El adiós más triste del número uno
Jordan deja por tercera vez el baloncesto en un ambiente crispado
Esta vez no hay magia, ni canasta de último segundo, ni anillo de campeón. La tercera y supuestamente definitiva retirada de Michael Jordan está envuelta en amargura y reproches. El mejor baloncestista de todos los tiempos se despidió el lunes del MCI, la cancha de los Washington Wizards, con una nueva derrota, la quinta consecutiva en casa, y con la énesima bronca en el equipo. El entrenador, Doug Collins, contratado tres años atrás por el propio Jordan cuando era gerente del club, acusó a los jugadores de carecer de respeto por los técnicos. Jordan lamentó una vez más la falta de espíritu ganador de sus jóvenes compañeros. Y éstos siguieron maldiciendo por lo bajo a Jordan, criticándole por haber frenado el juego colectivo y por utilizar a los Wizards como "su gimnasio particular".
Se retira lamentando la falta de espíritu ganador de sus jóvenes compañeros en los Wizards
Fue un final triste. Los Wizards quedaron, una vez más, apartados de los play off. El partido final de la temporada, que debía jugarse esta madrugada en la cancha de los 76ers, sólo tenía ya importancia para la afición de Filadelfia. Las entradas se habían agotado, como antes en Miami, donde la visita de Jordan rompió todas las marcas de asistencia a un pabellón cubierto, o como en Boston, donde los propietarios de los Celtics arrancaron un pedazo de parqué para que el viejo ídolo lo guardara como recuerdo.
Todos quisieron ver a Jordan en su año final. Pero fue un fenómeno más sentimental que deportivo. Aunque el hombre que en otro tiempo era capaz de volar acumuló a lo largo de la temporada unas estadísticas muy notables para un cuarentón (82 partidos jugados, con un promedio de 20,1 puntos y 6,1 rebotes), falló demasiados tiros decisivos en el último minuto y no fue capaz de convertir a los Wizards en un equipo competitivo. Sus rodillas aguantaron milagrosamente, pero no su espalda, y a mitad de los encuentros le faltaba ya el aliento.
Al despedirse de la afición de Washington, Michael Jordan juró que no habría otro regreso. "Estoy seguro al 100%; no es un 99,9%, es un 100%", dijo. Fue, sin embargo, una despedida relativa. Parecía muy probable que el presidente y principal accionista de los Wizards, Abe Pollin, y Jordan se pusieran de acuerdo para que el ya ex jugador recuperara su anterior cargo como máximo ejecutivo de la franquicia. Normalmente, el Jordan de traje y corbata debería ponerse a trabajar de inmediato en la planificación de la próxima temporada, en los fichajes y en los descartes.
Habrá que ver qué ocurre con quienes, durante dos años, fueron sus compañeros de vestuario y parqué. Tras perder el lunes contra los Knicks de Nueva York, 93-79, Jordan se declaró insatisfecho, como gerente deportivo y como jugador. Durante la temporada había dicho varias veces que el objetivo de su regreso, en octubre de 2001, no era otro que "dejar una marca en la organización y enseñar a los jóvenes jugadores en qué consistía ganar". El lunes se sintió fracasado. Los Wizards habían seguido perdiendo y, además, habían exhibido una extraña apatía en ciertos partidos. "En adelante", dijo, "intentaré fichar gente de espíritu competitivo. Entre cinco estrellas y cinco luchadores, me quedaré con los luchadores".
Esa frase presagiaba cambios en los Wizards. El fichaje estrella de Jordan, Jerry Stackhouse, parecía uno de los pocos jugadores con la continuidad asegurada, pero él mismo dejó abierta la opción de rescindir su contrato y buscar aires más tranquilos. Todo iba a depender, indicó, de Jordan. Si el viejo ídolo dejara la franquicia, el equipo técnico y Stackhouse se marcharían también. El ambiente en el MCI de Washington rezumaba incertidumbre y desánimo.
Los demás jugadores tenían sus propias quejas. Jordan había contratado una plantilla joven y atlética, decían, pero luego se había incrustado en el equipo y había impuesto el juego que le convenía a él: demasiado lento, demasiado inteligente. A medida que avanzaba la temporada, la frustración y el mal ambiente habían extraído lo peor de cada uno. Jordan estaba harto de discutir con muchachos que tenían la mitad de su edad y ni una centésima parte de su talento. Los otros se sentían comparsas en lo que uno de ellos definió como "la gira de despedida del gran Michael Jordan".
El último final de Jordan fue el más amargo.
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