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Reportaje:GUERRA EN IRAK | La vida de los civiles

La vida de Saad bajo las bombas

Los hijos de Najin no tienen colegio y en casa no hay teléfono. Su restaurante ya sólo atiende a combatientes

Francisco Peregil

Doce días antes de que empezara la guerra, Saad Najin, de 47 años, dueño de una hamburguesería en el distrito de Jadiryah, decidió abrir un pozo en su jardín. Trajo de su bar dos depósitos de agua potable y compró un artilugio que le permite disponer de electricidad en toda la casa cuando se va la luz. A sus ocho empleados les dijo que hiciesen lo que quisieran. "Se fueron con sus familias, unos al norte y otros al sur". Cerró el bar y se metió en casa a esperar las bombas. De todo lo que previó, sólo el aparato eléctrico ha sido necesario. "De momento, sólo de momento", precisa uno de sus hijos.

Ahora no hay colegios para los dos pequeños, ni instituto de formación profesional para los dos mayores. Tampoco hay líneas telefónicas operativas más allá del área del barrio en que viven. Como no hay teléfono, la madre va a ver a los abuelos en taxi. Falta el canal de televisión Sport, por donde seguía toda la familia la Liga de Campeones europea de fútbol.

"Hay sensación de seguridad, de que los milicianos impedirían cualquier saqueo"
"Nuestra vida no ha cambiado en exceso. No hay cine, ni fútbol, pero no nos aburrimos"
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EE UU, a 30 kilómetros de Bagdad

El kilo de patatas le cuesta a Najin el doble que antes de la guerra. El de tomate, el triple. El precio de la carne ha subido también, aunque no demasiado. Pero hay agua potable, luz eléctrica, puentes y sensación de seguridad, de que los milicianos impedirían cualquier conato de saqueo.

Poco a poco, entre tanta bomba, la familia de Saad Najin, como muchas otras en Bagdad, va recuperando la normalidad. La bomba más cercana cayó a medianoche, no saben dónde exactamente. No rompió ningún cristal. Y siguieron viendo la televisión. Najin abrió el bar al sexto día de guerra. "Noto que cada vez más gente abre las tiendas. Y que cada vez vuelve más gente que se había marchado de Bagdad", señala Najin. "Pero antes de la guerra venían hasta 300 personas diarias. Uno sentía una cosa muy especial al ver la terraza con tantas sillas y mesas llenas. Ahora, sólo entran unos 50. Y todos milicianos. Yo abro desde las diez de la mañana a las diez de la noche, viernes incluido. Los viernes vamos todos a la mezquita y yo después me voy al local".

Un amigo explica por qué Najin decidió abrir al sexto día. "La casa que tiene es alquilada. El local, también. Y si quiere seguir pagando los alquileres, no tiene más remedio que abrir el negocio".

El pequeño de la familia, Abu Baker, parece encantado con la guerra. Dice que si por él fuera se lo pasaría siempre así, sin colegio. Se ríe cuando escucha la batería antiaérea y ve la cara de preocupación en algún adulto y va en busca de un trozo de metralla que algún hermano suyo encontró entre las ruinas de un bombardeo. Los hermanos mayores, de 19 y 20 años, en vez de ir a las clases de electrónica en el instituto de formación profesional acuden al bar a echarle una mano al padre. "Pero seguimos viendo a nuestros amigos en casa. Nuestra vida no ha cambiado en exceso. No hay cine, no hay teatro, no hay Liga de fútbol profesional, pero no nos aburrimos", comenta Mustafá, de 19 años.

A las cuatro de la tarde en Bagdad hay cientos de partidos de fútbol de niños y mayores. En descampados, al lado de trincheras y de baterías antiaéreas, en las calles... los muchachos vuelven a jugar al fútbol. Pero ya no siguen las ligas europeas. "Tengo un amigo que sí que ve los partidos con una antena parabólica", dice Mustafá.

-¿Y podemos ver al Real Madrid contra el Manchester?

Mustafá titubea antes de decir que no. "Es que están prohibidos los canales por vía satélite", aclara el intérprete facilitado por el Ministerio de Información. La familia ve ahora los dos canales de la televisión iraquí, con los periodistas leyendo las noticias vestidos de militares y cuatro canales que llegan desde Irán. "Me ha sorprendido", comenta el padre, "que los canales iraníes se muestran en contra de esta guerra. Yo creo que a pesar de que los iraníes son antiguos enemigos de Irak, a ellos no les gusta que los norteamericanos bombardeen zonas santas como Nayaf o Kerbala".

La familia ve la televisión, pero las noticias le llegan principalmente por la radio. "Escuchamos las versiones árabes de La Voz de América y Radio Montecarlo". Todos tienen muy claro lo que piensan de la guerra. "EE UU dice que quiere solucionarle la vida al pueblo iraquí. ¿Y por qué no se la soluciona antes a los palestinos?", pregunta Bilal.

Dentro del mismo Bagdad hay barrios donde la vida muestra tal intensidad que parece como si la guerra nunca hubiese pasado por allí, y en otros, las tiendas están tan cerradas, las aceras tan desiertas, que es como si la guerra no fuese a terminar nunca.

Los hijos de Najin echan en falta las tiendas donde solían comprar ropa y zapatos, pero reconocen que si se lo proponen encuentran lo que desean en la ciudad. Hay puestos que ofrecen sus naranjas, plátanos y manzanas en la calle. En muchos zocos, por la mañana, el griterío de los verduleros y los pescaderos es tan grande que apaga el sonido de las bombas a lo lejos. La ciudad es grande y por eso la visión de la misma realidad puede ser muy distinta.

¿Ha visto la familia de Najin realmente la guerra? Los niños dicen que han visto algunos sitios bombardeados. "Y yo", comenta el padre, "fui el otro día a visitar a mi madre enferma al hospital, y también me encontré heridos por un bombardeo". "Yo tengo un amigo que ha resultado lesionado por una bomba", dice uno de los hijos. El padre asegura que por la televisión iraquí han visto heridos, no sólo por los canales iraníes.

De momento hay luz, agua, pan, puentes en la ciudad. A la familia le cuesta ponerse seria para hacerse la foto. La cesta de la compra no se ha resentido apenas ni en el precio ni en el peso. El agua no potable del pozo abierto no ha sido necesaria. La que trajo Najin en dos depósitos del bar, tampoco. Tan sólo el pequeño artilugio eléctrico que carga todos los aparatos al instante, ha probado su eficacia. Todo parece normal.

"¿Normal?", pregunta Bilal. "¿Le parecería a usted normal si en España alguien no pudiese saber si alguno de sus amigos está vivo o muerto?".

Saad Najin (segundo por la izquierda), con toda la familia en el jardín de su casa, situada en el distrito bagdadí de Jadiryah.
Saad Najin (segundo por la izquierda), con toda la familia en el jardín de su casa, situada en el distrito bagdadí de Jadiryah.F. PEREGIL

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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