Freire no aguanta el tirón

Sopló la tramontana, viento de discordia, desde la costa de Liguria y muchos se volvieron locos.

A algunos les dio por caerse. Fueron caídas solitarias y estremecedoras. Fue Martin Derganc, un esloveno del equipo de Cipollini, golpeándose de nariz contra el asfalto en el descenso del cabo Cervo, tendido inmóvil en el suelo y una cuadrilla de médicos con sondas, balones de oxígeno y tubos recuperándole, felizmente, de una parada respiratoria; fue Ferrara, un modesto, rompiéndose la clavícula contra un bordillo en Imperia; fue Pozzato, el príncipe del ciclismo italiano, perdiendo la carrera en el descenso de la Cipressa. Fueron más todavía.

Otros se cayeron y amagaron con pelearse. Fue Gálvez, el favorito del Kelme, inmenso sprinter que le enseñó los puños a Zanini, después de que los dos se fueran al suelo casi en San Remo y el italiano se levantara echando pestes contra el catalán. "¿Qué pasa?", le preguntó Gálvez. "¿Qué aquí sólo se pueden caer los italianos?".

Otros no se cayeron, pero sacaron los puños igual. Fue Cipollini metiendo codo a Baden Cooke en el sprint del pelotón; fue Cooke devolviéndole el codazo; fue Cipollini otra vez, inevitable, yendo a buscarle ya cruzada la meta y soltando un puñetazo, su especialidad, por la espalda y por equivocación, al sorprendido austriaco Eisel, compañero de Cooke. Otros ni se cayeron ni se pegaron. Se equivocaron y perdieron una victoria que les estaba esperando después de una carrera empujada por el viento (media de 44 por hora en 300 kilómetros) hasta el final.

"Mecachis, éste era mi año", dijo Óscar Freire, habitualmente sabio y astuto, ayer impulsivo. Freire, ya todo un experto en asuntos de la Milán-San Remo, cometió errores de apreciación que resultaron fatales. Sabía que era probable que, por primera vez desde hace ocho años, la classicissima se decidiera en el Poggio, en la colina que precede la entrada en la Via Roma de San Remo. Sabía que si se decidía en la subida, para él perfecto. Sabía que si no, pues también muy bien. Se decidió en la subida al Poggio y a él no le fue nada bien. Él, fuerte y ligero, no estaba allí porque había estado antes.

Y hubo uno, un superdotado como Paolo Bettini, que fue capaz de equivocarse, de hacer las cosas al revés, y de ganar la carrera. Italia vivió su escena soñada, un ciclista patrio con el arco iris en el maillot ganando, pero no fue el esperado Cipollini, el campeón del mundo, el gigante de 1,90, sino el sorprendente Bettini, la figura contraria, de apenas 1,69 metros.

Bettini mató a Freire atacando en la Cipressa, la penúltima colina del recorrido, a 25 kilómetros de la meta. Demasiado pronto, demasiado fuerte. Con Bettini se fueron Rebellin y Vinokúrov, dos de los peligrosos, y eso decidió a Freire, que se lió la manta a la cabeza. "Pero me costó más de la cuenta", explicó luego. "Me fui a rueda de Di Luca, pero éste se cortó, con lo que tuve que hacer un esfuerzo doble. Se me hizo muy larga la Cipressa". Se le hizo larga pero allí estaba. A 15 kilómetros de San Remo y con posibilidades. "Y si hubiéramos llegado hasta el Poggio nos habríamos jugado la victoria entre nosotros", dijo Freire. "Y por un momento pensé que llegábamos, pero, por desgracia, Vinokúrov no daba relevos y cortaba al grupo". Detrás, Cipollini reorganizó a los suyos, cazaron a los cuatro y empezaron a subir el Poggio. Bettini fue capaz de salir a la contra del esperado ataque de Di Luca. Y de ganar al final, cuando Freire ya no pudo más que quedar séptimo.

Clasificación: 1. P. Bettini (Ita.), 6h 44,43s. 2. M. Celestino (Ita.), m.t. 3. L. Paolini (Ita), a 2s. 4. M. Cipollini, (Ita.), a 11s. 5. D. Pieri (Ita.), m.t. 6. E. Zabel (Ale.), m.t. 7. Óscar Freire, m.t.