El paraíso del artista

De Toni Catany se ha dicho que aprendió fotografía mirando las miniaturas indias, la pintura flamenca, la de Édouard Manet, Henri Matisse; también de la literatura de Montaigne, Marcel Proust, Luis Cernuda, Josep Pla, y de Blai Bonet. Todos ellos ilustrados oyendo a Chopin, Mozart, las canciones napolitanas de Ernesto Lecuona, los cuatro últimos lieder de Strauss (a lo que había que añadir el cine de Visconti y la imágenes de Paul Strand, Josef Sudek o de André Kertész). Posiblemente, éste sea el mejor perfil escrito por Pierre Borhan del Premio Nacional de Fotografía 2001. Quizá sea una amalgama cultural que hace de la obra de Catany un espacio de conjunción visual de muchas historias y vivencias -y, lógicamente, de la asimilación de viejas culturas mediterráneas acumuladas tras numerosas horas de vuelo, algo de lo que adolece, y se echa en falta, la fotografía en estos últimos años-. Los textos que reflexionaron sobre el medio durante las décadas de los setenta y noventa del pasado siglo manifestaron una opinión despectiva generalizada sobre el denominado "tardopictorialismo", considerado como un subproducto derivado de la España fotográfica cutre y casposa. Por el contrario, sus fotos, aunque participan de esta suerte de estética tienen bastante de un "neopictorialismo" sentido -estudiado- y a la vez sufrido (vivido) como la belleza que manifiestan. Evidencia de ello es esta exposición, que trae causa del libro El artista en su paraíso (edición donde se siente la presencia de "otros": como Baudelaire, Barthes, Malraux, Duane Michals o Blanchot ). No en vano, Catani se formó en una generación cuyo vehículo de expresión fue la ruptura que hizo en la historia del medio en España la revista, y las imágenes, aparecidas en los setenta en Nueva Lente, las cuales sabían mucho de ellos.