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Columna
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La palmera

Como un personaje de un cuento de O'Henry, contemplo obsesionada la palmera que se ha convertido para mí en símbolo de las vidas y muertes que unos y otros no quieren que veamos. Se yergue en el centro de la solidez mineral del desastre, ella, que creció para mecer su cabellera al borde de un oasis. Esa palmera solitaria viene apareciendo en las imágenes estáticas que la cadena Al Jazira ofrece cuando se ve obligada a filmar los bombardeos desde el hotel reglamentario. Al fondo de la pantalla florece la siniestra espontaneidad del fuego. Mortíferas nubes de creación humana en un cielo color de odio.

La palmera, testigo, todavía resiste. Incluso cuando ya no esté, cuando haya caído como muchas de sus compañeras (hemos visto, a falta de otros, los muñones de sus ramas aprisionadas entre las ruinas de viviendas en los llamados barrios residenciales), la palmera escogida para cruzar el mundo vía satélite continuará viviendo en mi memoria. Y con ella, el recuerdo de estas noches insomnes transcurridas entre el dial y el mando a distancia, a la búsqueda de información fidedigna o, al menos, complementaria del vacío; en sedienta persecución de análisis reveladores. Pasan las horas y revienta el terror, y desde aquí sólo puedo ofrecer mis horas sin sueño y mi afán de devanar la sangrienta maraña. Asistimos a la resistencia de un pueblo que representa en estos momentos la dignidad humana de ese Oriente Próximo que no conocemos y nos empeñamos en humillar. Están más allá, por encima de Sadam Husein, despreciable fantoche temporal. Lo que defienden los iraquíes en estos duros momentos es su derecho a la tierra y a la paz. Frágiles y valientes como la palmera: gracias por la lección. Las tropas invasoras sólo deberían sentir vergüenza. Han añadido otra cuenta a su largo rosario de intervenciones bélicas injustificables y criminales.

Malditos sean los B-52 cargados de bombas que sobrevuelan nuestras ciudades y repostan encima de nuestras cabezas. Trillo y Palacio afirman tener, como los Botella, la conciencia tranquila. No se explican bien. Lo que no tienen es conciencia. Santurronería, eso sí. Y acciones en la bolsa de valores, también, supongo.

Pero conciencia, ni la más mínima.

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