Cita a las diez de la noche
Las cacerolas hablan. Hablan a los Gobiernos, hablan al mundo y hablan entre ellas. Su cita es a las diez de la noche. Nos asomamos a los balcones de nuestras casas, armados no sólo de trastos de cocina, sino de sentido común contra el sinsentido de los que dicen representarnos. Las mismas cucharas que sirven para comer sirven para comunicar.
Los vecinos, muchas veces desconocidos, se buscan como si presintieran que no están solos. Y no lo están. Tras la sorpresa inicial ante el ruido vienen nuestros primeros y titubeantes golpes. Después, el reencuentro con personas no esperadas: los compañeros de la noche anterior siguen estando ahí, las ventanas siguen abiertas, y el ritmo de cazuelas sigue sonando contra la guerra y contra mucho más: la dictadura, el fascismo, la mayoría absoluta, los hipócritas, la falsedad, las palabras vacías, la corrupción, el chantaje, el poder de unos pocos, la violencia, las armas, el sufrimiento.
Por esta noche, poco a poco la protesta va cesando. En el ático 2, nuestras manos, sin embargo, se resisten a callar. El silencio. Antes de despedirnos, mandamos tres últimos cacerolazos; del edificio de al lado nos contestan tres más; no estamos seguras de si es una respuesta; componemos un pequeño ritmo: nos es devuelto al instante. Así vamos construyendo un diálogo con alguien cuyas manos también tienen algo que decir. Al mirar alrededor, no vemos a nadie, pero una sombra proyectada en la pared frente a nosotras espera con una cuchara en alto, ¿será nuestro interlocutor?
Las cacerolas hablan.
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