Una infancia de Buenos Aires
Publicado por primera vez en 1950, El llamador no forma parte de ninguno de los cánones en disputa de la literatura argentina. Y sin embargo es un libro de una belleza excepcional, una feliz rareza dentro de esa familia de rarezas genéricas y estilísticas que es la mejor literatura de Río de la Plata. El llamador es la historia de una casa, como hogar y símbolo de la vida de una familia en la Buenos Aires de la década de 1920; no es una novela sino una colección de escenas, más pictóricas que dramáticas, más cercanas al poema en prosa que al cuento. Narrada por un "nosotros" que esquiva la previsible memoria individual, y por una mirada infantil, con su superposición de agudeza e inadecuación con el reino de los adultos: "El verano era para los hijos la vida amplia, dichosa, de los juegos en la vereda, del olvido de la escuela (...) el ruido de la soda precipitándose en los vasos, esas conversaciones lejanas, incomprensibles (...) solíamos tender una frazada en el patio y durante algunas horas recibíamos en la cara el brillo de las estrellas (...) hasta que ya dormidos nos reintegraban al orden, a la seriedad de los techos".
EL LLAMADOR
Alberto Salas
La Veleta. Granada, 2003
118 páginas. 9 euros
Alberto Salas (1915-1995), más conocido como historiador, fue un escritor secreto, poco interesado en ocupar un lugar en la vida literaria. Su prosa busca la precisión y la sobriedad del adjetivo que es sin embargo el mejor correlato de un conocimiento marcadamente sensorial del mundo. "La casa estaba situada en la calle Godoy Cruz, ya cerca de su muerte", escribe. Muy próxima, entonces, de aquella manzana de Palermo Viejo donde el joven Borges descubrió un Buenos Aires que rápidamente se disolvía en campo, con calles "sin vereda de enfrente", es la misma que, en un aguafuerte de 1934, Roberto Arlt proponía llamar "La avenida del Gato Muerto". Como señaló con precisión Ana Basualdo: "Desde el mismo lugar donde Arlt vio a una mujer pelando una gallina en un barrial, Borges veía el poniente". Desde ese mismo lugar, también, Alberto Salas vio el niño que fue y esa Buenos Aires con caballos y tranvías, que ya sólo podía perdurar en su memoria y en las páginas de este libro.