Una vanguardia demasiado híbrida
Todas las verdaderas vanguardias vienen a ser desde siempre y a la vez híbridas, mezclan lo que pueden, y negativamente idénticas, por lo menos se parecen en sus principios -la negación de lo anterior- y disienten en sus resultados, que no son más que propuestas hacia adelante, ese futuro que nadie conoce. De ahí sus riesgos, desde luego, que lo primero que provocan es el rechazo por parte de los sistemas establecidos, el primero de los cuales es hoy el mercado, la madre de todas las batallas, pues nos alimenta a todos. De ahí que cuanto más potente es el mercado más frágiles sean las vanguardias, algo notorio en nuestros bombardeados días, en los que toda vanguardia nace vigilada y hasta amenazada en medio del descrédito general.
DIABLO GUARDIÁN
Xavier Velasco
Alfaguara. Madrid, 2003
504 páginas. 19,95 euros
¿Y si diéramos la vuelta al argumento? ¿Acaso un mercado débil daría mayor libertad a las vanguardias? ¿Y no es acaso el latinoamericano un mercado más bien frágil y débil? ¿No vendría entonces este VI Premio Alfaguara a dar la razón a la debilidad de su mercado? Pues este nuevo premiado, el mexicano Xavier Velasco (desconocido entre nosotros) presenta un producto bastante experimental y vanguardista, al menos en la línea que hizo la celebridad de un Céline, el del Viaje al fin de la noche, que destruyó el francés literario a favor del popular hablado, de una jerga en gran medida imaginaria pero que su fuerza convirtió en real. Los vanguardistas más ortodoxos no suelen aceptar a Céline entre los suyos, pero no hay duda de que lo fue, y lo es cada vez más conforme más pasa el tiempo.
¿Será la pobreza un buen caldo de cultivo para la creatividad literaria? Ya sabemos que en Europa ya no podría darse hoy un Joyce, ni un Faulkner en Estados Unidos (clonaciones aparte), pero sí pueden surgir en América Latina, como aparecen un Aira, un Piglia o un Fogwill en Argentina. Además, estamos frente a un producto mexicano, país en permanente búsqueda de su identidad, el de la revolución cansada, que intenta liberarse del boom, desde la célebre onda de José Agustín y compañía hasta el reciente crack de Jorge Volpi y sus amigos, que no está dando al parecer los buenos resultados prometidos. Su autor hoy más emblemático, Carlos Fuentes, se ha despeñado a veces por los senderos más experimentales, como en Aura, Cambio de piel o sobre todo un Cristóbal Nonato, del que pocos se acuerdan. Pero Fuentes es el boom y los latinoamericanos quieren liberarse de él a toda costa, desde los porteños y chilenos del Mc Ondo hasta haciendo dar marcha atrás a algunos de sus representantes, como Vargas Llosa certificando la defunción de todas las utopías, lo que tampoco deja de ser un homenaje, pues el mundo sigue hacia adelante a base de utopías fracasadas.
Xavier Velasco nos traza dos
textos enfrentados, que alternan un monólogo en primera persona -el de su verdadero personaje, una jovencita mexicana que cuenta diez años de una vida aventurera- y una acción en tercera que es sin duda la de su propio autor, disfrazado del novelista o ángel guardián que va a recoger las confesiones de la anterior, reconvertido en su Diablo Guardián. Lo que nos cuenta la muchacha es un verdadero viaje al fin de la noche que transcurre desde que roba a su familia más de cien mil dólares (que sus padres han estafado a su vez) y huye a Estados Unidos, donde los derrocha y se dedica a la prostitución, la estafa, más robos y las drogas durante cinco años hasta su regreso a México para seguir por el mismo camino, conocer al Diablo Guardián y organizar una falsa muerte que le concederá su verdadera libertad bajo su verdadero nombre -el de Violetta, en su Corvette amarillo- mientras su familia la entierra bajo su nombre propio de Rosa del Alba liberándola para siempre.
Es una novela bastante mestiza, desde luego -y a estas alturas el mestizaje es territorio de la vanguardia-, pero que en este caso creo que ha abierto demasiadas puertas, dejándolas demasiado abiertas. Pues en toda vanguardia que se precie, lo importante es no tanto las aperturas que alcance como los controles que se autoimponga y todos entenderán la propuesta cuando recuerden los que el surrealismo impuso al movimiento dadá que le abrió las primeras puertas. El símbolo de un Breton, el gran luchador por la libertad, tan antipático a veces y hasta dogmático al final, condenando y excomulgando sin parar a sus herejes, frente al primer mártir Tristan Tzara y compañeros. Xavier Velasco crea una masa verbal donde traspasa todos los límites, y no tan sólo los de la jerga mexicana a ultranza -que dificulta su comunicación-, sino los del lenguaje y la estética del cómic, la música rock y pop, y hasta los del idioma propio, trufado del inglés que se habla en Estados Unidos, repleto de eslóganes y de frases sin demasiado sentido. Toda vanguardia, todo experimento no debe pararse en la destrucción que propone, sino que debe encontrar un orden nuevo para seguir adelante, y esto es lo que a Velasco le ha faltado, a pesar de la potencia autodestructiva de sus propuestas. Diablo Guardián es una lectura interesante y hasta fascinante a veces, pero no se sabe muy bien en qué lengua está escrita y creo que ha traspasado los límites que toda experimentación debiera imponerse para ser útil de verdad.
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