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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los márgenes invisibles

J. Ernesto Ayala-Dip

En su necesaria La novela policiaca española, José F. Colmeiro encabeza uno de sus capítulos con dos citas. Una es de Juan del Arco y dice: "El detective no puede llamarse Fernández". Eso se afirma en 1948. La segunda cita es de Francisco González Ledesma: "Entre las muchas características más o menos discutibles de la 'novela negra' hay una que es indiscutible: describe una sociedad urbana concreta en un momento concreto, generalmente a través de ambientes que son muy conocidos por el autor". Respecto a la sentencia primera, no hay ninguna duda de que los pactos tácitos entre lector y autor excluían cualquier posibilidad de llamar a los detectives de ficción Fernández. Hubieran excluido también que se llamaran Petra Delicado, Carvalho o Méndez. Actualmente ningún lector ve peligrar las exigencias de verosimilitud sólo porque un policía acampe en una novela policiaca escrita en nuestro país llamándose Méndez, que es como se llama el detective de González Ledesma. Quien haya leído Crónica sentimental en rojo, conoce ya al célebre funcionario. Y sabe que su radio de movimiento incluye la sociedad urbana de hoy, una sociedad reconocible. No dudo que dos experiencias, la de periodista y la de conocedor profundo de las ciudades que plasma en sus libros, aporten a éstos ese grado de familiaridad sociológica que poseen sus novelas. Pero esas experiencias no bastarían si el autor barcelonés no aportara su instinto novelístico, el buen hacer del artesano inspirado, del escritor de historias punzantes, retratista de la nobleza humana y la miserabilidad moral.

EL PECADO O ALGO PARECIDO

Francisco González Ledesma

Planeta. Barcelona, 2003

423 páginas. 18 euros

El pecado o algo parecido vuelve a poner en circulación al policía Méndez, ese "policía moderado por la Constitución pero en el fondo del viejo estilo". Su itinerario detectivesco, como sucede con los mejores detectives de ficción, es una exploración por las entrañas de la ciudad. A Méndez se le encarga que camufle un crimen cometido en Madrid. Hay que esconder nombres comprometidos. Pero surgen más cadáveres, más indicios de impunidad. González Ledesma trama bien. Sus personajes desgranan historias secundarias que sintonizan con el hecho crucial de la novela. Esas historias hacen emerger psicologías retorcidas, impregnan de cinismo y escepticismo los pensamientos, ayudan a definir los márgenes invisibles de las ciudades que se dan cita aquí: Madrid, Barcelona y París. Una frase como "hay que desear a una mujer mientras escribes una novela", puede que no tengan nada que ver ni con el deseo ni con el arte de la ficción, pero sí con el compromiso vital y con esa necesidad de genuino y árido lirismo que la novela negra se impone para resultar creíble y humana.

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