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LOS DISCOS DE TU VIDA

'Outlandos d'amour', de The Police

Diego A. Manrique

The Police era una gran mentira que se convirtió en esplendorosa realidad. Y es que, aunque el trío se colara por la brecha abierta por los punkis, nada más lejano a ellos que la secta de los imperdibles. Frente a una generación musical que detestaba a los virtuosos, The Police escondía a instrumentistas de amplios conocimientos, que tenían -como dicen aquí los veteranos- el culo pelado de tanto tocar. Incluso sus orígenes y circunstancias les separaban de aquella tropa. Stewart Copeland (1952) no escondía que era hijo de un destacado funcionario de la CIA, de servicio en Oriente Próximo. En el Reino Unido fue baterista de Curved Air, grupo de rock progresivo de breve fama. Actuando con ellos, conoció en Newcastle al bajista y cantante Sting (Gordon Matthew Sumner, 1951), antiguo maestro que se las daba de jazzman al frente de Last Exit. Hablaron de la revolución que estaba ocurriendo en Londres y pensaron que les daba una oportunidad. En enero de 1977, la pareja empezó a ensayar con Henri Padovani, guitarrista corso que pronto fue reemplazado por Andrew James Summers (1942), superviviente de los Animals, Zoot Money, Soft Machine y Kevin Ayers.

Viendo por dónde soplaba el viento, se lanzaron a tocar acelerado rock cortante. La otra parte del repertorio usaba enseñanzas de una de las músicas favoritas de los punkis londinenses, el hipnótico roots reggae jamaicano. Desde el principio, jugaron a dos bandas. Su mánager era Miles Copeland, hermano de Stewart, que les colocó en bolos que los Clash o los Pistols jamás hubieran aceptado. Así, fueron la banda de gira de Cherry Vanilla, leyenda menor del underground neoyorquino. Tocaron rock complejo en la Europa continental como Strontium 90, aparte de trabajar con el compositor alemán Eberhard Schoener en espectáculos multimedia. Y protagonizaron un anuncio de un chicle que requería que se tiñeran de rubio, un detalle que terminaría definiendo su imagen.

Eran, hay que decirlo, tremendos currantes; Stewart Copeland incluso desarrolló una carrera paralela bajo el seudónimo de Klark Kent. Su hermano diseñó un lanzamiento de The Police que conjugaba trabajo constante y economía de guerra. Así, Outlandos d'amour se grabó sin productor, costando un total de 3.000 libras esterlinas (la mitad, a pagar más adelante). Antes de su edición, Copeland les despachó hacia EE UU en la más barata de las líneas aéreas que cruzaban el Atlántico, llevando sus instrumentos como equipaje de mano. Debutaron en Nueva York y dieron 23 conciertos por el país, a veces tocando ante un puñado de personas, viajando en una furgoneta y durmiendo amontonados en moteles mugrientos.

Experiencias como ésas rompen el espinazo de grupos que no tengan mucha fe, fe ciega en su arte. Por su edad, los policiacos creían que aquella explosión del punk rock -y la posterior new wave- les permitía una apuesta (¿la última?) por el estrellato pop. Y aguantaron las sucesivas pruebas, reconfortados por el hecho de que la reacción ante su música era instantánea y entusiasta: nadie sonaba como ellos, con esos ecos espaciosos y la voz penetrante del caballero Sting. Que inmediatamente se convertiría en un objeto del deseo femenino y de los directores de casting cinematográficos.

El grupo The Police, en 1983.
El grupo The Police, en 1983.BERNANDO PÉREZ

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