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Aulas

Dos docentes analizan el lenguaje político en casi 2.000 citas

Redundancias, palabras inventadas y extravagancias son algunas características del habla de los representantes públicos

Los políticos no sólo tienen la obligación de gobernar o de hacer oposición correctamente. También tienen una responsabilidad lingüística porque influyen en la manera de hablar de la gente. Por lo tanto, deben hacerlo bien. Eso es al menos lo que piensan dos profesores de la Universidad de Málaga que acaban de publicar un libro titulado El lenguaje político español, en el que analizan 1.848 citas recopiladas a lo largo de nueve años.

El compendio concluye que una de las características de ese lenguaje es que, en sus formas, es cada vez más homogéneo. "Con independencia de las ideologías, casi todos hablan igual", apunta Emilio Núñez, uno de sus autores. La repetición de sinónimos o la tendencia a alargar las frases es otro elemento común; técnica que los profesores achacan a la necesidad de ganar tiempo para pensar. El libro, de la editorial Cátedra, hace un análisis práctico y equilibrado de citas recogidas en entrevistas, sesiones parlamentarias y debates. "Es un trabajo lingüístico y hemos cuidado que no se desviara hacia lo político para que no pareciera partidista", aclara Susana Guerrero, coatora del estudio.

El trabajo refleja que a veces los políticos recurren a eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre y así un aumento de tarifas se convierte en una "modificación del mapa tarifario". Los autores también abordan los tópicos párrafos sin contenido de los políticos. Entre otros ejemplos, incluyen una frase del presidente español, José María Aznar: "El ministro francés tiene sus ideas políticas y yo tengo mis ideas políticas, pero claro, él es francés y yo soy español". Y otra de su antecesor, Felipe González: "Estamos intentando dar una respuesta coyuntural a los elementos coyunturales de la crisis y una respuesta estructural a los problemas estructurales". Núñez, sin embargo, advierte de que no hay que simplificar conceptos: "No se puede decir que no digan nada, pero a veces es más elocuente su silencio, lo que no dicen y leer entre líneas".

La belleza del discurso y la tradición oratoria de otros tiempos se va perdiendo porque los políticos tratan de ser más coloquiales para conectar con la gente y a la vez porque hablan más veces. "La política no se hace tanto en el Parlamento como en los medios de comunicación", sostiene Guerrero. La consecuencia es un trasvase de términos y un acercamiento entre el periodismo y la política, a tal punto que en algunos casos los autores no han podido determinar en cuál de estos dos campos ha surgido una expresión.

Esta es otra de las característica del lenguaje político: la tendencia a crear palabras nuevas. En algunos casos con una intención peyorativa (medicamentazo o decretazo), en otros como chiste para llegar al público (sociolistos), o bien como un neologismo de sentido (pinza). Esta influencia es tan fuerte que la Real Academia no ha tenido más remedio que reconocer nuevas acepciones. El libro recoge una larga lista que incluye, entre otras, palabras como dialogante, fleco, neonazi, preacuerdo, transfuguismo, ultraizquierda, ultraderecha o victimismo.

Los políticos también recurren al lenguaje taurino o al deportivo para conectar rápido con quienes los escuchen, pero a veces caen en extravagancias, como Pasqual Maragall que llegó a criticar a Jordi Pujol por su "centralismo fálico". También incurren en redundancias muy extendidas como hablar de compromiso adquirido, condición previa, pilar fundamental o prioridad absoluta. Incluso hasta tienen su propia jerga, con términos como mujer florero, cunero, paracaidista o fontanero.

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Guerrero cree que, en general, la falta de formación lingüística es bastante grande entre los políticos, pero que la mayoría comunica bien aunque no hable correctamente. Y al final, se pregunta "¿Pero quién influye más la literatura y la escuela o los políticos y los medios de comunicación?".

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