Vaya torrija
DESDE AQUÍ LO DIGO: me da por saco (estoy de un fino que doy asco) tener que escribir este artículo. Porque mientras yo estoy aquí, como una perra, tratando de sacar tres chistes malos (también los malos humoristas tenemos derecho a la vida), todos mis superiores, incluido Polanco, estarán remojándose los piececillos y otras partes del cuerpo en un jacuzzi; porque en la playa, ay, en la playa, lo veo crudo. Cómo me alegro, de verdad, lo digo sin acritud, de que a mis superiores se les estropee un poquillo el tiempo. Es ese tipo de alegrías que, lo que yo digo, no le hacen daño a nadie. Todos los días escucho a Minerva Piquero lo del temporal, y me digo a mí misma: que se jodan, ah, se siente, no haberse ido. Mi santo tiene la teoría de que los que somos un poco malos duramos más, o sea, que la maldad mantiene. Mi santito tiene una lista siniestra de vejestorios malotes a los que la maldad les mantiene como en formol, pero no voy a dar la lista porque son conocidos de todos ustedes, y no quiero buscarme un lío. Es la misma teoría que tiene Marujita (Díaz), a la que vi en el entierro de Tamayo con una de esas pedazo de gafas que se ponen la folclóricas para ir de incógnito y ocultar el dolor. Marujita decía: "Siempre se van los buenos y nos quedamos con los peores". Marujita, qué gran filósofa. Por cierto, la mejor respuesta de una artista que yo he oído en toda esta crisis de Irak fue la que dio Lolita a una reportera que le preguntó si ella se iría de escudo humano a Oriente Próximo. La verdad es que el periodismo en España está pasando un momento dificilillo. Y en esto que va Lolita y contesta con los ojos completamente humedecidos: "Yo me quedo en España, de escudo humano de mis hijos". Qué fuerte. Desde entonces que el vello no se me deseriza. Pero a lo que iba, que yo me aplico a la tarea de ser un poquito mala (mala de acostarme) a fin de llegar a los cien y prepararme a mí misma mi propio centenario. Quisiera que me hicieran la necrológica: Capmany en Abc (el otro día mi hijo leyó que Capmany escribía sobre "el felpudo" de una señorita y me preguntó, ¿pero el Abc no era supercarca?); Boris, en EL PAÍS, y Anson, en La Razón. Es que como Bicoca sólo lee La Razón e idolatra a Luis María, si no me ve en La Razón ni se entera de que me he muerto. Lo tengo todo hiperpensado. Incluso lo de la herencia. Como soy un poquito marxista (lo justo, sólo la puntita), le dije a mi santo que dado que Marx no creía en las herencias, nosotros debíamos ser consecuentes con nuestra ideología y dilapidar en grado sumo la herencia correspondiente de nuestros niños, así que el dinero de la Semana Santa ya nos lo pulimos nosotros hace 10 días, en Mallorca concretamente, donde nos fuimos a ponernos ciegos de chupetear marisco (¡que suba el colesterol!) y a gastarnos los dineros en los restoranes. Y ahora la Semana Santa propiamente dicha, que parece que pide un poquito de recogimiento, la pasamos en casita con los nenes, comiendo torrijas, que es un manjar muy bueno para los hijos, porque les llena la barriga mucho más que el marisco y no te descabalga el presupuesto. Y si quieren salir, ya está bien de manifestaciones, hombre, que vayan de procesión con el alcalde Manzano (cómo quiere ese hombre a su mujer. Lo que me gustaría a mí que mi hombre fuera capaz de cometer una infracción por mí. No que mi santo es de un purista que te cagas). Dirán ustedes, qué madre más fría. No me juzguen tan rápido. Es que Albaladejo me ha dado un papel (corto pero fundamental en el desarrollo de la trama) en su nuevo filme y estoy metiéndome en el personaje. Hago de madre un poco drogadicta que abandona a su hijo para irse con su novio a la India a pillar (drogas). Dice mi hijo, sólo un director que te conozca mucho puede escribir un papel tan a tu medida. Lo malo de los hijos es que crecen y se vuelven irónicos. Lo bonito de la Semana Santa es que tenemos la oportunidad de estar todos juntos y charlar. Lo malo de los hijos es que crecen y te lo discuten todo. La otra noche, me hubiera gustado que oyeran, mi santo tuvo una conversación conmovedora con uno de nuestros pequeños hasta la una de la madrugada. La conversación se centraba en el tema Rollo de Papel Higiénico. No sabemos por qué, pero nuestros niños no saben meter el rollo en el portarrollos (en principio han tenido un desarrollo psicomotriz normal). Cuando mi santo lo acorraló diciéndole: "Hay que ser muy tonto para no saber meter el rollo", el niño, que no se calla ni muerto, soltó: "La falta que hará meter el rollo en el portarrollos, qué más da que el rollo esté en el suelo". Cualquiera hubiera dicho que el tema "Portarrollos" no daba mucho de sí, pero yo me fui a acostar y los oí de fondo hasta la una, y luego mi santo se tuvo que tomar un paracetamol, porque es lo que tienen los hijos, que te agotan intelectualmente. Sin ir más lejos, hoy estábamos en la mesa viviendo un Momento-Torrija y han empezado a decirnos (a mi santo y a mí) que somos de lo más falso, que en casa ponemos a todo el mundo a parir y luego eso no se refleja en nuestros artículos, donde templamos gaitas y hacemos bastante peloteo. Lo flipas. Encima de que viven de eso los niños de las narices. Como decía mi madre: qué ganas tengo de perderlos de vista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.