La música de las esferas
Siempre pensé que a un libro de doscientas cincuenta páginas o le sobran doscientas o es música. Aún lo pienso. Para exponer una teoría bastan cincuenta páginas; más, es una falta de respeto al lector. Pero hace tiempo que la filosofía ha dejado de ser exposición de teorías. Al inicio de su Crítica de la razón cínica (1983), Sloterdijk hacía la siguiente declaración: "Desde hace un siglo, la filosofía se está muriendo y no puede hacerlo porque todavía no ha cumplido su misión. Por esto, su atormentadora agonía tiene que prolongarse indefinidamente. Allí donde no pereció convirtiéndose en una mera administración de pensamientos, se arrastra en una agonía brillante en la que se le va ocurriendo todo aquello que olvidó decir a lo largo de su vida. En vista de su fin próximo quisiera ser honrada y entregar su último secreto. Lo admite: los grandes temas no fueron sino huidas y verdades a medias. Todos estos vuelos de altura vanamente bellos -Dios, universo, teoría, praxis, sujeto, objeto, cuerpo, espíritu, sentido, la nada- no son nada. Sólo sustantivos para gente joven, para marginados, clérigos, sociólogos". ¿Qué tipo de escritura es, pues, aquella que aunando claves filosóficas, psicológicas, antropológicas y teológicas sigue devanando el lenguaje para ofrecernos otra historia del mundo? Lo he dicho antes: música. Pues ahí donde los conceptos ya no nos sirven, porque ya no se trata de ser con-vencido (todo convencimiento es el resultado de una contienda), una estructura musical bien trabada puede sustentarnos. Y es que, ciertamente, ni la ciencia ni la tecnología han logrado aclarar en lo más mínimo lo que más nos importa; en lo que se refiere a las grandes incógnitas del mundo y de la existencia estamos igual que al principio o quién sabe si peor. Por eso, aunque sabemos que no atenuará nuestra capacidad de sufrimiento, nos viene bien que alguien nos ofrezca un modelo coherente para pensar la génesis de nuestro mundo, imágenes para comprender el haz de relaciones en el que estamos.
ESFERAS I (BURBUJAS)
Peter Sloterdijk
Traducción de IsidoroREequera Siruela.
MADRID, 2003
582 PÁGINAS. 39,50 EUROS
Esto es lo que hace Sloterdijk en esta obra magna en tres volúmenes llamada Esferas y cuya primera parte, Burbujas, aparece traducida ahora al castellano. Burbujas, Globos y Espumas son las tres partes de una grandiosa poética confeccionada en sucesivos excursus como para dar a entender mejor que el curso de la escritura está fuera, en la metáfora que hace de cauce. Una filosofía que no sólo trabaja con la metáfora sino que se construye metafóricamente es una poética. La de Platón lo era. También lo es la de este catedrático de Filosofía y Estética de Karlsruhe. No es la primera vez que, en la historia de la filosofía, se ha recurrido a la imagen de la esfera para explicar el mundo. Desde el átomo de Demócrito o las esferas celestes de Aristóteles a la mónada de Leibniz, aquel cuerpo geométrico perfecto dio cuenta del ideal de finitud que la razón -que ha de ser redonda- persigue. Ahora, Sloterdijk la vuelve a utilizar para contarnos la historia de las relaciones humanas desde la unidad dúplice original hasta la dispersión multipolar de los media.
Habitar significa formar esferas. El ser humano no es, según la expresión acuñada por Heidegger, un ser-en-el-mundo sino un ser-en-esferas. El objetivo del libro, según su autor, es probar que el ser-en-esferas constituye la relación fundamental del ser humano, una relación que ha de afirmarse, reconstituirse y crecerse continuamente frente a las provocaciones del fuera, pues las esferas son estructuras de inmunidad, generadoras de espacio interior. El primer volumen trata de las formas primordiales de la intimidad, formas dúplices, matriciales (la de Dios y su criatura, la de los amantes) que como burbujas están destinadas a estallar para, a partir de sus residuos, dar lugar a nuevas formaciones esféricas ampliadas. En el segundo volumen se abre el mundo histórico-político. De las esferas bipolares se pasa a las formaciones complejas: los pueblos, los imperios, las iglesias y los Estados nacionales modernos. La Modernidad es un fenómeno de descentramiento a la vez que de globalización. El tercer volumen se ocupa del mundo poliesférico en el que vivimos, que ya no es globo sino espuma. No hay centro porque todo se ha convertido en centro. El mundo virtual no es un mundo globalizado sino espumizado. Las burbujas aisladas no son integradas en un hiperglobo único sino concentradas en grandes montones irregulares. La fenomenología de las espumas se convierte en una teoría de lo amorfo, los mercados mundiales y la diversidad mediática. Lo que aparece bajo el nombre de globalización es la guerra universalizada de las espumas.
Un ambicioso despliegue, y atrayente, el que nos brinda Sloterdijk: el de la imagen del niño que juega a hacer pompas de jabón, que mira, fascinado, los reflejos iridiscentes de la burbuja que se eleva y que, por un momento, se detiene, se ausenta de su cuerpo en el estallido, para luego volver al juego, a la creación de una nueva burbuja. Cruel sucesión de estallidos, olvidos y nuevos ensamblajes. Pero alguien tendría que poner al filósofo al corriente de que los vendedores ambulantes ofrecen ahora a los niños una perversa versión del artefacto: en vez del aro o de la pipa por la que habían de aprender a soplar con pericia, venden un artilugio industrial que fabrica burbujas idénticas, infaliblemente, con una simple presión de los dedos. La magia que resultaba de la pulsión correcta se ha desvanecido. Es de temer que pronto también las esferas se queden en artificios clónicos y sin volumen, simples círculos virtualmente esféricos que, como decía Ionesco, se vuelven viciosos cuando los acarician. Y puede que pronto o ya, perdidos en la superficie de un mundo plano, no nos quede otra alternativa que la de acariciar los círculos para consolarnos de no poderlos habitar.
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