Dos meses rumiando la venganza
La médica acusada de matar a tres personas en un hospital de Madrid y de herir a otras cinco creía que la espiaban
Noelia de Mingo, de 31 años y médica residente de reumatología de la Clínica de la Concepción, propiedad de la Fundación Jiménez Díaz, se negó a declarar ante la policía. Pero sí lo hizo cinco días después ante una comisión judicial.
Sus crímenes no fueron un arrebato esporádico. En realidad, su confusa mente llevaba "dos meses" planeando una venganza. Sufría una grave "manía persecutoria", según los expertos forenses. Tenía claro cómo vengarse -con un cuchillo largo- pero no contra quién. "Me espiaban, grababan mis conversaciones...", declaró el pasado martes ante la comisión judicial que se desplazó al hospital Gregorio Marañón de Madrid, en cuya unidad psiquiátrica está ahora presa. Noelia no razonó quién o quiénes le hacían eso, la espiaban, ni el porqué.
La acusada compró en una tienda, un día antes, un cuchillo jamonero de 15 centímetros de hoja
Noelia de Mingo "no ha mostrado gestos de arrepentimiento", según los investigadores
Los enemigos exteriores que ella misma se forjó estaban sólo en su subconciente, y distorsionados. "Sabían cosas de mí que sólo podían conocer si me estaban espiando", ha declarado. Para ella, muchos de los acontecimientos relevantes que la televisión emite en directo se difunden ahora pero pertenecen al pasado. "La tele los manipula", sostiene Noelia, según han explicado a este periódico fuentes de las partes.
- Anoche comiste un yogur, ¿no?
- Sí, ¿y por qué lo sabes?, preguntó Noelia, intrigada, a una colega del hospital.
Este inocente comentario, hecho a Noelia por una compeñera sanitaria, martilleó su mente y pudo coadyuvar a la tragedia. "Me espían, me espían", se repetía. "¿Cómo sabe que comí un yogur si estaba yo sola? Me espían, me espían...", se autoconvencía.
En el hospital, entre sus compañeros, e incluso en casa, Noelia veía hostilidades por doquier. En los últimos meses, estaba encerrada en sí misma, mientras una obcecación irracional se apoderaba de ella. Sus demonios interiores estallaron con vehemencia la víspera del jueves 3 de abril. Ese día, según su propia confesión, acudió a una tienda de la zona de Alvarado, cerca de la plaza de Castilla de Madrid, y compró un enorme cuchillo, tipo jamonero. Pensó que la hora de la venganza había llegado.
Los expertos judiciales tienen interés en ir a esa tienda para preguntar a la dueña cuánto tiempo empleó Noelia en elegir el cuchillo, cómo lo miraba, si preguntó por otro tipo de armas...
- ¿Por qué compró usted un cuchillo y no lo cogió de casa?, le preguntaron los investigadores días después de los crímenes, en la habitación del área de psiquiatría del hospital Gregorio Marañón.
- Pensaba llevar el cuchillo conmigo durante varios días. Si hubiera cogido el de casa se habrían dado cuenta..., contestó, segura.
Noelia, con gafas de alta graduación y 1,60 centímetros de altura, compró el arma y la ocultó en su bolso. Su enfermizo plan lo tenía muy meditado. En el hospital es obligado llevar la bata blanca y pensó que no era cuestión de ir por los pasillos con el bolso y la bata.
"¿Y dónde escondo el cuchillo para que no me lo vean?", se preguntó. Pronto halló la solución: abrió un agujero en la parte inferior del bolsillo, lo suficientemente grande para que cupiese la hoja, pero no el puño. De esa forma, la hoja (de 15 centímetros) caería sobre el muslo por dentro de la bata y nadie la vería.
El día de los hechos, Noelia acudió al hospital con el cuchillo dentro del bolso. Se cambió y se puso la bata e introdujo el cuchillo en el agujero. A continuación, se fue en busca de un motivo para emplearlo. A veces se metía la mano y se tentaba para tocarlo y cerciorarse de que el arma seguía ahí.
