Los alemanes pepinos polacos
Me voy a la planta de colchones de El Corte Inglés en la plaza de Catalunya de Barcelona. Hasta el próximo sábado tienen montada allí la exposición Alimentos de Europa. Imaginen todo un recinto lleno de estanterías con comida y bebida de diferentes países europeos. A pesar de que cada estantería está señalizada con la bandera del país que representa, las empleadas se pasean con mapas para orientar a los compradores. "Perdone, ¿dónde está Rusia?", pregunta un señor a la eficiente Mercedes Navalón. "Lo que es la antigua Unión Soviética lo tiene al fondo, con Checoslovaquia, Bulgaria y demás", contesta ella.
Hace años, ir a Andorra a comprar quesos o pasar la frontera y beber cerveza Kronembourg era exótico. La gente se volvía loca comprando chucrut, frankfurts y muesli, pero ahora todo eso lo encontramos en el supermercado. Alguien podría decir que, hoy en día, lo de los Alimentos de Europa tiene poco sentido. Pero no seré yo quien lo critique. Al contrario. Estoy a favor porque siempre encuentras algo que no sabías que existía, y porque las cosas que puedes comprar vienen en tarros gigantes, de kilo, en lugar de en botecitos ridículos de 200 gramos. Por tres euros, que es una miseria, tienes un tarro de un kilo de pepinos a la polaca fabricados en Alemania. Y esos pepinos son muy importantes. Básicos, diría yo. Así que, con el debido respeto histórico, lo primero que hago es irme a Holanda a rendir un homenaje a la cerveza Heineken. El pack vale 2,60 euros. En Holanda, además, te encuentras con unos palitos de pan que llevan por encima granos de sésamo y semillas de amapola. Se nota que los holandeses son permisivos con las semillas opiáceas. Paso por Bélgica, donde admiro las cebollas, y en Portugal me extasío con las latas de sardinas y con el vino verde al que, si no me equivoco, le cantaba Lluís Llach ("Vinho verde vora el mar, ara que el lluç no belluga..."). Aunque, tampoco me hagan mucho caso; quizá no era así. El caso es que es en Portugal donde noto el efecto Nabokov: veo unas galletas portuguesas con voluntad de inglesas. "Cream Cracker englishes rezept", pone en el envase. Me voy al Reino Unido a ver si esas galletas han conseguido la doble nacionalidad. Pero me encuentro con que todas las cajas de galletas tienen formas alegóricas: de autobús de dos pisos, de cabina telefónica y de Big Ben. También hay copos de avena, pero, sobre todo, mucha comida india. Salsa de la marca Tikka Masala con distintos grados de picante (simbolizados por una guindilla o dos), o curry. En Francia hay mermelada, conservas de setas y magdalenas, pero no de la afamada marca Proust, que es la que yo y mis amigas intelectuales consumimos todas las mañanas cuando vamos a Combray. Me compro un cubo metálico de medio kilo de mostaza de Dijon. Al lado hay un kit de bullabesa: la sopa, su salsa y sus picatostes. Y, claro, el champán (ese que ya no compran los norteamericanos). Pero también hay cuscús Al Badia, y polenta importada de Italia. De Italia también tienen melocotón a la naranja y ensalada de frutas, de la marca Andros. Pues, si tanto les gusta Italia, me voy a Italia, pero allí la marca Andros no está. En cambio, hay cruasanes (de la marca Paluani). Aprovecho para comprarme un paquete de risotto con frijoles y panceta, y una botella de lemoncello. En Grecia me deslumbran las latas de berenjenas en aceite, las de musaka, las de arroz envuelto en hoja de parra y las de pimientos rellenos de queso, por 2,35 euros, aunque también hay caramelos Choco Twisters. Dos abuelas ilusionadas saltan de un país a otro y se embelesan ante los diseños de las botellas de licor. "Qué mona es ésta", dice una, "creo que me la compro". La otra le da la razón: "Es preciosa. Quédatela, quédatela...". Es vodka Absolute. "Mamá, ¡mira!", exclama un niño al ver, en el estante del Reino Unido, manteca de cacahuete por 1,70 euros. "¡Eso sí que no!", dice la madre. "Hemos dicho que sólo alimento". El niño mira con envidia los frascos, los botes y las latas. "¿La mostaza es alimento?", pregunta. "El alimento son cosas sólidas", dice la madre, "menos las salchichas".
En la planta de colchones de El Corte Inglés hay montada una exposición apta para el sentido gustativo. Se titula 'Alimentos de Europa'
Casi ningún país se salva de tener algun envase de comida con una marca de nombre creativo. Como las aceitunas griegas Phartenon, los bombones austriacos Mozart, los bombones -también austriacos- Sissí, el agua mineral Avalanche -de los Alpes suizos- y los caramelos ingleses Churchill's. Me doy cuenta de que faltan los países de nueva creación, como Croacia, y también los principados, como Andorra o Mónaco. Finlandia y Dinamarca están agrupadas bajo el epígrafe Países nórdicos, pero Noruega no está con ellas. Si cada estante corresponde a un país, en la nevera y en la sección de perecederos los países se mezclan en gozosa orgía. En los refrigerados hay queso francés junto a pasta italiana y las cebollas de Holanda conviven con las manzanas de Francia. Pasa como con los humanos: el frío hace que te arrimes a lo que sea. Por cierto, los de El Corte Inglés han rendido a Escocia honores de país independiente. Escocia cuenta con su estantería y su bandera propias. Y eso es así porque hoy en día el mundo del deporte marca mucho. Si tienes selecciones deportivas te consideran país, si no las tienes, no. Así nos va a nosotros, que dejamos lo del comité olímpico en manos de Miró i Ardèvol.
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