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Robótica aplica la realidad virtual para ayudar a las personas autistas

El instituto desarrolla un programa en el que el niño usa objetos en un supermercado

La ayuda que la ciencia puede dar a las personas autistas y a sus familiares, no pasa, hasta ahora, de las intervenciones a nivel educacional y de comunicación. De hecho, aunque se sospecha de una base genética, este síndrome, caracterizado por la dificultad del individuo para relacionarse con el entorno, sólo puede detectarse a través de pruebas psiquiátricas. Sin embargo, la realidad virtual — la tecnología que mueve cantidades industriales en los videojuegos, la de los simuladores de vuelo para pilotos— es la base de Inmer, un proyecto desarrollado en el Instituto de Robótica de la Universitat de València para ayudar a las personas autistas.

A Gerardo Herrera, informático del instituto, se le ocurrió que ya que la realidad virtual puede diseñarse y manipularse, tal vez sirviera para ayudar a una persona autista a percibir la realidad de verdad. Con Marcos Fernández, físico, doctor en informática y responsable del área de realidad virtual del instituto, y el apoyo de Gregorio Martín, director del centro, comenzaron a desarrollar un programa para personas con esta discapacidad, en colaboración con las asociaciones de padres de niños con autismo de Valencia, Burgos, Madrid y Valladolid. "Tener un niño autista es muy duro para los familiares y hay muy pocas ayudas para ellos porque es un síndrome todavía desconocido con muy baja incidencia epidemiológica. Se detecta a partir de los 18 meses de vida y no hay características físicas que diferencien a un niño sano de uno autista", explica Herrera.

Inmer se encuentra en su segunda fase, la que experimentará el programa de realidad virtual con los niños. De momento, se desconocen sus resultados. "Al principio, al exponer al niño a la realidad virtual se ponía a llorar, y era raro porque, en general, les encantan los ordenadores", explica Herrera. "Entonces pensamos en crear un entorno simbólico, un supermercado, donde, no sólo hay multitud de objetos, sino que en su interior se establecen relaciones de distinto tipo entre las personas", añade. En este supermercado virtual se puede actuar en las tres disfunciones que caracterizan el síndrome del autismo: la incapacidad para imaginar; para comunicar —tres de cada cuatro tienen problemas de lenguaje—, y para socializar. "Los niños autistas no practican el juego simbólico. No pueden entender que una cuchara cargada de papilla pueda ser un avión", explica Herrera.

Durante el experimento, el niño viaja por el interior del supermercado virtual y aprende cómo se usa cada uno de los objetos que va encontrando, lo cual seguro que le viene muy bien cuando quiera ir de compras. Pero el programa va más allá: pretende estimular la imaginación del niño y que aprenda el juego simbólico. De repente, surge en la pantalla una varita mágica que saca las salchichas del paquete y las convierte en la almohada de la cama de un niño. Por las mismas, las natillas salen del frigorífico, se transforman en piscina y un chaval virtual se zambulle en ellas.

Detrás de este supermercado "simplificado" hay tres años de trabajo, no sólo de los informáticos, sino también de un equipo de psicólogos, que han ideado las estrategias pedagógicas, y de artistas, que han diseñado cada uno de los elementos.

En el experimento participan cinco niños de entre cinco y diez años. "Es difícil encontrar el perfil del niño adecuado, porque tres de cuatro niños autistas tienen problemas de aprendizaje, y en esta patología se suelen mezclar otro tipo de discapacidades, como el síndrome de Down", apunta Herrera. Los resultados de estas pruebas se conocerán pronto. La reacción del niño frente al ordenador se filmará en vídeo, y con estas tomas y una batería de pruebas y test psicológicos, especialistas externos al proyecto juzgarán si el programa de realidad virtual cumple sus objetivos.

De momento, las pruebas se realizan simplemente con un ordenador, pero si la herramienta se muestra eficaz utilizarán sistemas que permiten una inmersión más completa en la realidad virtual. El Instituto de Robótica cuenta con un sistema de visualización de realidad virtual cilíndrico (reality center), uno de los más avanzados de Europa. En una sala completamente negra, alrededor de cuarenta personas pueden sumergirse en la realidad virtual frente a una pantalla a la que apuntan tres cañones que proyectan 360 imágenes por segundo solapadas y en visión estereoscópica, generadas por un rugiente y gigantesco ordenador de alrededor de un millón euros.

El departamento de realidad virtual trabaja ahora en un entorno tipo cave, o cubo en castellano, que proyecta 480 imágenes por segundo en el suelo y en tres paredes, de manera que con la ayuda de unas gafas estereoscópicas y un guante de datos, el individuo se siente inmerso en otra realidad en la que el ordenador calculará la imagen adecuada para cada sensación y posición del observador. Las sensaciones van más allá de lo visual. El oído, el tacto —con dispositivos llamados hápticos— o el olfato —se está empezando a desarrollar — reciben señales del entorno.

Los desarrollos de realidad virtual tiene múltiples aplicaciones. La Agencia Valenciana de Turismo ha encargado al Instituto de Robótica un vuelo en tiempo real sobre la Comunidad Valenciana. Quizás el único problema para el observador es el desagradable mareo que produce el desajuste entre el sentido de la vista (el individuo ve que se mueve), y el del equilibrio (en realidad está parado).

Un síndrome con poca ayuda

La incidencia epidemiológica del autismo es muy baja. Sólo entre cuatro y cinco personas por 10.000 habitantes lo sufre, y lo padece una mujer por cada tres o cuatro varones. Se sospecha que existe una predisposición genética para sufrirlo, pero no hay evidencia científica. Son muchas las incógnitas sobre esta discapacidad, que se detecta por estudios del comportamiento, y muy pocas las ayudas. En Valencia las situación de estas familias es peor que en otras autonomías como Madrid, Castilla-La Mancha o Castilla-León, en parte porque la Asociación de Padres de Niños Autistas (APNAV) interrumpió su actividad en 1987. La segunda etapa se inició en 1997 por iniciativa de algunos padres como Javier Rodríguez, y ahora cuenta con 80 familias asociadas. En Valencia no hay centros de educación especial para autistas y, por lo general, éstos conviven con niños con otras discapacidades psíquicas. En APNAV apuestan por "aulas estables", de modo que "los niños con discapacidades se integren en colegios donde van niños que no las tienen, que ya funcionan en otras comunidades", explica Rodríguez. El problema se agrava cuando se hacen adultos y "Valencia es una de las pocas provincias donde no hay soluciones para el futuro del niño autista".

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