Misiles contra una ciudad fantasma
A las nueve de la noche, siete de la tarde hora peninsular española, comenzaron a sonar de nuevo las alarmas de Bagdad. Cinco minutos después se formó sobre el cielo ya oscurecido de la capital un gigantesco semicírculo de balas trazadoras y fuego antiaéreo. Se escucharon fuertes explosiones en el centro, cerca de la sede de los servicios de espionaje, de un cuartel de la Guardia Republicana y de dos de los palacios de Sadam Husein. Algunos incendios eran visibles en la distancia. Ese primer bombardeo de la segunda noche de guerra se prolongó 10 minutos. La capital parecía un fantasma: calles desiertas sin civiles ni automóviles. Sólo algunos militares permanecían en las posiciones ocupadas durante el día.
Uno de esos grandes incendios era visible desde el hotel Palestina. En la orilla del río Tigris ardía el Ministerio de Planificación. Enfrente, otro ministerio, el de Información, aún intacto, se hallaba protegido por milicianos baazistas. La televisión oficial anunció que la vivienda donde vivía la esposa y las tres hijas de Sadam Husein fue alcanzada en el ataque del miércoles, pero que ninguna de ellas resultó herida. Se podía escuchar el ir y venir de ambulancias y de coches de bomberos. Las primeras informaciones hablan de cuatro muertos y seis heridos. Las alarmas continuaron sonando de vez en cuando sin que fueran seguidas de más explosiones. "En la guerra de 1991 ocurrió así: los radares detectan el vuelo de aviones y se disparan las alarmas, pero a veces esos aviones pasan de largo", explica un iraquí.
Bagdad amaneció ayer tomada por decenas de miles de soldados de Sadam Husein, que se apostaron en las calles y esquinas en una operación que parece destinada a preparar la defensa de la capital. Entre los pocos civiles que se veían transitar por una ciudad desierta, ninguno sabía exactamente sobre qué objetivo habían caído las bombas de la noche anterior. El ministro de Información convocó a los periodistas para confirmarles que EE UU había lanzado 40 misiles de crucero y que el pueblo estaba con sus dirigentes. Después nos llevaron al barrio shií de Kaolhimiya donde algunas personas levantaban los dedos en señal de victoria.
En el barrio de Dora, donde se encuentra una refinería de petróleo y una central eléctrica, tres muchachos aseguraban que habían visto por la noche un misil surcar el cielo en dirección al cuartel de Rashid. Una vez llegados a las inmediaciones de ese cuartel, protegido de las miradas intrusas por una tapia de tres metros de altura que se prolonga al lado de una carretera durante varios kilómetros, un tendero, vecino del lugar, aseguraba no haber visto caer ninguno.
Miedo a hablar
"Es posible que no esté diciendo la verdad", dice un taxista. "La gente tiene miedo a hablar porque sabe que cada vez que en la guerra de 1991 los norteamericanos alcanzaban un blanco, los militares acordonaban la zona en un perímetro de tres kilómetros".
Casi todos los comercios se encontraban cerrados, salvo algún taller de reparación de automóviles, alguna panadería con una cola de cinco metros de clientes, un bar con sólo soldados sentados en la puerta... Y todo eran rumores. "Por lo visto han alcanzado una de las casas del presidente", comentaba un mecánico. "Creo que han debido darle a objetivos militares móviles. No edificios, sino unidades antiaéreas o algo así, algo que se pueda dezplazar", comentaba un panadero que ayer hizo más negocio que en todo el mes. "Ha venido la gente de siempre. Pero el que solía comprar 10 panes hoy se ha llevado 100". "También andan diciendo que se ha bombardeado una tienda y que han muerto civiles", señalaba otro taxista.
Los autobuses rojos funcionaban, pero iban vacíos. La gente se asomaba a los balcones para ver la calle. Pero en la calle sólo se veían soldados. "Son los soldados del pueblo, no son las milicias nacionales", comentaba un conductor. "Me siento más seguro viéndolos a ellos en las calles".
Era imposible dar un paso sin toparse con un grupo de soldados, ya fuese de pie, sentado, paseando, montados en jeep artillados, trasladándose en coches civiles, cavando trincheras o sentados sobre sacos de arena. La ocupación de la ciudad parecía mucho más un presagio de la batalla calle a calle que se puede avecinar sobre Bagdad que una simple medida para prevenir el sabotaje. La calle de Rashid, una de las más populosas de la ciudad, ayer se encontraba vacía como si en cualquier momento pudiera caer una bomba. "Los norteamericanos esta vez han hecho algo que nunca hicieron: bombardear al amanecer", señalaba otro taxista. "Esto no ha hecho nada más que comenzar. Si hubiesen querido, hoy mismo podrían haber arrasado con los puentes y las centrales eléctricas y de telecomunicaciones, pero por las razones que sean no han querido. Yo estoy tranquilo", confesaba el citado conductor. "Sólo me preocupan mis niños. Y lo único que puedo hacer es rezar".
En la calle y en los hoteles, los precios se han disparado. En el hotel donde me encuentro, las recepcionistas no han acudido. Una de ellas se quedó en casa y la otra se marchó con sus hijos fuera de Bagdad. Era el propio dueño, un anciano afable y sonriente, quien hacía a veces de recepcionista. La comida ya hay que pagarla en el acto y vale el doble de lo que costaba. El servicio de habitaciones y de lavandería ya no existen. En la televisión, lo mismo que 15 horas atrás, cuando comenzó el bombardeo, se siguen viendo imágenes pregrabadas de Sadam aclamado por multitudes mezcladas con artistas que cantan alabanzas al presidente y con otras imágenes de oficiales que expresan su fe en la victoria y en Husein. Avanza lenta la madrugada y sólo queda esperar a la próxima ronda de bombardeos.
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