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Tribuna:GUERRA DE IRAK | La repercusión ciudadana
Tribuna
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Hable con ellas

Uno de los efectos imprevistos de la terrible invasión de Irak ha sido el resurgir o renacer del movimiento estudiantil. Un fenómeno fascinante y esperanzador que hunde sus raíces en las manifestaciones críticas con la globalización, en el movimiento que nació en Porto Alegre y en el voluntariado del chapapote. Los jóvenes, y muy especialmente los y las estudiantes, vuelven a ser la vanguardia crítica de la sociedad. En el triste caso de la guerra del Golfo sus posiciones están en sintonía con una amplísima mayoría de la población, pero ellos y ellas son más radicales y se expresan con más energía e imaginación.

Siempre ha sido así: son jóvenes. No han tenido tiempo de adaptar sus pupilas a la injusticia ni sus tímpanos a las mentiras. Tienen prisa por cambiar la sociedad, las formas de hacer política. No tienen compromisos ni hipotecas. Basta con darse una vuelta por los campus universitarios para comprobar que los tiempos están cambiando y que una ola de excitación y de indignación, que cristaliza de formas muy diferentes, recorre la Universidad.

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Aunque muchos ciudadanos han saludado esta reaparición vigorosa de los estudiantes en la vida pública, no han tardado en aparecer voces críticas y comentarios despectivos. Un coro, previsible y bien identificado, se esfuerza en vincular los movimientos estudiantiles con la violencia e incluso, forzando la máquina, con el terrorismo. Ayudados por la manipulación flagrante de la información, intentan que creamos que los cientos de miles de estudiantes que estos días se han movilizado lo han hecho para afanar un jamón en unos grandes almacenes o para hacer cuatro gamberradas después de consumir un porro. Se trata, que duda cabe, de una vieja estratagema que sabemos a quién sirve.

Hace unos pocos días unos tertulianos radiofónicos se empecinaban -por desconocimiento o por mala fe- en conectar movilizaciones y protestas universitarias con violencia. Pero los datos objetivos y los hechos lo desmienten de forma apodíctica. Las manifestaciones y los actos contra la guerra no son ni batallas campales ni bacanales descontroladas. A título de ejemplo, la semana pasada en nuestra universidad (la UAB) se organizaron más de 30 conferencias y más de 20 actos públicos, se emitió un ciclo de películas de cine sobre la guerra, se editó diariamente un periódico electrónico (Que Corri la Veu) y se esta editando un libro con aportaciones diversas, procedentes de toda la comunidad universitaria.

Ha habido, qué duda cabe, quien ha aprovechado las manifestaciones para cometer actos de violencia, gamberradas y hurtos; para delinquir, en suma. Ha habido quien se ha extralimitado en las invitaciones a participar en las manifestaciones y de la vehemencia ha pasado a la coacción. Pero la inmensa mayoría no lo ha hecho y lucha por evitarlo, consciente que estos actos, que todos censuramos, perjudican a un movimiento de esencia pacifista.

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Otras voces menos rancias cuestionan la seriedad, la consistencia del actual movimiento. Suelen ser nostálgicos de los movimientos estudiantiles de los años sesenta y setenta, que no alcanzan a creer que la frágil chica del piercing labial, que no para de enviar mensajes por el móvil o escuchar el disc-man, pueda ser una seria activista de la paz o de la ecología, pueda entender el efecto invernadero o los complejos flujos de la economía mundial. El estereotipo del estudiante comprometido suele ser el de un joven barbudo, con gafas, trenca, expresión grave y que, lejos de escuchar un disc-man, lee concentrado el último libro de Marta Harnecker. Pero los tiempos han cambiado y la universidad -afortunadamente- se ha masificado y ya no es patrimonio de una determinada clase social (en 1968 en España había 300.000 estudiantes, en el curso 2001-2002 había más de 1.500.000) y la mujeres han ocupado el lugar que les correspondía (en 1968 eran el 24%, ahora son más del 55%). Por no hablar de las diferencias en la moda y en la estética personal. Habría que revisar con urgencia algunos viejos clichés y algunos tópicos.

A todos, a los tertulianos que ven una violenta activista detrás de cada estudiante que no lleva traje de chaqueta, a los ciudadanos de bien que se han inquietado con las imágenes repetidas hasta la saciedad de los actos de pillaje protagonizados por jóvenes, a los que fueron estudiantes críticos y comprometidos en otros tiempos y dudan de la seriedad de este renovado movimiento, a todos, incluido usted, lector o lectora, permítanme que les haga una recomendación: hable con ellas. Hable con ellas y descubrirá la firmeza de sus convicciones, la coherencia de sus actuaciones, la enorme sinceridad y espontaneidad que las mueve.

El autor saluda la vigorosa reaparición de los

estudiantes en la vida pública y niega que

se pueda identificar con actitudes violentas

Lluís Ferrer es rector de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)

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