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Afianzar el multilateralismo

Emilio Ontiveros

Una completa evaluación de las consecuencias económicas de la guerra habrá de contar con las inequívocamente adversas de la larga preguerra. La incertidumbre creada desde que el presidente Bush lanzó sus advertencias al "eje del mal", el 29 de enero de 2002, es la principal responsable de ese debilitamiento de las principales economías: el principal obstáculo a la superación de los excesos de distinta naturaleza con que la economía estadounidense cerró una de sus fases más brillantes. La continuidad, un año más, de las perdidas de riqueza financiera, y el brusco encarecimiento del petróleo acentuaron la inhibición de las decisiones de gasto de familias y empresas, comprometiendo una recuperación que hoy nadie emplaza, en el mejor de los casos, antes del segundo semestre del año.

"Bueno sería que el Grupo de los Siete contribuyera a transmitir la necesaria confianza mediante el fortalecimiento de instancias multilaterales"

De la duración de la guerra y de sus efectos sobre los yacimientos de crudo se hace depender, con razón, el impacto económico final de ese despropósito, pero es necesario añadir a esos dos un tercer factor quizás más importante: la capacidad para restaurar los daños ya observables sobre las relaciones económicas internacionales y afianzar el más necesario que nunca multilateralismo.

El desencuentro geopolítico entre los grandes se ha sobrepuesto al no menos explícito en las relaciones comerciales, fundamentalmente entre EE UU y la UE. La Organización Mundial de Comercio ( OMC) acaba de hacer público su veredicto favorable a la UE en relación a la imposición de tarifas sobre las importaciones de acero por la Administración estadounidense, hace ahora un año. No es el único contencioso entre ambos bloques del que se ocupa a la OMC y, me temo, no será el último. Con independencia de la trascendencia que se le asigne a los ya numerosos exponentes de enrarecimiento en las relaciones comerciales transatlánticas (del que el fracaso el pasado lunes para el establecimiento de un nuevo régimen agrícola en el seno de la OMC es el más reciente) la continuidad de la guerra puede dificultar aun más el cumplimiento de la agenda de negociaciones comerciales concretada en Doha, y con ello, la capacidad arbitral de esa institución multilateral.

Tras dos años de reducidas tasas de crecimiento del comercio internacional, la persistencia de esas amenazas al libre comercio y el debilitamiento de las agencias multilaterales generan tanta mayor inquietud cuanto más fresca se tenga la revisión de las causas que condujeron al final de la primera gran fase globalizadora.

Harold James (The end of globalization. Lessons from the Great Depression, Harvard University Press) lo hizo no hace mucho, incitado por la creciente contestación social de esta segunda globalización, pero sus conclusiones no serían menos pesimistas si la motivación para ese contraste histórico hubiera sido esta guerra, en lugar de los enfrentamientos con ocasión de la fallida reunión ministerial de la OMC en Seattle.

El principio del fin de aquella edad de oro de la globalización, que se extendió por todo el último tercio del siglo XIX hasta 1914, fueron la escalada de decisiones proteccionistas y la creciente hostilidad a la recepción de inmigrantes en los países más prósperos. Una época en la que el progreso estuvo estrechamente ligado a un elevado grado de integración económica, determinado por una amplia movilidad internacional de capitales, información, bienes y personas.

Fueron las "políticas de perjuicio al vecino", con motivaciones no muy distintas a las que en ocasiones se observan en nuestros días, las que pusieron fin a esa edad de oro y abrieron un largo paréntesis en las relaciones económicas internacionales: los niveles de comercio en relación al PIB del periodo anterior a la guerra mundial no volvieron a alcanzarse hasta la década de los ochenta.

La mejor forma de exorcizar hoy ese pesimismo al que induce, según James, toda reflexión histórica al respecto, no es otra que el fortalecimiento de las instancias multilaterales. Es cierto que el momento no es el más propicio, pero bueno sería que con la misma visión que llevó a Keynes y a J. Dexter White a la convocatoria de la conferencia de Bretton Woods, cuando todavía no había concluido la Segunda Guerra Mundial, el Grupo de los Siete contribuyera a transmitir la necesaria confianza mediante, en primer lugar, el fortalecimiento de instancias multilaterales como la OMC, y, en segundo, mostrando su disposición de forma coordinada a eliminar los riesgos de recesión en la economía mundial, aunque para ello fuera necesario, particularmente en Europa, dejar a un lado prejuicios y apurar los márgenes de estimulo monetario y presupuestario.

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