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Tribuna:EL LIBRO DE LA SEMANA
Tribuna
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Deseo de convertirse en Kafka

En 1910, Franz Kafka se hallaba en una encrucijada algo más engorrosa que la serie de dilemas con los que se enfrentaría el resto de su vida: debía forjarse un estilo. Adoraba la prosa de Goethe, como todo escritor en lengua alemana de cualquier momento de la historia contemporánea; había quedado seducido por el arte narrativo de Heinrich von Kleist; acababa de leer no sólo las novelas principales de Flaubert -cuyo modelo, como hechura moderna del estilo cervantino, influiría permanentemente en la obra de Kafka-, sino también el magnífico ensayo de René Dumesnil, Flaubert, son hérédité, son milieu, sa méthode, estampado en 1905, y, por fin, conocía a los autores de expresión alemana de la ciudad de Praga, sus contemporáneos, por los que sintió poco más que respeto. Había escuchado leyendas hasídicas, había visto mucho cine mudo, y había quedado encantado con aquella gestualidad exagerada que este cine exhibía por falta, todavía, de un asidero en la palabra; asimismo, se había extasiado en las sesiones de guiñol a las que asistió, en París, en compañía de su amigo y luego albacea testamentario, Max Brod. Digamos que, en esa fecha, todo estaba a punto, en Kafka, para que surgiera el peculiar estilo que ahora todos reconocemos; un estilo que erróneamente consideramos espontáneo, antes el fruto de la genialidad que de una pausada reflexión de los modelos literarios -los citados, entre otros- que Kafka poseía como telón de fondo antes del inicio de su profesión de escritor.

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Pero ese estilo no nació, propiamente hablando, de una genialidad que escape a la labor analítica: los complicados factores que determinaron el forjado de la prosa kafkiana tienen que ver con una serie de tanteos, con muchas vacilaciones, e incluso, según manifestaciones del autor, con la desesperanza. Así, a raíz del viaje de Kafka y Max Brod ya citado, ambos decidieron, casi como un preludio al oficio de escritor que los dos ostentarían al cabo de pocos años, escribir conjuntamente una novela que se habría llamado Richard y Samuel. Brod escribió su parte sin excesivos problemas. Kafka, por el contrario, titubeó. Después de una serie de pruebas, como si ese estilo mixto o compartido con su amigo no pudiera satisfacer su ya incontestable búsqueda de una prosa característica, manifestó a Brod, en carta del 10 de octubre de 1910, lo siguiente: "No puedo escribir; no he escrito ni un renglón que me parezca válido, en cambio he tachado casi todo lo que había escrito después de mi retorno de París".

Por estas mismas fechas, Kafka empezó a trabajar en el doble taller de escritura, el más singular que se conozca en la literatura del siglo XX, en el que se forjó su estilo: los Diarios, por un lado, y las prosas indecisas que acabarían conformando su primer libro, Contemplación, publicado en 1912. Este libro incluye -y hoy lo leemos como un paradigma de toda su futura producción- un cuento insólito, Deseo de convertirse en indio, que Juan del Solar tradujo, en versión todavía inédita, como sigue: "Si uno fuera de verdad un indio, siempre alerta, y sobre el caballo galopante, sesgado en el aire, vibrara una y otra vez sobre el suelo vibrante, hasta dejar las espuelas, hasta desechar las riendas, pues no había riendas, y por delante apenas veía el terreno como un brezal segado al raso, ya sin cuello ni cabeza de caballo". Esto es todo. A pesar de su relativa incoherencia gramatical -respetada por el traductor-, el cuento resulta tan incomprensible, o tan diáfano, como lo sería, ya para siempre, la entera y al mismo tiempo inacabada literatura kafkiana. Un escritor deseaba convertirse en Kafka, y lo consiguió entre 1910 y 1915.

Jordi Llovet es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona y dirige la edición de las Obras completas de Franz Kafka para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

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