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Columna
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Polvo, ceniza y fuego

Cabalgan los jinetes de nuevo. Todos los jinetes sin caballos. Tiembla la tierra bajo los fantasmas, relinchos frente a las rocas rojas, chispas en las piedras, llamaradas de sueños. Resplandor y polvo, ceniza y fuego, por el Valle de la Muerte los jinetes galopan (parafraseando a Juan Luis Panero de Galería de fantasmas.)

Sólo la poesía, sólo el arte es capaz de reflejar y cauterizar el dolor de una guerra, de la muerte. Y si aquí se apela a ella es para frenar la marea de propaganda y demagogia que nos invade por doquier. Sólo Erich Maria Remarque con Sin novedad en el frente (en el cine como Tiempo de amar, tiempo de morir, Douglas Sirk), o Joseph Roth, escritor desgarrado y compulsivo, supieron dar el tono al pavor frente a la muerte. O, más recientemente, Stanley Kubrick en Senderos de gloria y en La chaqueta metálica, desgarrado poema del "recluta bufón" frente a la locura americana y el espanto de la guerra más descarnada.

La prosa politiquera, no sirve. No sirven, es evidente, las apelaciones "al Creador" de Bush o Sadam, o el oportunismo megalómano de Aznar. Pero tampoco las fintas raseras de Chirac y la empobrecida diplomacia francesa (ahora intentando reubicarse), tan responsable del estallido de Europa como puede serlo Berlusconi. Y tampoco -y lo siento porque sé que más de un alma caritativa circula por ahí con sinceridad-, tampoco, digo, el pacifismo sin fisuras que muestra ahora el PSOE (con la excepción de Manuel Marín, político de raza), recitando poesía hueca en Madrid (allí donde la policía se ensaña con los manifestantes a imagen y semejanza de la de Franco), o se detiene a contemplar, con un punto de admiración, al "campesino de An Nayaf que derribó un Apache americano" (pura propaganda husseinista). No sirven porque son prosa oportunista, prosa demagógica, prosa al fin y al cabo aliada de los cuatro jinetes despiadados; fantasmas, por definición, crueles y nada cándidos.

Por eso, cuando pienso en el paisito -y ateniéndome a estas páginas-, me quedo con la imagen corrosiva y desesperanzada de Eguillor y sus historias sobre Max Bilbao. Cuando tenemos en las venas el virus de la muerte, ¿cómo dar lecciones a nadie? De nada sirve un pretendido posicionamiento político, la descripción de hechos más o menos imaginados y circunstancias de enciclopedia ante la fuerza de la muerte. Todo ese dolor puede resumirse mucho mejor en una viñeta ("Mañana, el fin del mundo") que en pretendidos análisis que destilan bisoñez en las cosas de la vida y la muerte. (Y que me perdone Juan Carlos si empleo su nombre en vano.)

"Nunca los vascos y las vascas apoyaremos esa política agresiva de EE.UU. con el pueblo de Irak", o cosa así. Son las palabras de nuestro lehendakari. Pongamos que habla de nosotros mismos, de nuestros sentimientos. Sólo, pongamos. Porque son palabras huecas, lengua de madera. Nada dicen de verdad. Porque el mal lo tenemos en casa, y apenas se es consciente de ello.

Los jinetes cabalgan también entre nosotros, por el Valle de la Muerte los jinetes galopan hasta tronar. Es cosa de poetas y de gente sensata. De hombres y mujeres de una pieza. Sobran las palabras y los gestos de tunantes, desleales o iluminados. Sobran las palabras dispersas o seniles. Hace falta una gramática sólida. Y ésa tan sólo la tiene una poco gente.

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Tiembla la tierra, diría Panero, bajo las imperceptibles pisadas de los jinetes sin caballo. Mueren amigos o enemigos, pero muere gente entre nosotros por decir que es, que existe; por hablar. (Habla, luego existe, debía haber escrito Descartes.)

Todos sentimos ese dolor intenso, profundo de tantas muertes -todas ellas injustas- en tiempo de guerra o de infamia (como ocurre en mi país). Todos los seres de buena fe lo sentimos muy adentro. Y basta.

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