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Columna
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Sol y sombras

No se conoce el nombre del creador de la porra, aunque según los pocos datos que he podido recopilar al respecto se trataría de un invento español de honda raigambre celtibérica como el botijo, o la tortilla de patata, un utensilio ergonómico y ecológico que apenas hace gasto, y se amortiza con facilidad, se lava bien y no requiere una especial preparación técnica para manejarlo; cualquier idiota, si le pone voluntad, aprende a usarlo en pocos minutos como estamos viendo estos días, temporada alta de mamporreros habilitados, uniformados y enmascarados que han hecho de la Puerta del Sol y sus aledaños escenario de sus nuevas y sanguinarias andanzas, bajo el patrocinio entusiasta del delegado Ansuátegui.

Por la Puerta del Sol pasó y se hizo la historia de Madrid y la de España en ocasiones señaladas. Madrid es una ciudad de puertas abiertas como las de Alcalá, Toledo y San Vicente, y de puertas falsas como Puerta Cerrada o esta del Sol que nos ocupa, espacio simbólico y emblemático, presidido por un edificio más histórico que artístico y más funcional que monumental. El pueblo de Madrid tiene una antigua querencia por esta descabalada y bulliciosa plaza, a la que acude en fechas señaladas de forma espontánea o mediante puntuales convocatorias. Entre los posibles centros de esta ciudad excéntrica, el pueblo de Madrid eligió la Puerta del Sol como agora y mentidero, punto de encuentro y asamblea, meca de manifestaciones y celebraciones, escenario lúdico y bélico, territorio apache cuya topografía conocen a la perfección los mandos del séptimo de caballería desmontada pero coceadora de los casacas azules, las fuerzas del orden establecido y de la ley del más fuerte

El caserón de la Puerta del Sol fue de Correos y de Gobernación antes de lavarse la cara, y sobre todo la cruz de sus calabozos y mazmorras, para albergar al nuevo ente comunitario, que vio reforzadas su entidad y su identidad al instalarse en tan céntrico y carismático inmueble, a cuyos balcones ni siquiera se atreven a asomarse las autoridades autonómicas estos días en los que el pueblo de Madrid ha vuelto a tomar las calles. La fachada del Palacio de Correos sigue siendo un frontón contra el que rebotan las iras y las alegrías de los madrileños, las reivindicaciones y las repulsas. El viejo reloj de Gobernación vuelve a puntuar el pulso de la ciudad como un termómetro. Contra la fiebre popular, gobiernos y gobernadores utilizaron siempre la rotunda y popular receta, la medicina a palo seco del garrotazo y tentetieso.

Don Ramón María del Valle Inclán, el de la barba de chivo y la palabra de diamante, mantenía su tertulia en un café de la Puerta del Sol, hoy reciclado en "Kebab", la respuesta oriental a la hamburguesa y a la comida rápida. Don Ramón no le quitaba ojo al edificio de Gobernación, con el que tuvo sus tratos y sus maltratos. Para descalificar al eximio escritor pontevedrés, el dictador Primo de Rivera le llamó extravagante, un término que ha sonado de nuevo estos días en boca de algunos defensores a ultranza del belicismo gubernamental para anatemizar y desautorizar, después de acogotar y "disolver", a los excéntricos pacifistas, vándalos disfrazados de personas decentes, incluso de pensionistas y niños de corta edad. Miles, cientos de miles, millones de ciudadanas y ciudadanos del mundo se han empeñado en esta extravagancia de ir contra la guerra pacificadora y las armas de liberación masiva. Millones de excepciones para las nuevas reglas del novísimo protocolo internacional que ya no se discute en las Naciones Unidas, sino en los cuarteles del Pentágono, ocupados por gentes normales cuyo noble oficio en la vida es la destrucción al por mayor de vidas humanas excéntricas, extravagantes y prescindibles.

A espaldas del caserón del Reloj, en la calle de La Paz, donde los guardias corrían a los pacifistas, en el teatro Albéniz se representa estos días Luces de Bohemia, eximia extravagancia de don Ramón del Valle Inclán que incluye una lúcida y excepcional incursión de la mano de Max Estrella por los lóbregos calabozos y los sombríos despachos de la Puerta del Sol. Alguien debería invitar al señor Ansuátegui a esta magnífica bajada a estos infiernos que hoy están a su cargo.

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