"Operación Galaxia": golpe de mano frustrado contra el presidente Suárez
Tomar al jefe del Gobierno como rehén y forzar la formación de un nuevo Gabinete, objetivos de los conspiradores
La noche del 16 al 17 de noviembre de este año ha sido, probablemente, la más dramática de cuantas vivió el Gobierno Suárez. Más dramática aún que aquella en que sus miembros temieron que los GRAPO arrojaran en cualquier cuneta el cadáver de Antonio María de Oriol, o que la de los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha. En la noche del 16 al 17 de noviembre lo que se dibujaba era una intentona de golpe militar, de alcance y origen no totalmente conocidos. El Rey tenía previsto partir para México en visita oficial a la mañana siguiente, y los informes que en la mañana del 16 había recibido el presidente Suárez, provenientes de los servicios de información de los tres Ejércitos, eran más que preocupantes. Se preparaba un golpe de mano bajo el código de «Operación Galaxia» destinado a detener, en ausencia del Monarca., al presidente del Gobierno, después de tomar el palacio de la Moncloa, aprehenderle como rehén y forzar la formación de un Gabinete de salvación nacional opuesto al proceso democratizador.
A partir de ahí, los autores esperaban que algunas unidades del Ejército y especialmente de las fuerzas de orden público, sensibilizados como están sus miembros después de la criminal oleada de asesinatos llevada a cabo por ETA en las últimas semanas, se sumaran a la iniciativa. El plan fue calificado de descabellado por algunos, pero no lo parecía tanto. El día 17 debían de estar fuera de Madrid no sólo el Rey, sino también el ministro de Defensa, los jefes de Estado Mayor de los tres Ejércitos y los jefes de las brigadas paracaidista, rnotorizada y acorazada, que asistían a un curso para ascenso a tenientes generales en Ceuta y las Canarias. Los servicios de información del Ejército averiguaron que recientemente numerosas reuniones habían tenido lugar entre jefes y oficiales de diversas armas en la cafetería madrileña Galaxia, de la que se había tornado el nombre para la operación. Mandos de las brigadas de intervención inmediata -acorazada, motorizada y paracaidista-, así como de las fuerzas de orden público, habían sido contactados, fundamentalmente por un teniente coronel de la Guardia Civil y un capitán de la Policía Armada, para informarles del plan e invitarles a sumarse a él. Aunque todavía no se ha podido comprobar, existe la razonada sospecha de que alguien más estaba detrás de dichos oficiales y que, de otro modo, ellos no se habrían puesto a realizar los contactos. La mayoría de los militares abordados se apresuraron a poner el hecho en conocimiento de sus superiores. El coronel Quintero, antiguo jefe superior de Policía de Madrid, con enorme prestigio entre la policía y el Ejército y antiguo integrante del equipo de confianza del asesinado almirante Carrero Blanco, fue una de las personas que recibió la visita de los conspiradores. Quintero, como tantos otros comunicó sin dudar lo sucedido a su inmediato superior. Pero, en muchos casos, o la aquiescencia pasiva de algunos superiores o la creencia de que todo aquello era una simple locura sin más consecuencias, llevó a algunos mandos del Ejército a callar sobre lo que se estaba fraguando. Sólo el jefe de un regimiento motorizado decidió comunicarlo directamente al Gobierno, y a partir de ahí se intensificaron las investigaciones, que fueron encargadas de manera oficial por el presidente del ejecutívo, al teniente general Gómez de Salazar, antiguo jefe de las tropas españolas en el Sahara en ocasión de la marcha verde. En la noche del 16 al 17, el Rey, el presidente Suárez y el general Gutiérrez Mellado mantuvieron una larga reunión. La decisión tomada fue la de no aplazar el viaje del Rey. En lo que entonces se conocía del complot, no parecía que la propia figura del Monarca pensara ser atacada directamente por los conspiradores, pero un supuesto probable era que se tratara de suspender la visita de Estado a tres países de América Latina con objeto de propagar o hasta publicar la noticia -en ese caso cierta- de que el Rey no viajaba a México por temor a un golpe militar. Es evidente que sólo un hecho así haría aumentar sobremanera la tensión nacional e internacional, y pondría -en entredicho el futuro del régimen. Hay que tener en cuenta que el país vive fechas de especial significación, en medio de una oleada de terrorismo, inmerso en la campaña del referéndum constitucional y en vísperas del tercer aniversario de la muerte del general Franco. La extrema derecha trata de capitalizar esta situación en un esfuerzo desesperado por evitar la normalización política. Una vez que se decidió seguir con los planes del viaje real, el presidente se reunió en la Moncloa con cerca de una docena de generales y mandos militares. La investigación sobre el complot estaba en marcha, pero se ignoraba hasta donde podían haber llegado los conspiradores. Era preciso garantizar la defensa del palacio de la Moncloa, caso de que alguien intentara tomarlo, y se contaba para ello con una compañía de la reserva general de la Policía armada.
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