propietario de esta cocina no está en el paro. Gana dinero. Es evidente que Sophie se quedará a dormir. Así pues, Sophie, que seguramente es sueca, tiene un rollo con el que ha escrito la nota. Sabemos también que el dueño de la cocina (y rollo de Sophie) tiene que llevar a María al médico. María es una niña pequeña, porque en uno de los estantes hay un contenedor de plástico con juguetes en el que pone su nombre. O sea: el rollo de Sophie es el padre de María. Pero ¿por qué ha apuntado "María" con acento, si en catalán no se acentúa? Es raro que alguien se equivoque con el nombre de una hija. Estoy por escribir una carta al director para quejarme de las consecuencias de la política de inmersión lingüística, cuando me freno. ¡Claro! María debe de ser una hija adoptada. Por eso no le han cambiado el nombre. Un detalle me confirma que estoy en lo cierto: en la cocina hay un ordenador portátil. Como es lógico, el padre de María ya está escribiendo el libro sobre la experiencia de adoptar. Debe de ser algún tertuliano o presentador de la tele. Sí, sí, seguro que pronto sacará al mercado La declaración trimestral vista por un padre adoptivo.

Después del bocadillo en la cocina Ärlig, me apetece un café. Y por suerte, siempre que voy a Ikea me llevo el termo. Me lo tomo en la cocina Plug, donde estamos a 17 de febrero. En el periódico deportivo Sport Bladet de ese día -me lo encuentro allí encima- leo que el boxeador sueco Paolo Roberto se ha enfrentado al americano Wayne Martell. Los dueños de la cocina se llaman Ana y Luis, y llevan tres años de relación. Lo sé porque guardan facturas del año 2000, 2001 y 2002 en archivadores de Ikea. Ana ha escrito en una pizarrita Velleda: "Tienes e-mails del trabajo, te quiero, Ana". Qué confianza. Usan el mismo correo electrónico. Pero también hay una nota de Luis: "Por favor, manda la carta mañana sin falta, besos". Se quieren, pero están muy ocupados. Es triste que una pareja se comunique sólo a través de las notas. Con la historia de Ana y Luis, los de La Oreja de Van Gogh harían una canción preciosa, en la que rimarían "Ana" con "soledad mundana" y "Luis" con "ya no nos queda París". Supongo que el cartón de leche desnatada que hay fuera de la nevera se lo ha dejado ella. Es olvidadiza, por eso Luis le ha puesto la carta a la vista, sujeta a la pizarra con un imán de Ikea, y le encarece que la mande mañana sin falta. Es para un tal Antonio Carreño López, que vive en la calle de San Agustín, 27, en una población que no identifico por culpa de la mala letra. Mientras me tomo el café, saco el móvil y llamo a información. Pregunto si en L'Hospitalet vive algún Antonio Carreño López. Me dicen que sí y me dan su teléfono. Llamo. Se pone una mujer que dice: "¿Quién?". Pregunto por Antonio Carreño López. "Sí", contesta la señora. Ahora le diré que soy Ana, la de Luis.

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