En su declaración judicial, Noelia dice acordarse perfectamente de cómo empezaron las agresiones y con quiénes se topó en su fiero recorrido por la clínica de la Concepción.
Su perturbada mente halló rápido el motivo que necesitaba para sacar el cuchillo. La excusa estaba en el control de enfermería, donde varias colegas suyas hablaban distendidamente. "Están murmurando, seguro que es sobre mí", se dijo. No le hizo falta nada más: desenfundó el cuchillo y se abalanzó sobre ellas. Éstas, al ver el arma, se defendieron. Mientras forcejeaba de frente con una de ellas, otra colega, que a la postre fue su primera víctima mortal -Leilah el Ouamaari, médica residente de 26 años- la agarró por detrás.
A la de enfrente le asestó una cuchillada, que la dejó malherida y cayó al suelo. La inercia hizo que Noelia se reclinase hacia atrás y que Leilah, que la tenía agarrada por la espalda, también se precipitase al suelo.
Noelia portaba el largo puñal en sus mano diestra. Al reclinarse, lanzó una primera cuchillada por detrás de su costado derecho. La hoja entró por el hemitórax (zona del pecho derecho) de Leilah, tan profundo que alcanzó el corazón. De las cinco cuchilladas que recibió Leilah, ésa, la que atravesó su pecho entrando por la derecha y atravesando casi de lado a lado la caja torácica, fue la que le segó la vida, según han dictaminado los forenses. Al igual que Noelia, Leilah era médica del hospital.
Con sus dos primeras víctimas en el suelo (Leilah debatiéndose entre la vida y la muerte y la otra sanitaria gravemente herida), Noelia comenzó una ruta por los pasillos del hospital que aún depararía más muertes.
Jacinta Gómez de la Llave, una paciente de 72 años que estaba en un pasillo hablando por teléfono con su hijo, fue la segunda víctima mortal. Noelia la acuchilló y siguió su ruta a ninguna parte. Al borde de la muerte dejó también a Félix Vallés, un hombre que había ido al hospital para visitar a su esposa enferma. Vallés murió días después. También dejó malheridas a dos enfermeras y a una ayudante sanitaria a las que el azar también cruzó en el homicida camino de Noelia.
- Por qué acuchilló usted a los enfermos?
- Me estorbaron, eran obstáculos en mi camino", ha confesado, con frialdad, Noelia.
Al llegar al final de un pasillo, Noelia se volvió sobre sus pasos y entonces se topó con tres celadores que le bloqueban la salida, como esperándola, tratando de poner fin a su sangrienta odisea. Uno de ellos portaba en sus manos un barra metálica de las que se utilizan para sujetar en alto las bolsas de suero.
"¡O tiras al suelo el cuchillo o te abro la cabeza!", le gritó un celador a Noelia de Mingo. Eran las 14.30 del jueves 3 de abril y el horror se estaba cebando con la Clínica de la Concepción de Madrid.
Hasta ese momento, había herido de muerte a dos personas -a su colega Leilah y su paciente Jacinta Gómez- y causado gravísimas heridas a otras seis. Estaba enloquecida, y había asestado cuchilladas a diestro y siniestro, y sin discriminar a las víctimas: médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, pacientes y familiares de éstos.
Noelia miró la barra de hierro que el celador esgrimía con rabia entre sus manos y dejó caer su afilado cuchillo, empapado de sangre hasta el puño. No estaba solo. A este celador se le habían unido otros compañeros, siguiendo el rastro de muerte que Noelia había ido sembrado por los pasillos de la tercera planta de la clínica de la Concepción.
Por fin, tras interminables minutos de pánico colectivo, el mortífero brote esquizofrénico de Noelia se recompuso y cedió al sentido común. Noelia se vio acorralada y se entregó.
