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Columna
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Genocidio

Libertad, libertad, sin ira libertad, fue el estribillo de una transición española que quiso olvidar todas las responsabilidades de una dictadura de 40 años. Genocidio, genocidio, sin ira genocidio, es el estribillo de una derecha que se salta a la torera, con espada en la mano, las instituciones y las leyes internacionales, que decreta una invasión a un país soberano por cuenta de EE UU e Inglaterra, que provoca miles de muertos y pide a la ciudadanía que mantenga la calma, esa misma calma que perdieron los gobernantes del Partido Popular cada vez que acudían al Consejo de Seguridad de la ONU llamando a la guerra, bombas, bombas, no inspectores, como sargentos patateros en sus días de mayor ofuscación. Los misiles inteligentes van para un sitio y se estrellan en otro, por ejemplo en un mercado repleto de mujeres y hombres, niñas y niños, que han salido a comprar el pan y la leche. Las manipulaciones inteligentes hacen que los hechos estallen en un sitio y acaben en otro, por ejemplo en humos mediáticos y polémicas forzadas que sólo sirven para ocultar la realidad. Los políticos del PP apoyan una invasión ilegal que no comprenden los electores españoles, se van a la guerra sin pensar en los intereses de España y Europa, y luego fuerzan una polémica sobre el electoralismo para deslegitimar a todos los que se oponen a la masacre de Irak. En vez de representar a su país, desean que su país asuma ciegamente una decisión injusta, y por ese camino acaban considerando peligrosas, y hasta fuera de lugar, las elecciones. Las críticas al electoralismo esconden en este caso un misil contra los mecanismos de control de la democracia. La ciudadanía se indigna, no admite los himnos del genocidio sin ira, y entonces se fuerza una polémica en la que no importan los gastos abismales de la guerra, las ciudades bombardeadas, los muertos, las mentiras oficiales, los prisioneros humillados, sino los abucheos a los políticos belicistas del PP y los huevos que caen en las ventanas de sus sedes. Genocidio, genocidio, sin ira genocidio. Y es verdad, debemos mantener la calma, pero no porque esta situación justifique la calma, sino por respeto a nosotros mismos, por prudencia ante los manipuladores acostumbrados a matar recibiendo, cuando fuerzan la embestida del toro, y por el deseo democrático de que la indignación se encauce a través del camino electoralista de las elecciones.

El pacifismo no es sólo un modo de oponerse a la guerra, sino una voluntad de pensar en las formas de la vida. Habíamos asistido a genocidios provocados en nombre de una religión, de un espíritu nacionalista, de una raza. La participación española en esta masacre hace historia, porque no se justifica en ninguno de estos impulsos tradicionales. La extrema derecha económica quiere imponer un modelo de globalización en el que sobran los controles democráticos globales. La realidad y las opiniones nacionales están llamadas a disolverse en el mundo abstracto del dinero, en el simulacro de una barbarie velada con palabras e imágenes huecas. El belicismo de Aznar tiene unas clarísimas explicaciones políticas. Si resultan misteriosas en España, es porque España ya no tiene nada que ver en todo esto. Son otras las fronteras.

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