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Tribuna:LA CRISIS ÍNTERNACIONAL
Tribuna
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Las lecciones derivadas de la enfermedad económica japonesa

El autor sostiene que restaurar el crecimiento en Japón es clave para recuperar la confianza en su economía.

Joseph E. Stiglitz

Desde hace más de una década, la economía de Japón sufre un malestar -lento crecimiento alternado con recesión- en el que la vacilación política se une a un intenso debate. Algunos, por ejemplo, prescriben déficit presupuestarios para estimular la economía; otros, recordando la afirmación del Gobierno de Clinton de que la consolidación fiscal había sido el puntal de la recuperación estadounidense en 1993, apuestan por la reducción del déficit. De manera similar, algunos sostienen que el país necesita una ligera dosis de inflación, mientras que el banco central de Japón sigue resistiéndose a la idea de que la inflación pueda mejorar cualquier problema económico. La confusión respecto a qué remedio prescribir se debe en parte al hecho de que las diferentes medicinas son adecuadas para distintos problemas, mientras que buena parte del debate sobre política no consigue distinguir esos problemas adecuadamente. Como uno de los asesores económicos del presidente Clinton durante el crítico periodo de la recuperación económica estadounidense, me siento obligado a señalar que las circunstancias de Estados Unidos a comienzos de la década de 1990 fueron únicas.

La reducción del déficit en una situación de recesión empeora dicha recesión
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Normalmente, la reducción del déficit en una situación de recesión empeora dicha recesión, como demostró hace 70 años el economista británico John Maynard Keynes. De hecho, gracias al FMI, hemos tenido amplia oportunidad de ver qué sucede, tanto en el este de Asia como en Latinoamérica, cuando una economía en recesión intenta equilibrar su presupuesto. La razón por la que la reducción del déficit funcionó en Estados Unidos en 1993 fue que los bancos estadounidenses, con estados contables débiles, poseían grandes carteras de bonos a largo plazo, cuyo valor aumentaba a medida que caían los tipos de interés a largo plazo. La caída de los tipos de interés, que fomentó la inversión empresarial, se debió en parte a la estrategia de reducción del déficit a largo plazo.

El problema al que se enfrenta Japón hoy en día es la deflación, no la inflación. Durante la Gran Depresión, el gran economista estadounidense Irving Fisher se centró en las consecuencias perjudiciales de la caída de precios. Mi propia investigación, en colaboración con Bruce Greenwald, de la Universidad de Columbia, actualiza estas teorías, teniendo en cuenta las imperfecciones de los mercados de capitales, especialmente las asociadas con las asimetrías de la información. A Keynes le preocupaban las rigideces de los precios: el que los precios y los salarios no bajen cuando hay un exceso de oferta de mano de obra o de mercancías. El compañero de Keynes en la Universidad de Cambridge, A. C. Pigou, se hacía eco de la teoría estándar del momento: si los salarios y los precios bajasen suficientemente, los consumidores con dinero se sentirían finalmente lo suficientemente bien económicamente (dado lo barato que ahora se había vuelto todo) como para empezar a gastar, rejuveneciendo la economía. Como es sabido, Keynes contestó que a largo plazo todos estaremos muertos.

Sin embargo, la crítica de Fisher fue incluso más devastadora, y más pertinente para las actuales circunstancias de Japón: a medida que caen los precios, a los deudores, cuyas obligaciones se fijan en términos nominales (es decir, en yenes), cada vez les resulta más difícil rembolsar lo que deben. En términos reales, se ven obligados a pagar cada vez más a sus acreedores. Algunos deudores incumplen los pagos -los problemas del deudor se convierten entonces en problemas del banco-, mientras que otros se ven obligados a reducir sus gastos, agravando la recesión. La caída de precios significa también que, incluso cuando el tipo de interés nominal es muy bajo, el tipo de interés real, teniendo en cuenta la deflación, puede ser considerablemente más alto, con lo cual también se desalienta la inversión. En resumen, la caída de precios empeora la situación de la economía a corto plazo.

¿Cómo puede superarse la deflación japonesa? Supongamos que el Gobierno japonés financiase en parte su déficit emitiendo dinero en lugar de endeudándose. Algunos particulares y empresas que recibiesen este dinero podrían simplemente aferrarse al yen recientemente acuñado, pero otros quizá decidiesen gastarlo en bienes y servicios, estimulando de esa manera la economía. De manera similar, los depósitos más elevados podrían simplemente aumentar el exceso de liquidez de algunos bancos, pero otros podrían inclinarse por prestar más, y proporcionar un mayor estímulo económico. Un programa con un ritmo cuidadosamente establecido podría añadir suficiente demanda agregada como para repuntar el parón económico y revertir la deflación, poniendo en movimiento un ciclo virtuoso. Unos precios más altos pondrían en mejor situación a los deudores, que a su vez podrían empezar a gastar más. Más deudores podrían devolver sus préstamos, lo que a su vez podría llevar a los bancos a prestar más. Mientras tanto, el yen se debilitaría, favoreciendo las exportaciones, e incluso aunque la tasa de cambio real no cambiase mucho, dada la posición de Japón como gran acreedor, el valor en yenes de sus carteras en el extranjero aumentaría, proporcionando un estímulo económico aún mayor.

Por supuesto, los infectados por la paranoia de la inflación podrían preocuparse: ¿no conducirá esa política a una espiral inflacionaria? No hay investigaciones económicas que respalden esas preocupaciones. En los países con inflación baja o moderada, un aumento moderado de ésta no conduce a una inflación desbocada, independientemente de lo que puedan opinar al respecto los directores de los bancos centrales. Ciertamente, si el Gobierno de Japón empezase a emitir dinero de manera imprudente -como algunos países han hecho en el pasado- tales preocupaciones estarían fundadas. Pero el Gobierno japonés presenta un notable historial de responsabilidad fiscal, y podría incluso calibrar la fracción del déficit financiada por la emisión de moneda.

¿Qué impacto tendría dicho estímulo fiscal sobre la confianza en la economía japonesa? No hay nada que perjudique más a la confianza en la economía que las recesiones, y no hay nada que socave más la confianza en la capacidad de un gobierno para controlar la economía que la continuada incapacidad para solucionar los extremos de la inflación o el estancamiento persistente. Restaurar el crecimiento sería bueno para Japón, para Asia y para la economía mundial. Quizá más importante es que las lecciones derivadas de una política de estímulo determinado serían valiosísimas para otros países que se enfrentan a problemas similares.

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