Las dos Españas
Una España se despuebla. Otra España crece. Los desequilibrios se han acentuado en la última década con un saldo nada halagüeño: 17 de las 50 provincias han perdido habitantes mientras 18 han crecido por encima de la media del 5%, según el censo de 2001. La estadística dibuja un Estado desigual, hendido por una brecha demográfica que se ahonda año a año.
La pérdida de población es especialmente relevante en el Noroeste: Castilla y León, la Galicia interior y Asturias. Se trata de zonas envejecidas, de donde la vida escapa a chorros. Las décadas de emigración, antaño al extranjero y todavía a los grandes centros productivos españoles, han dibujado un panorama desolador: las muertes superan a los nacimientos. Los pocos jóvenes que quedan se van, y los inmigrantes, que han contribuido a rejuvenecer la población española, apenas llegan. La razón es sencilla: resulta difícil ganarse la vida en estas zonas con una agricultura en crisis o víctimas del desmantelamiento industrial.
En la otra cara de la moneda se sitúan la costa mediterránea, los archipiélagos o la zona de influencia de Madrid, cuyas cifras de población se han disparado gracias al dinamismo de los servicios o la agricultura pujante. También son los principales focos de atracción para los extranjeros (el 3,8% de la población). Españoles e inmigrantes acuden donde pueden vivir mejor. La economía es la fuerza que inclina el fiel de la balanza demográfica: a mayor dinamismo, más habitantes. De hecho, el mapa de la despoblación coincide en buena medida con el de las rentas más bajas. Con dos excepciones llamativas: Vizcaya y Guipúzcoa. Pese a figurar entre las provincias con mayor nivel de renta, han perdido población (un 2,8% y un 0,43% menos, respectivamente).
Aunque la descentralización del Estado ha frenado algo la sangría, en el interior de las comunidades se ha reproducido la misma tendencia: las capitales autonómicas (y su empleo público) atraen a la población de las demás provincias. Los centros crecen, las periferias se despueblan. Así las cosas, las Españas demográficas alargan distancias ante la indiferencia de los poderes públicos. La falta de políticas de desarrollo que permiten fijar población en las zonas deprimidas contribuye a ahondar una brecha creciente que amenaza con convertir parte de España en un desierto.
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