Los celadores se abalanzaron sobre ella, cogieron del suelo el cuchillo y condujeron a Noelia a la unidad de psiquiátrica del hospital, mientras llegaba la policía. Ni entonces ni después ha mostrado Noelia visibles gestos de arrepentimiento, según fuentes de la investigación, que desarrolla el Juzgado de Instrucción nújmero 33 de Madrid.
Cuando dejó caer al suelo el cuchillo, Noelia tenía "los ojos desorbitados", y las gafas rotas, según los testigos. Cuando cinco días después la comisión judicial la visitó en la unidad de psiquiatría del Gregorio Marañón, Noelia se quejaba con insistencia de que le habían roto las gafas y de que no veía bien.
La lucidez con que declaró y el lujo de detalles que aportó sobre su macabro periplo avivan dudas entre los investigadores sobre el grado de esquizofrenia de esta médica, en cuyo currículum profesional figuraban antes muchas curas y ahora tres asesinatos y otros cinco intentos de asesinato. Y mucho dolor ajeno. Por ejemplo, el del novio de Leilah, o el del hijo de una de las pacientes acuchilladas justo cuando hablaba con su hijo por teléfono y comenzó a gritar.
Noelia admitió ante la comisión judicial que sabía a quién agredía, pero que su intención no era matar a nadie, sino defenderse de sus espías. "A nadie he dado en el corazón, ¿no?", preguntó a uno de los investigadores. "Sí, sí que ha dado usted en el corazón", le dijeron.
Ahora, serán los informes periciales los que primen en el dictamen judicial sobre el impacto real de la esquizofrenia en la arrebatada vida de esta médica residente.
Cuatro meses sin tomar la medicación
Noelia de Mingo, que tiene dos hermanos y mantenía frecuentes desavenencias con sus padres fruto de su enfermedad, había sido diagnosticada de esquizofrenia.
Un psiquiatra le prescribió unas pastillas para combatir los cuadros de "manía persecutoria" que esporádicamente brotaban en su mente. Le diagnosticó las grageas para su mal pero sin haberla tratado nunca personalmente, según afirman fuentes de la investigación.
Cuando en el hospital se desató su ira, Noelia llevaba casi cuatro meses sin tomar la medicación que le había prescrito el facultativo. Se había convertido en una bomba andante.
Durante esos meses, sin el freno de la medicación antidesquizofrénica, alimentó los demonios que llevaba dentro y que desencadenaron la tragedia del nefasto 3 de abril en la madrileña Fundación Jiménez Díaz.
Noelia era un chica que vivía en su propio mundo. No tenía novio ni amigos, y su vida social era un desastre: siempre comía sola, y cuentan algunos de sus colegas del hospital que alguna vez la vieron escribir en en un ordenador apagado del hospital. "Pero es muy inteligente; en periodos de normalidad, la esquizofrenia no excluye la inteligencia", aclara un forense judicial.
Noelia se halla ahora en la unidad de psiquiatría del Gregorio Marañón, con una orden de prisión sin fianza. Sólo la puede visitar su familia. Esta unidad pertenece funcionalmente a la prisión de Soto del Real. Pero es previsible que dentro de una o dos semanas sea trasladada al hospital psiquiátrico penitenciario de Fontcalent, en la provincia de Alicante. Entre otros, se le imputan tres delitos de asesinato -los de Leilah el Oumaaari, de 26 años; el de Jacinta Gómez de la Llave, de 72, y el de Félix Vallés, de 72-, así como otros cinco intentados.
En el caso de enfermos mentales que cometen delitos, lo habitual es que éstos vayan a juicio y que el tribunal les imponga la pena que merezcan en función de los delitos perpetrados. No obstante, en la misma sentencia, los jueces indican que la persona en cuestión es inimputable (es decir, que no es consciente de sus actos) y que le impongan una medida tendente a su curación, bien en un centro psiquiátrico cerrado (por ejemplo, el de Fontcalent) o abierto.
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